Los agricultores se han echado a la calle este febrero dispar, entre niebla, frío y carencia. La mecha prendió en Francia y se ha extendido pronto al resto de Europa, anticipando la primavera en unas ruedas de tractores cansadas ya de arar. La tierra es para quien la trabaja, pero el problema es que ya no hay ni quien la trabaje ni cuide de ella, porque no trae cuenta. De eso se quejan los agricultores amargamente, de cómo la ciudad y los urbanitas los hemos olvidado sin miramiento, renegando de nuestros principios, las raíces que alumbraron aquello que somos y nos han traído acá. Dejar a un lado el sector primario es como darse tiros en el pie hasta quedarse cojo, mutilarse los brazos y hasta la lengua para no hablar más nada ni gritar ni chillar por los caminos. A eso no se resignan los agricultores ni tampoco los ganaderos y han levantado una pira de hierbajos y tractores que arderán hasta que alguien les haga caso. Nos paran a los conductores y nos hacen caminar a su paso, lento, cansado, de quien ya nada espera porque se lo quitaron y llevaron todo. El Gobierno tiene un problema y no lo de Puigdemont.
La gran cuestión del campo español y europeo es que no todos compiten con las mismas armas. Compramos alimentos de otro lugar del planeta que vienen sin las garantías comunitarias y son tres veces más baratos. Los precios están por los suelos y nadie puede estar trabajando constantemente a pérdidas, con la subvención debajo del brazo. Quienes madrugan y a las cinco ya están arando, no quieren paguitas sino vivir de su trabajo. En eso algunos que no han dado un palo al agua en su vida, quizá no lo entiendan. Pero esto es así. Busquen a los agricultores en las carreteras y hablen con ellos… Ya verán cómo ninguno quiere ser paniaguado de Bruselas… Europa se equivocó con el campo y la mecanización e industrialización se volvieron en contra, pudiendo ser aliadas. Lo vemos en nuestra comunidad autónoma y algo que tanto amamos como el vino. Tanto producir vino y resulta que luego no es fácil venderlo. Y las autoridades europeas pagan por arrancar viñas en lugar de encontrar su verdadero valor. Son muchos años de pérdidas y poco futuro.
Los tractores se han echado a la carretera porque no hay mañana ni calabacines ni remolacha ni huertas. Se han ido extinguiendo los cultivos porque no hay nadie que cuiden de ellos. Y nos comemos los tomates de plástico que vienen del más allá o plátanos de cartón que no saben a nada. El urbanita se ha vuelto woke y quiere cosas que no sepan, no huelan ni tengan color, como el alma negra que se ha ido tiñendo del humo de las fábricas. Las sociedades que olvidan el campo y no guardan respeto a quienes cultivan los alimentos están muertas. Quedaremos como los de la sociedad de la nieve, para comernos unos a otros, a dentelladas frías y calientes. Como el hambre que ya abre sus fauces nuevamente por las tierras de Castilla y las de la Mancha, igual que el olmo de Machado que ya no espera otro milagro de la primavera. Quién indulta y amnistía al campo para que pueda vivir de lo que produce. Pasamos la vida entera hablando de delincuentes y se han secado las higueras, no producen los olivos y se mueren las enredaderas. Sólo quedará el verde de Federico entre el viento por las montañas. Y miles de personas que no sabrán dónde ir ni qué hacer con sus vidas. Este es el problema de España.