Dentro del ciclo de conferencias 'Toledo: Luz de Europa', Juan Eslava Galán dio una primera charla en la que, en poco menos de hora y media, esbozó un somero recorrido sobre la Historia de Toledo, viajando desde la Roma de Tito Livio hasta la Imperial Toledo del siglo XVI, cuando la capital de la Corte se marchó a Madrid para no volver.
Con sus maneras de amena didáctica, culta ironía, amable erudición y sincera bonhomía, hizo pasar un rato agradable e instructivo a los que tuvieron la suerte de escucharle en un abarrotado Museo Sefardí.
Sobrevoló por la poliédrica Toledo, romana, visigoda, mozárabe, hebrea, musulmana y cristiana.
Nos recordó la falsedad del famoso mantra de la convivencia de las tres culturas y acuñó el menos ventajista de coexistencia. Nos llevó a las 1001 noches, a aquella noche 272 en la que Scherezade salva el cuello a costa de la historia del Toledo de los cerrojos.
Nos habló de la mesa del Rey Salomón y de San Ginés, alimentando su hermosa leyenda de esas búsquedas, en las que seguimos los seres humanos, de la Santa Alianza y el nombre secreto de Dios, creamos en los dioses que creamos.
Buceó en las fascinantes disputas teológicas de Elipando y el Beato de Liébana sobre la naturaleza triangular de la Santísima Trinidad y la naturaleza adoptada de Cristo, que vinieron a fijar unas creencias que aún hoy perduran.
Evocó la entrada de Alfonso VI a Toledo, sus disputas fratricidas. El mantenimiento, frente al acaparador rito romano, del rito mozárabe que, gracias a Alfonso, actualmente existe. Esbozó ese tránsito, que algún día deberá ser debidamente novelado, del Reino de Toledo al Reino de Castilla.
Nos hizo rememorar la época dorada de la Escuela de Traductores, que llevó a congregar en Toledo una pléyade de científicos, matemáticos, comerciantes, filósofos, astrólogos, poetas, que generó aquella ecléctica marabunta floreciendo en una deliciosa Alejandría de occidente, cénit cultural nunca igualado en España.
También nos azuzó con esa Toledo rebelde y reivindicativa que ahora tanto echamos tanto de menos, superadora de sectarismos excluyentes e interesados, unido en causas e iniciativas identitarias y sensatas con horizontes más lejanos que los pueriles y hueros partidismos, parcelitas y regates a corto plazo.
Nos recordó el problema del agua, que más allá de norias, azacanes artificios de Juanelo… hizo que al final la Corte buscara aire, agua y espacio en ese castillo de Toledo que era Madrid.
Nos recordó que mil años no son nada y que más allá de creencias, tecnologías, intereses, imposiciones existen los principios, los valores y, sobre todo, la Instrucción y la Educación, esa que nos dijo que es tan importante porque es el mejor legado que podemos dejar a los que nos sucedan.
Lo contó un maestro de maestros, de docentes y escritores, cuyo abuelo era analfabeto y que escribe como nadie historias para escépticos. Yo creo que deberíamos tomar nota, en esta sociedad nuestra, en tantas ocasiones, tan dolorosamente sectaria, tan osadamente inculta y desmemoriada.