De vez en cuando por distintos motivos y motivaciones me sumerjo, con gusto e incertidumbre, en cuestiones de Bioética, esa incómoda ciencia, que reflexiona y estudia las conductas humanas, orientada a consensuar procederes lo más apropiados posibles respecto a la Vida.
Las normas son imprescindibles siempre y cuando se apliquen con responsabilidad, proporcionalidad, equidad y sentido común. Una norma puede ser laxa, rígida, huidiza, retorcida. Un arma defensiva o arrojadiza cargada de pasado, presente, futuro según la munición con la que la queramos alimentar en un momento dado.
Tenemos una Constitución buena y seria que sabe salvaguardarse porque exige consenso y paz social para modificarse, por lo que paradójicamente cuando más división y crispación tenemos más asume la táctica del erizo para huir de ocurrencias hueras.
Pero ciertamente, más allá de conveniencias personales y partidistas, en este país somos incapaces de mirar con perspectiva, y la Constitución Española en casi medio siglo no ha tenido más retoques que los derivados de suaves capones de la Unión Europea para permitir a un extranjero presentarse a las elecciones locales (artículo 13.2) o alguno más serio para intervenirnos, prohibiéndonos disponer de un dinero que no tenemos sin la autorización de Europa (artículo 135).
Motu proprio solo hemos cambiado una palabra en el artículo 49 sustituyendo la peyorativa y agresiva disminuidos, por las más adecuadas conceptual y estéticamente personas con discapacidad.
Un balance francamente paupérrimo, de sensación de parto de los montes, a la hora de analizar la capacidad de ponerse de acuerdo de nuestros representantes en lo que realmente importa.
No me voy a poner estupendo con formas de Estado, financiación, solidaridad… aunque me gustaría introducir una reflexión sobre el tema derechos fundamentales.
Atesoramos un catálogo extenso, y el tan denostado Tribunal Constitucional creo que los ampara correctamente. A riesgo de ser iluso, pienso que es momento de revisar e introducir alguno más con los temas tan en boga de Inteligencia Artificial y Neurociencia.
Estamos llegando a un punto en el que hasta se está entrando en la privacidad de nuestros pensamientos; a golpe de click ya se sabe lo que nos gusta, pero también lo que nos atemoriza y nos hace culpables.
Si alguien o algo entra en nuestros pensamientos qué evitará que nuestra identidad personal se diluya con la conexión a redes digitales externas. Que se vea vulnerado nuestro libre albedrío a la hora de tomar una decisión libre y autónoma mediante una manipulación tecnológica. Que alguien use y comercie los datos obtenidos durante la medición de nuestra actividad cerebral sin nuestro consentimiento. Que se use esa neurotecnología para aumentar la capacidad de algunos que puedan pagarlo por encima de otros. Que se nos discrimine por nuestro propio pensamiento.
Baudelaire fue muy cabal y agudo reivindicando el derecho fundamental a contradecirse que tan astuta e impunemente aplican tantos de nuestros políticos, pero quizá sea momento de estar a la altura de la sociedad, ir un poco más allá y trabajar en lo de todos, no solo en lo de algunos.