Carlos Rodrigo

Entre columnas

Carlos Rodrigo


Testigos de cargo

24/03/2025

Cuando el amor no es suficiente para salvar al amado viene a nuestro rescate, con sonrisa aviesa y vigor de eterno privilegio, la sobreactuación y la mentira. Las pruebas falsas, el perjurio, la farsa. Y de nuevo resurge el amor, nunca más el puro, sino el enfangado que, por encima de todo, se impone a la justicia, a la verdad, valores que se minimizan ante el apasionamiento y el rasgar de vestiduras… porque al final, no nos engañemos (mejor engañemos) nunca compramos la verdad sino la mejor historia, al fabulador que mejor construye el relato, lo sabe envolver ladinamente y poner un lazo irresistible que nos ahorca al tiempo que lo deshacemos. Mátame suavemente mientras me adulas Pinocho. 
¿Es que acaso el amor lo puede todo, lo justifica todo?, ¿es el borrador universal, ese 'pero' que todo lo inunda? ¿sea ese 'todo' desdibujada verdad, escurridiza mentira, opresiva culpabilidad, torpe inocencia…? 
¿Es el amor un sentimiento agresivo que puede y doblega a todo?  ¿que se lleva a todo y a todos por delante arrasando a la gratitud, la justicia, la verdad o a cualquier otro desapasionado valor, por muy potente y superior que sea, claudicando ante su fuerza torrencial? 
El amor, destructiva y destructoramente incondicional, puede llevar a la propia autoinmolación por salvar al ser amado, arrastrándonos a una insana idolatría que nos nubla cada sentido, hasta cegarnos el sentido común. Convirtiendo al amante, si sabemos manejarlo, en una poderosa arma arrojadiza, cargada de un futuro nefasto, doble y fieramente peligrosa.
Agatha Christie sigue siendo la gran dama de las letras negras y 'Testigo de Cargo' una hermosa y eficacísima muestra de su talento e inteligencia. 
Un relato de apenas quince páginas que ella misma adaptó al teatro y que Billy Wilder llevó al cine en aquella inolvidable película con un encandilador Tyrone Power y una glacial y fascinante Marlene Dietrich capitaneados por el inmenso e insuperable Charles Laughton.
Una obra que ha versionado para el teatro Roberto Santiago y dirigido Fernando Bernués con gran solvencia y fidelidad, siguiendo la estela de la adaptación teatral de Christie y de la película de Wilder, que dan una efectista y refinada vuelta de tuerca al más crudo y contundente cuento original.
Una magnífica adaptación con unos actores que se amoldan al clásico como un guante con elegancia y precisión, sin ninguna concesión a la estridencia y al surrealismo caótico tan de moda en las representaciones teatrales actuales.
Una obra, lecturas y película que les recomiendo disfrutar y (re)visitar en una época en la que 'la verdad' es una opinión más que desechamos alegremente si no se ajusta a nuestras miras de burro con orejeras. 
• Todavía sigo pensando- dijo el señor Mayherne con pesar- que podíamos haberle salvado por el… el… procedimiento corriente.
 • Mi querido señor- contestó Romaine- usted no entiende nada- yo sabía que era…
¿Culpable… inocente…? ¿Es que eso acaso resulta relevante cuando somos cómplices o, aún más tristemente, meras comparsas, necios aplaudidores o mezquinos agradadores del poderoso de turno al que rendimos igno(a)rante e incondicional pleitesía…? Nosotros mismos.

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