Javier del Castillo

Javier del Castillo


Un Papa diferente

22/04/2025

No fue un revolucionario, pero sí un reformista convencido. También un defensor de los pobres y desfavorecidos. Populista para algunos, desde el mismo día de su elección, hace poco más de doce años - el 13 de marzo de 2013 -, Jorge Mario Bergoglio marcó las diferencias. El Papa Francisco, sin renunciar a los principios de la Iglesia, intentó romper algunas estructuras ya obsoletas y acercarse a los problemas e inquietudes de la gente. 
Ayer lunes, a las 7:30 horas, con 88 años, «regresó a la casa del Padre», después de haber dado el domingo la bendición Urbi et Orbir en la Basílica de San Pedro. Tras rezar por la paz en el mundo y haber recibido en audiencia al vicepresidente de Estados Unidos, J.D. Vance. Con el Papa Francisco siempre había margen para la sorpresa. No ha sido un servidor de la Iglesia previsible, ni mucho menos hermético. Cercano, sencillo, extrovertido y espontáneo, en sus apariciones públicas no solía dejar indiferente a nadie.
Lejos de la pompa, del boato y de la ceremonia protocolaria, el Papa Francisco eligió estar al lado de los más débiles, defender a los inmigrantes – como lo evidenció en su visita a la isla de Lampedusa – y ponerse en la piel de aquellos a los que definía como «descartados». El primer Papa no europeo de la historia – también el primer jesuita en acceder a la silla de San Pedro – se ha ido después de pasar una larga temporada ingresado en hospital, dejando algunas asignaturas pendientes. 
Ha visitado 60 países durante su pontificado, pero no encontró hueco en su agenda para venir a España, como tampoco lo encontró para volver a su Argentina natal, donde siempre le recordarán como el obispo auxiliar de Buenos Aires y un hincha acérrimo del San Lorenzo de Almagro. Nadie le podrá negar, por otra parte, su empeño y dedicación en el diálogo y entendimiento entre diferentes culturas y religiones. Nadie le discutirá su valentía para denunciar las injusticias y su sinceridad a la hora de admitir sus propias dudas existenciales. 
Su personalidad innovadora y reformista – muy diferente a la de su antecesor, Benedicto XVI, al que le pedía consejo con frecuencia – se contuvo ante los principios fundamentales de la Iglesia Romana. Quiso reformar la institución, pero sin alejarse de las pautas marcadas por la doctrina impulsada por sus antecesores. Denunció, por otra parte, los abusos sexuales de algunos miembros de la jerarquía eclesiástica y exigió responsabilidades por sus conductas execrables. También mostró su preocupación por el cambio climático y tuvo que aguantar – casi siempre de forma implícita – la oposición del sector más conservador de la Iglesia. 
Cuando el cardenal camarlengo, Kevin Farrell, convoque el cónclave para la elección del nuevo pontífice, se abrirá de nuevo el debate sobre las reformas iniciadas - y no acabadas – del Papa Francisco. El nuevo Papa marcará las líneas fundamentales de su reinado, dando o no continuidad a la tarea llevada a cabo por su antecesor, pero sin perder de vista los cambios sociales y políticos actuales. 
El Papa Francisco ha marcado una época y un estilo propio. «A lo largo de la vida tuve también momentos de crisis, de vacío, de pecado, etapas de mundanidad. Y luego el Señor consiguió librarme de ellos», explicaba Jorge Mario Bergoglio.
Aficionado en su juventud al tango, futbolero y con sentido del humor, el Papa Francisco ha estado siempre al lado de los pobres, ha denunciado las desigualdades, pero le ha tocado afrontar una época difícil, de incertidumbres. 
De conflictos y desastres.