Cinco cadáveres, uno con disparos de escopeta a quemarropa, dos con la cabeza destrozada por una pieza metálica dentada y otros dos calcinados, fue el saldo del crimen de Los Galindos en el cortijo de Paradas (Sevilla), escenario de una orgía de sangre que casi 50 años después sigue acumulando preguntas sin respuestas.
«El caso guarda muchos misterios sin resolver», asegura el periodista Francisco Gil Chaparro, autor de Los Galindos. El crimen de los silencios, que la sevillana editorial El Paseo lleva ahora a las librerías un año antes de que se cumpla casi medio siglo de estos cinco homicidios que quedaron sin resolver pese a los muchos indicios de que fueron ejecutados de manera improvisada y absolutamente burda.
Después de tres décadas estudiando los hechos y entrevistando a testigos, vecinos de Paradas, jueces, fiscales y abogados, Gil Chaparro, periodista de 65 años con una amplia trayectoria en la cobertura de sucesos, afirma que el crimen de Los Galindos quedó irresuelto por «una pésima investigación inicial».
«El primer juez no llegó al cortijo hasta 24 horas después de producirse las muertes, y medio pueblo de Paradas recorrió el escenario del crimen en las horas inmediatas», señala el comunicador, que ahora ha enriquecido su investigación inicial sobre los sucesos con testimonios y fotografías inéditas, algunas del escenario del crimen.
El 22 de julio de 1975, alguien asesinó al capataz del cortijo de Los Galindos, un ex guardia civil apellidado Zapata, y a su esposa, golpeándoles en la cabeza con la pieza metálica y dentada de una empacadora que se denomina pajarito. Posteriormente, un tractorista apellidado Parrilla que pasó por el cortijo para cargar agua fue asesinado con tres tiros de escopeta y, finalmente, los cuerpos de otro tractorista apellidado González y su esposa fueron quemados en una gran pira de paja.
La Guardia Civil dio por concluida las investigaciones 25 días después de los hechos, aseverando que había sido González el autor y que decidió suicidarse junto al cadáver de su esposa quemándose.
Esa conclusión, tan precipitada como insostenible, la atribuye Gil Chaparro a que el dueño del cortijo, exmilitar y aristócrata con títulos de Grandeza de España, consiguió que las entonces autoridades franquistas echaran tierra sobre el asunto.
Ocho años después del crimen y ante el cúmulo de incongruencias, un juez decidió exhumar los cadáveres y, tras una nueva autopsia, se confirmó que González y su esposa también tenían la cabeza destrozada y que al tractorista, además, le habían seccionado las piernas y los brazos, con lo que difícilmente podía ser el autor de la masacre.
El cadáver perdido
Además, queda demostrado que González, una vez cometidos los homicidios del capataz Zapata y su mujer, fue al pueblo de Paradas a recoger a su esposa para, a las tres de la tarde, un día de julio, regresar urgentemente al cortijo vistiendo además sus mejores galas, para terminar calcinados en el fuego.
El cadáver de Zapata no fue hallado hasta tres días después del crimen, semioculto por un montón de paja junto a una tapia exterior del recinto, por lo que en un primer momento se le achacaron las muertes.
Para mayor enrarecimiento de todo lo sucedido, el dueño del cortijo, el marqués de Grañina, se quedó a dormir en Los Galindos la misma noche del crimen y las dos posteriores y, cuando fue interrogado sobre ello por la Benemérita, adujo que tenía propiedades en el lugar -maquinaria y animales, entre otras- para dejarlas sin custodia.
Uno de los cinco hijos de Grañina, Juan Mateo Fernández de Cordova, publicó hace cinco años un libro titulado El crimen de los Galindos: Toda la verdad, que Gil Chaparro juzga falto de rigor por más que culpe a su propio padre de haber sido, cuanto menos, encubridor de las muertes.
Todos estos hechos fueron recogidos ya por este experto en 1997 en El crimen de Los Galindos, publicado por la Universidad de Sevilla, en cuya Facultad de Comunicación se ha estudiado como ejemplo de periodismo de investigación y que llevaba un prólogo del catedrático de Periodismo Ramón Reig.
En base a aquella investigación inicial es sobre la que ha trabajado ahora con materiales inéditos, convencido de que el crimen no se resolverá nunca, de que sus autores -al menos dos o tres personas del entorno más inmediato a Los Galindos- puede que ya hayan muerto, así como quien albergó alguna esperanza de que confesaran, cuando los delitos prescribieron en 1995.
Quizá por ello, y como todos los hechos que permanecen envueltos en misterio, estos han dado lugar a libros como La novela del crimen de Los Galindos, del periodista Ismael Fuentes -para Gil Chaparro el más conectado con la realidad- o la obra de absoluta ficción de Alfonso Grosso Los invitados -llevada al cine con el mismo título y con la intervención de Lola Flores y Amparo Muñoz-, además de la serie televisiva El marqués y un documental en cinco entregas.