Alejandro Ruiz

EL REPLICANTE

Alejandro Ruiz


El desfibrilador

24/04/2025

La polarización política en la que vivimos, intencionada, organizada y programada, forma parte esencial de las políticas populistas actuales y se centra fundamentalmente en la idea de falso dilema o falsa dicotomía. Solo existen dos alternativas, o blanco o negro, o progresista guay o fascista, reduciendo el pensamiento político a dos únicas opciones de bandos incompatibles. 
El objetivo de la polarización del debate político no es otro que empobrecer el pensamiento crítico y facilitar la manipulación dificultando la construcción de consensos. Los ciudadanos son obligados a la toma de decisiones apresuradas pensando que están eligiendo entre dos extremos sin poder analizar mínimamente otras posibilidades. Se trata de hacer creer a tus seguidores que todo lo que no forme parte de tu cuerda política, identitaria o afectiva, forma parte de las antípodas, colocándolo todo en el ultra extremo extremísimo del infinito y más allá. Así, por muy despreciable que sea la actitud de los tuyos, podrás asumirlo todo y justificarlo al margen de una mínima consideración ética, convencido de que siempre será mejor que pasarte a alguna de las posturas de la otra alternativa existente, tan lejana a tu ideario político.  Una manipulación emocional y afectiva para presionar a las personas a tomar partido sin reflexionar, simplificando la realidad para perder los matices y las perspectivas más complejas. 
Destruido intencionadamente el espíritu de la Transición, esta dicotomía maniqueísta cala especialmente en el planteamiento político y doctrinario de la izquierda que, con gran éxito propagandístico, marca la diferencia con la derecha arrogándose las ideas de Libertad, de Igualdad o de Solidaridad, conquistadas como señas de identidad de la izquierda, frente a la Dictadura, como seña de identidad de la derecha vinculada necesariamente a la represión, la desigualdad y el egoísmo de los empresarios y banqueros capitalistas. De este modo, como vemos, se blanquean y se justifican sin contemplación determinadas dictaduras, así como actuaciones más que dudosas de correligionarios y afectos que nada tienen que ver con la libertad, la igualdad o la solidaridad. 
En fin, en todo caso, ignorancia mutua y recíproca que dificulta la coexistencia política y se expande peligrosamente a todos los ámbitos en los que uno pueda ser absurdamente colectivizado, a cualquier división o contraste entre opuestos; ricos y pobres, hombres y mujeres, homosexuales y heterosexuales, jóvenes y viejos, público y privado, progresistas y conservadores, Trump y Putin, del Barça o del Madrid.
De ese modo nuestra democracia está en paro cardiorrespiratorio y requiere urgente una reanimación efectiva, algún tipo de desfibrilador que pudiera desempeñar un papel educativo que incentive la comprensión de la democracia como un espacio ecléctico de ideas donde pueda darse el debate constructivo y el respeto por todas las posiciones ideológicas.