Las reacciones de los principales líderes nacionales a la muerte del papa Francisco ha puesto en evidencia lo que cada uno de ellos pensaba de su pontificado, que han oscilado entre las frías condolencias a los católicos por su fallecimiento a quienes se han extendido en la valoración de sus mensajes relacionados con su compromiso con los más desfavorecidos y la justicia social, y que anticipa el previsible debate en el cónclave que ha de elegir al nuevo papa entre un representante de las dos tendencias que conviven en el seno de la Iglesia, la de quienes intentarán proseguir el trabajo iniciado por Mario Bergoglio para que la Iglesia se haga más presente en la calle y dé respuesta a los nuevos tiempos y las nuevas demandas de los católicos, y la más teológica y apegada a la tradición inamovible y que espera que el sucesor del papa sea un reflejo, como en otras ocasiones, de la situación geopolítica mundial, que en esta ocasión se orienta hacia la defensa de las posiciones más conservadoras, en las que la Iglesia suele encontrarse más cómoda.
Los portavoces de los partidos de izquierda han sido quienes más se han extendido en recordar los mensajes del papa Francisco en favor de la paz, de los migrantes, de la defensa del medio ambiente, del diálogo entre distintas confesiones y las resistencias a las que tuvo que hacer frente con sus propuestas más progresistas, sobre todo de la condena y la lucha contra los abusos sexuales y la pederastia en el seno de la Iglesia, que no ha encontrado el mismo eco en todas las conferencias episcopales, y otras decisiones más innovadoras como otorgar un papel más importante a la mujer en el seno de la Iglesia, o las relacionadas con la moral sexual.
Entre la reacción de la vicepresidenta segunda del Gobierno, Yolanda Díaz, en la que ha señalado que ha muerto un papa "comprometido con la lucha contra el cambio climático, el trabajo digno, la justicia social, la paz y los derechos de las personas migrantes. Un Papa que luchó contra los abusos en el seno de la iglesia católica" y la del líder de Vox, Santiago Abascal, uniéndose "a las oraciones de millones de católicos por el alma del Papa Francisco. Descanse en Paz", sin hacer ninguna valoración sobre su labor pastoral, existe la diferencia que va entre la nostalgia por lo que ha hecho el papa Francisco y el ninguneo a su misión. El verdadero sentimiento de la dirección de Vox lo ha expresado una de sus terminales, el Instituto de Política Social, que reza "para que la Iglesia resurja con fuerza, sin miedo, sin medias tintas, sin populismos. Porque el mundo necesita una Iglesia santa, profética y valiente, no una ONG de buenismo ideológico". Si se tiene en cuenta que muchos de los dirigentes de Vox están ligados al Opus Dei, al que retiró la condición de prelatura personal y rebajó sus privilegios, no es de sorprender que su reacción se circunscriba al lamento por su muerte. Tampoco el líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, se ha metido en honduras doctrinales, y se ha decantado por cuestiones localistas, como que "hablaba español y a punto estuvo de peregrinar a Santiago de Compostela", y que ha servido al mundo y a la Iglesia desde sus convicciones y pensamiento hasta el último instante", sin hacer mención, por ejemplo, a su defensa de los derechos humanos.
En fin, parece que la consternación por el fallecimiento del papa Francisco es mayor entre quienes se declaran ateos o agnósticos pero que apreciaban su compromiso social y medioambiental -que llevó a sus detractores a calificarle como 'comunista'- que entre quienes ven con alivio que no haya podido llevar a cabo las reformas profundas que pretendía tanto en la Curia como en el aggiornamento de la Iglesia.