Usted puede odiar a Pedro Sánchez, y entonces le colocarán los unos en la fachosfera. O puede amarle incondicionalmente pese a todo, y así ingresará usted, dicen los otros, en el pesebrismo. Lo que muy pocos pueden permitirse hacer es permanecer crítica o laudatorimante indiferentes ante el personaje: se le quiere o se le odia, y punto. Y así ha venido ocurriendo en los últimos seis años, que se cumplen el próximo 2 de junio, aquel día de 2018 en el que, triunfante de una moción de censura contra Rajoy, apoyado por una extraña amalgama de partidos, ascendió a la presidencia del Gobierno. Ahora, yo diría que desde esta misma semana, el presidente del Gobierno español más polémico -y mira que es difícil encabezar el ranking- afronta su quizá penúltima campaña electoral. Y digo quizá y penúltima porque nos hallamos ante alguien por completo imprevisible, del que casi todo se puede esperar.
Ya este miércoles, el inquilino de La Moncloa y seguramente candidato a repetir en el puesto encara su acto inicial hacia las elecciones europeas, como primer paso, y hacia las generales, como segundo; se celebren estas últimas cuando se celebren, que yo apuesto que será antes de lo que muchos piensan y muchísimo antes de lo que desde el Gobierno dicen. Y este primer acto electoral no será un mitin, no uno según los moldes clásicos al menos: será una comparecencia, autoconvocada, ante el Congreso de los Diputados, para hablar de cosas tan desconectadas como las acusaciones de presunto tráfico de influencias contra su mujer, Begoña Gómez, o el reconocimiento del Estado palestino, abriendo el frente europeo que Sánchez, comandando al PSOE, está dispuesto a ganar.
Sí, acto electoral más que comparecencia parlamentaria precisamente dos días antes de que comience oficialmente la campaña electoral europea. Sánchez tiene todas las bazas en la mano para ganar en esta aparición: tanto en el tema de su mujer, que, teóricamente, le hizo retirarse cinco días a 'meditar' sobre si se iba o se quedaba como inquilino en el palacio de La Moncloa, como, por supuesto, en la cuestión palestina. Lo primero le ha hecho, dice al menos el CIS, ganar apoyo en la población; lo segundo, le coloca al frente de las simpatías propalestinas de una mayoría de los jóvenes españoles. Eso es matar dos pájaros de un tiro. Y alguno más que caerá, precisamente sobre la cabeza del aspirante, Alberto Núñez Feijóo, que merecería, y merecerá, crónica aparte.
Tengo para mí que la campaña de Sánchez incluirá, en el haber, la inminente aprobación de la 'otrora' polémica ley de amnistía, con esa 'normalización' del conflicto catalán que estalló violentamente en 2017 y hoy se halla tan difuminado que hasta los independentistas andan descolocados, como pollos sin cabeza, despistados, por los resultados de las elecciones catalanas del pasado día 12. En su colección de trofeos de caza, Sánchez puede lucir, en estos seis años triunfales (bueno, dejémoslos en extremadamente polémicos en los titulares de prensa, día tras día), las cabezas de Rajoy y sus 'lugartenientas', de Pablo Casado, de Albert Ribera y de su sucesora Inés Arrimadas, de Pablo Iglesias y de todo Podemos, ahora las de Puigdemont y de Junqueras... Enfrentarse a Sánchez es casi tan peligroso como cooperar críticamente con él, y eso vale también para sus odiados periodistas y sus despreciados jueces. A La Moncloa solo le vale la adhesión incondicional.
Y sí, es cierto que Sánchez, y parte de su equipo, han 'pacificado', vamos a llamarlo así, ese conflicto catalán que, decía Ortega y Gasset, no tiene solución definitiva, sino 'conllevanza', que tiene parte de magia y de engaño, y es arte en el que Sánchez se ha revelado como un fuera de serie. Ha limado las uñas de Bildu mientras se atraía al PNV, ha realizado una política económica que en parte se puede criticar, pero en otra buena parte alabar, y ahí están las macrocifras. Pasó indemne los tiempos inéditos del COVID, transita por esa Europa en guerra con Ucrania como Pedro por su casa -nunca mejor dicho_y controla a su partido tan férreamente que casi no se le puede llamar partido, sino movimiento presidencialista, mientras convierte a sus socios coaligados de Sumar en casi un apéndice del PSOE, ya veremos por cuánto tiempo. Un figura.
¿Qué más quiere usted para conmemorar el VI aniversario triunfal? Hombre, los críticos, esos a los que sitúa en la derecha/extrema derecha sin demasiadas distinciones entre ambos, le dirán que ha destruido la separación de poderes y la seguridad jurídica; que ha limitado todo lo que ha podido la libertad de expresión; que se ha saltado a la torera no poca legislación, comenzando por el Código Penal, e incluso varias veces la Constitución; que no ha cumplido casi nunca su palabra y que todo, incluido el perdón del Fugado, lo ha supeditado a su supervivencia. Para no hablar de la apropiación, la ocupación, de parcelas importantísimas del Estado, desde la Fiscalía al CESID, pasando por tantos otros estamentos. Las críticas, por muy razonadas que estén, y aunque una parte las compartan los propios, importan poco al verdadero resiliente, que sabe que el titular escandaloso de mañana hará olvidar al de hoy. Y convengamos que a PS le viene muy bien que algunas de tales críticas, por excesivas, por demasiado odiadoras, se pasen de la raya: él es capaz de pasar en un instante de verdugo a víctima, y en ambos papeles está muchas veces convincente.
Creo que nunca, desde la restauración de la democracia, había acumulado nadie tanto poder y, al tiempo, se había colocado en posiciones de tanta inestabilidad: todo se tambalea, pero ¿y qué?. Ni siquiera tuvo tanto poder aquel Felipe González de la inmensa mayoría absoluta de 1982, o sea, este Felipe González, que, por cierto, también figura entre los enemigos, o entre los críticos, caídos: ¿quién se acuerda ya, si no es con nostalgia, de Felipe y de Alfonso? Casi relegados a un rincón oscuro de la fachosfera. Pues eso: que la penúltima carrera electoral, superada con sobresaliente la barrera catalana, que ya veremos en qué acaba eso, aprobada la carrera vasca y suspendida la gallega, empieza esta misma semana. Y encima con el VI aniversario, digamos triunfal, para sacarlo a relucir, lustrando los triunfos, opacando los fracasos, en los mítines que, por decenas, nos vienen.