Emiliano García-Page lo ha llamado «el cupón independentista» para marcar distancias, la distancia acostumbrada, con los tejemanejes de mercadillo persa de Pedro Sánchez al que no le interesa tanto gobernar como estar en el poder, en la Moncloa, en la poltrona curul, que es cosa muy distinta. Gobernar implica tener un proyecto, al menos a medio plazo, aceptar y renunciar si ese proyecto es inviable o impracticable en aras del bien general. Pero Sánchez ha decidido intentar la cuadratura del círculo, «eternizar lo inviable» (otro concepto emilianista) con tal de estar, seguir, permanecer, a cualquier precio. Si lo de Sánchez es viable lo es a costa de un precio que debería ser inasumible para el resto de los españoles distintos a los independentistas, también para los catalanes y los vascos que no comulgan con el mantra reaccionario y excluyente del independentismo.
El cupón independentista es como el nuevo muñeco, roto y averiado, que el entramado de poder actual pone en el escaparate de los disparates supuestamente inconstitucionales. García-Page dice que es un brote evidente de esa izquierda reaccionaria que también padecemos porque, según dice, «no todo lo reaccionario está a la derecha por mucha esquerra que una quiera poner en su título». García Page llegó el pasado sábado a Ferraz, al Comité Federal, con la escopeta cargada y soltó toda la munición en la misma puerta antes de meterse en el concierto a la búlgara que había preparado Pedro Sánchez, porque el presidente de Castilla-La Mancha se está quedando muy solo, con Lambán. Page y Lambán ejercen de nota discordante, desafinante y desafiante.
Los congresos a la búlgara se sustancian siempre en un «lo que diga el jefe» y atronadores aplausos, prolongados, sonoros, borreguiles. Eso es lo que está consiguiendo Pedro Sánchez con nuestro PSOE, y digo «nuestro», porque finalmente el PSOE, el que puso en el mapa de la actual democracia Felipe González, es una pieza indispensable para entender el milagro de la convivencia durante los últimos cuarenta años. Pero este PSOE cada vez tiene menos que ver con aquel. En los tiempos de Felipe González se hablaba de hiperliderazgo pero había unos Comités Federales a cara de perro con navajas de Albacete entre guerristas y renovadores, y hasta con el aliño de una «corriente interna», formalmente constituida, de nombre «Izquierda Socialista», mosca cojonera dando la batalla siempre por remarcar las esencias más izquierdistas. Eran otros tiempos en los que ese «hiperliderazgo» de Felipe se levantaba sobre una sucesión de mayorías absolutas incontestables. Otros tiempos diferentes a los de gastamos ahora, en los que el cesarismo creciente de Sánchez se sustenta no en victorias electorales claras sino en aritméticas parlamentarias inverosímiles construidas con los mimbres del cambalache continuo con los enemigos del bien común que en nuestro caso es el interés de todos los españoles
De manera que el curso comienza con las maniobras de Pedro Sánchez hacia la aclamación total y la soledad de Emiliano García-Page, al que solamente protege una mayoría absoluta tan incontestable como aquellas de Felipe que, sin embargo, no impedían que los Comités Federales fueran un ámbito real de discusión sobre las estrategias y las derivaciones múltiples que podía tomar aquel PSOE ganador en España y casi en todos sus territorios. El de ahora, conviene no perderlo de vista, gana en Castilla-La Mancha, y poco más. En el resto mercadea, que no es lo mismo. En Cataluña también, donde la presidencia de Salvador Illa, que no niego que es más positiva para los catalanes que la de cualquier independentista, se levanta sobre los cimientos aún poco conocidos del «cupón independentista», eso que todavía no sabemos muy bien que puede ser pero que tenemos la certeza que será un agravio para el resto de españoles no independentistas, y bueno para los intereses de Sánchez, el hombre que no quiere gobernar sino estar en la poltrona curul, y sus socios, esos que «cuanto peor para vosotros mejor para nosotros». Ese es el terreno en el que nos movemos y las arenas movedizas que pisamos, las mismas que Sánchez quiere que le ratifiquen los suyos en un Congreso Federal adelantado un año sin razón aparente con la intención de que se convierta en una sinfonía densa y monolítica de proporciones descomunales.