Tenía el líder del PP una de las papeletas mas endemoniadas de las que no se veía manera de salir sin un roto considerable. Parecía estar entre la espada y la pared y sin escapatoria. Si no se avenía a facilitar la renovación del Consejo General del Poder General sería no solo culpable ya no solo ante los propios jueces que se lo reclamaban con angustia sino servir de excusa para que Sánchez se echara y una vez más al monte y pariera una ley que dejara ya reducido a escombros el más mínimo rescoldo de un Poder Judicial que no estuviera controlado de manera total y absoluta por el y sus aliados de gobierno, separatistas y extrema izquierda. Si lo hacia y se plegaba a las exigencias de Sánchez ello supondría tal merma y tal lastre que lo dejaría mermado, sino inhabilitado, para poder encarnar en su persona la alternativa fiable y posible a la figura y maquinaria del presidente. Se vería como una reunión y a él como a un cobarde.
La sorpresa ha sido, se diga ahora lo que se quiera, mayúscula. Su equipo encabezado en Europa por Esteban González Pons, pero bajo su batuta, lograba un asombroso pacto, que no solo salvaba su crédito sino que una vez desbrozado hacía emerger que quien ha perdido ha sido Sánchez en su intento de hacerse con el control del órgano judicial. Y no solo era porque se produjera un acuerdo de reparto igualitario 10/10 en vez del anterior de 11/9 y por fijar mayorías necesarias de 3/5 para las decisiones más trascendentales y dado un paso hacia la despolitización con perfiles mucho más profesionales. Para elegir al presidente del Tribunal Supremo será necesario el voto de 12 vocales y por primera vez en la historia democrática escogido por ellos mismos y sin candidatos sugeridos por parte de los partidos políticos. Esas mayorías son la clave que cercena la deriva hacia la imposición y abre la senda al consenso. O sea, deja a Sánchez sin su sueño de poder ir lapidando a quienes osaran oponérsele y colocar a sus afines, y siguiendo la pauta del Tribunal Constitucional haber convertido al CGPJ en una marioneta su servicio.
Hay además otros dos aspecto relevantes de gran calado y recorrido. El uno, que al tiempo de la renovación se ponga en marcha el mecanismo para cumplir la directiva europea de que los órganos de los jueces deben ser elegidos por ellos mismos y alejarse del actual sistema de supeditación política. El nuevo CGPJ tendrá partir de que en julio tomen posesión de sus cargos un plazo de seis meses para redactar un informe para la reforma del sistema de elección que tenga en cuenta las exigencias de la Comisión Europea y dicho texto tendrá que incluir, de manera expresa, un nuevo modelo de participación directa y de votación para que los jueces puedan elegir a sus representantes en el CGPJ. Eso está firmado aunque ahora salga Albares llamándose a andanas y diciendo que no es vinculante para el PSOE. Difícil cuando llega lo tendrá para explicarlo a la UE.
Pero hay más letra, nada pequeña y con almendra. Es particularmente relevante el régimen de incompatibilidades pactado para jueces, magistrados y fiscales cuando ejerzan cargos políticos o cargos de confianza de políticos con rango superior a director general. No podrán reingresar al servicio hasta dos años después del cese en el cargo que motivó la excelencia voluntaria y reingresados deberán abstenerse, o podrán ser recusados, de intervenir en asuntos en los que sean parte partidos políticos relacionados con ellos. Tampoco podrán ser elegidos para el propio CGPJ y es particularmente preciso también en un apartado sobre lo que está provocando ahora la mayor repulsa y escándalo: prohibe expresamente que quien haya ministro, secretario de Estado, consejero de un gobierno autonómico o alcalde sea nombrado fiscal general del Estado antes de que hayan pasado cinco años. O sea, exactamente aquello que hizo Dolores Delgado.
Con ello en la mano, con el apoyo de quienes mas en su partido habían hecho pública su oposición a tragar y transigir con las pretensiones de Sánchez, y temían un acuerdo con traza de rendición, como de Isabel Díaz Ayuso que se apresuró a felicitarlo, el líder del PP llegó el miércoles al Congreso y se escenificó algo muy inusual. A regañadientes, pero en expresión corporal y hasta en sus propias palabras, Pedro Sánchez reconocía la victoria de su rival aunque fuera con un despectivo «para usted la perra gorda». A la vista de lo firmado, gorda es pero de perra, o sea de moneda sin valor, tiene muy poco.
En todo pacto hay cesiones por ambas partes, y en este también, pero quien ha reculado y se ha visto obligado a aceptar importantes condiciones del contrario ha sido el jefe de Gobierno. Plumas ha perdido y ni siquiera ha cacareado mucho. Ni tampoco su bancada.
¿Y a que se debe lo sucedido mas allá de la habilidad negociadora? ¿Que ha hecho variar la actitud, hasta ayer amenazante, de Sánchez? Pues se me ocurre que algo han tenido que ver las elecciones europeas, que ha perdido con mayor contundencia de lo que acepta y que por allí le están empezando a tener cogida la matricula y sus maneras comienzan a gustar muy poco. Tan poco que ahora lo de amnistiar la malversación de los separatistas catalanes es algo que puede acabar por atragantársele tanto que no solo los catalanes tengan que volver a las urnas.
Nunca he sido de los que veían la posibilidad de que esto sucediera. Siempre he pensado que aguantaría como un buzo pero empiezo a tener alguna duda.