Muchos grandes desastres van gestándose poco a poco, como quien incuba en su seno un monstruo que luego da a luz y llena todo de oscuridad con su horrenda y criminal actividad. Así sucede a menudo con el universo político y social, basta ver la fragilidad general de nuestro planeta ante las actuales convulsiones económicas y el general enfrentamiento militar, tentando la suerte con amenazas, con muchas tensiones innecesarias que crecen. Recordemos que la I Guerra Mundial, como la II o la última guerra civil española no estallaron de improviso y sin avisar.
La Semana Santa recuerda la tortura y muerte del gran inocente, Jesús de Nazaret, generada por el alto clero y los gobernantes de su tiempo. El sumo sacerdote, Caifás, lo dejó claro: «conviene que muera uno solo por el pueblo y no perezca toda la nación.» Los Evangelios nos dan una visión sumamente crítica del establishment, de quienes gobiernan el mundo: mundanos, inmundos. Luego lo llamarían «razón de estado», que a veces con impulsos terribles movidos por ocultos intereses producen crímenes o catástrofes. El reciente artículo de un escritor de raza como Juan Manuel de Prada, El negocio del miedo, bien lo denuncia sin zarandajas. Después de las patrañas y mentiras, los negocios sucios realizados en torno al coronavirus, el sometimiento de los pueblos a prisión domiciliaria, como un experimento social de algo que bien puede retornar, vemos cómo poco a poco, el gran negocio internacional de las armas, sucio como ninguno, intenta forzar a España para que aumente el gasto en material de destrucción. Así nos amenazan desde la Unión Europea, desde EEUU, para hacer frente a lo que hace un tiempo podía ser un mundo de intereses compartidos, comercio que a unos y otros beneficia... Pero junto a las guerras comerciales, el conflicto civil en ciertas zonas de Ucrania o su invasión, según se vea, está forzando a muchos países llevándonos hacia posiciones extremas. Las leyes nos arrebatan el fruto de nuestro trabajo y fuerzan a los jóvenes a enrolarse en los ejércitos para una guerra que casi nadie quiere y que podría ser fatal para todos. Como en los sagrados libros se nos dice, el pueblo suele ser engañado, movido por ciertos dirigentes, así fue cuando gritaba contra Jesucristo desde la gran mentira: «Tenemos una ley, y según esa ley debe morir». No conviene confiar demasiado en las leyes, abstracciones engendradas quizás por turbios intereses. Mataron al Mesías, a la Promesa, la Palabra quedó en silencio, enterrada, quisieron eliminarla, después de someterla a tormento. Mas después de la tormenta vino el domingo de resurrección. Resurgió: Sol de la esperanza que puede iluminarnos hoy. Poco a poco nos fuerzan hacia un «trágala», aterrorizándonos con amenazas que podrían evitarse. Ante la muerte, ilusionados creyentes seguimos esperando en la resurrección de la Verdad.