Emiliano García-Page y Felipe González se reunieron el pasado lunes en Venta de Aires para hablar de la situación política de España. Como golondrinas en primavera o vencejos de otoño, el aire silba por las torres de Toledo el fin de una época que acaba y se descompone hoy con flores de amnistía. Es la máxima distinción de un tiempo que se corrompe entre indultos y mascarillas, cuando el oxígeno no llega a la sangre y se escapan las arterias. Entre Falcon y Air Europa, los aviones han sido una suerte de aves precursoras que volaban sobre nuestras cabezas sin saber dónde posar. ¡Qué le gustarán los aviones a esta gente! A veces, la soberbia es tan sonora que no puede aterrizar y rompe la barrera del sonido. Es entonces cuando Koldo se quiebra, Ábalos se rompe y Puigdemont se encaloma. Desde el albatros y las flores del mal de Baudelaire, no habíamos vivido una belleza diabólica semejante, que batiera sus alas negras tan de frente.
Felipe acudió a Toledo con Page como los arzobispos de Recaredo, a hacer un concilio y comerse una perdiz estofada. Fueron a la Venta de Aires, lugar con historia y encanto. Seguro que comieron en el reservado de Franco, donde luce una placa de su encuentro con Mola en plena contienda. Todo el mundo habla de ella pero nadie quiere hacerse una foto a su lado. Cuca Díaz de la Cuerda, su dueña, ha sabido cuidar la tradición del lugar y hacerla suya. La ha envuelto en un pañuelo y como si de pétalos de rosa se tratara, la ha conservado fresca en la memoria. Surca la historia las venas de la Venta, que Toledo venera, y en sus cuevas y bodegas reposan los libros del Veintisiete. Lorca, Buñuel y Dalí crearon la Orden de Toledo entre sus paredes. Dejaban la Residencia, bajaban a la ciudad y vivían noches de asombro y encanto. Alberti recuerda que nunca jamás pasó tanto miedo como aquella vez en que lo dejaron solo por el Casco a oscuras una noche fría de invierno. Creyó ver a Bécquer en Santo Domingo y sentir el hálito de Sanchico, la momia, en el cuello. Bebían vino hasta extasiarse y volaban luego entre las piedras.
Felipe y Emiliano tienen nombres de procónsules romanos. Mientras la ciudad arde, ellos miran a Pedro como Nerón en la hoguera. Saben que la autoamnistía no cuela y sólo esperan que no se vuelva Calígula y nombre emperador a su caballo. Toledo lo ha visto todo en la vida y ahora verá también el final del sanchismo. Cuántos Sanchos y Sánchez habrán pasado por sus muros. Sancho IV se revolvió contra su padre, Alfonso X. Pedro Sánchez, contra su hermano, Ábalos, al que devora igual que Saturno a sus hijos. Las familias son tremendas.
Felipe vino a Toledo de manera humilde a la cobija de Page. Podría haber sido más presuntuoso y hacer como en el Evangelio, que se abrieran los cielos y de lo Alto surgiera una voz que dijese "Este es mi Hijo, el amado". Pero no hace falta porque todos lo sabemos y lo vemos sin que nadie lo cuente ni lo diga por delante. Page asiste atónito al final de una época o tiempo que intentó matarlo sin conseguirlo. Resiste con su mayoría absoluta a la ribera del Tajo mientras templa el acero toledano. Él no lo dirá ni lo reconocerá, pero sobre él se posarán las miradas cuando Pedro caiga. Felipe ha sido el primero y no será el último. Con chaqueta de pana o cazadora de cuero. La digestión será larga y pesada y el Psoe, sin verlo aún, corre camino a la pasokización. Por eso el camino estará plagado de espinas y será difícil recorrerlo. Pero los héroes tienen escrito el sino en el firmamento y no pueden oponerse a ello.