Javier López

NUEVO SURCO

Javier López


Francisco: el papa del pueblo

23/04/2025

Cuando llegó Francisco a Roma todo fueron especulaciones sobre el futuro. Algunos anunciaban revolución. Al final la revolución no ha sido tal, pero sí han existido aperturas de caminos, señales de por donde debe caminar la Iglesia para ajustar su mensaje a lo fundamental el Evangelio: amar a los más necesitados, servirles. Francisco tuvo claro desde el primer momento que esa era su misión. Quitarle caparazones y costras seculares a una Iglesia Católica necesitada de humildad y de contacto con el terreno, con la vida real. Francisco ha sido un Papa con los pies en el suelo, conocedor de esa fibra humana que provoca en nosotros lo mejor y lo peor
Sus detractores más conservadores le han considerado temerario, frívolo, inconsistente desde el punto de vista intelectual; otros, más progresistas, consideran que todo en su pontificado ha sido humo, gestos sin profundidad, falta de una rotunda voluntad de cambio. Entre unos y otros, emerge una opinión más ponderada sobre el legado de Francisco al frente de la Iglesia, una herencia que posiblemente no serremos capaces de ver hasta que no pasen unas décadas, aunque su sello será más profundo, o solamente será un paréntesis, en función de quien sea su sucesor. Lo que ha hecho el Papa Francisco es dejar señales por la que transitar para abordar las grandes tareas pendientes: el papel de la mujer en el seno de la Iglesia, el reconocimiento total de los homosexuales sin ningún tipo de condicionamiento, incluso la reinterpretación de ciertos dogmas. Las tareas pendientes son titánicas en una organización tan colosal y lenta en sus movimientos que él lo único que ha podido hacer es iniciar un camino, dejarlo insinuado. Todo dependerá ahora de su sucesor, pero en una organización como la Iglesia Católica no son posibles las revoluciones. 'Las sandalias del pescador' es solamente una película.
¿Quién será el sucesor? Podría ser un africano o un asiático. Quinielas aún prematuras. Con Francisco se rompió la tradición que fuera europeo. Lo que está claro es que en un mundo en total convulsión la Iglesia tiene que mover ficha, es imposible que quede en medio como una fría estatúa de mármol.  Francisco lo sabía e hizo algún movimiento inspirador e iniciador. El siguiente Papa tendrá que ahondar en ese camino o volver hacia atrás. La Iglesia tiene pendiente una gran revolución para salvar lo fundamental de su mensaje y seguramente todavía no estamos en condiciones de ver hasta donde podría llegar ese movimiento de reinicio y reinterpretación desde sus propios orígenes, pero las revoluciones en el Vaticano solamente son posibles desde pasos prudentes y lentos pero inequívocos en la dirección. Es lo que ha comenzado a hacer Francisco.
Realmente el Papa Francisco no se inventó nada nuevo. Lo único que pidió fue una Iglesia más atenta a su mensaje fundacional y menos entretenida en las hojarascas de los siglos;  hizo hincapié en aspectos de la llamada Doctrina Social de la Iglesia (que no solamente son los referidos a la moral sexual) que generalmente son menos tratados o tenidos en cuenta por  esos seglares católicos que, paradójicamente, se perciben como muy comprometidos con el magisterio eclesial. Por eso al Papa Francisco le gustaba criticar la injusticia, las relaciones económicas insanas o las derivaciones más perversas del capitalismo, aunque no decía nada que no esté ya escrito desde hace décadas en los documentos fundamentales de la Doctrina Social de la Iglesia
El próximo Papa tiene la llave, y  nunca mejor dicho para referirnos al sucesor de San Pedro. De su talante y de sus intenciones dependerá que recordemos a Francisco como un paréntesis o como el iniciador de un movimiento de renovación de gran calado que podría llegar muy lejos. Tener los pies en el suelo, en este suelo tan inestable del siglo XXI, es la clave. Hablar a la gente en el lenguaje que la gente entiende, como hizo magistralmente Francisco, el Papa del pueblo. Seguramente es el pontífice que mejor ha entendido el espíritu del Concilio Vaticano II,  aquello que comenzó Pablo VI y culminó Juan XXIII. Puede que todo lo que estuvo antes de él, el extenso período de Juan Pablo II y los años de Benedicto XVI, haya sido el auténtico paréntesis.