Moncloa y Ferraz han tocado a rebato: hay que conseguir, como sea, la unidad de los partidos situados a la izquierda del PSOE. De no lograrlo, la posibilidad de Pedro Sánchez de continuar al frente del Gobierno después de las próximas elecciones generales, sean cuando sean, serán mínimas. En el PP, en cambio, no pueden tocar a rebato por la unidad con Vox, el único partido de entidad con el que podrían gobernar si no alcanzaran por sí mismos la mayoría necesaria, porque al menos ahora esa suma no le interesa a Alberto Núñez Feijóo ni a la mayoría de los dirigentes del PP. En el futuro, ya se verá. Dependerá de cómo y de cuándo.
A Pedro Sánchez no le salen los números. Ha perdido numerosos apoyos y, además, algunos de los socios ya se muestran reticentes. Puede ser estrategia electoral, pero hay casos como el de Podemos, donde es creciente la animadversión hacia él.
Mientras, Sumar vive una situación de baja aparentemente irremediable. Yolanda Díaz ha ido de torpeza en torpeza, tomando decisiones que se advertían a la legua que eran destructivas. El desprecio a Irene Montero y su negativa a hacerle hueco en las listas al Congreso provocó que después de muchas peripecias Podemos abandonara Sumar y, además, tomara el mal hábito de no apoyar las iniciativas parlamentarias del Ejecutivo.
El jefe del Ejecutivo ha dado instrucciones a su partido de que tanteen el terreno para ver si es posible esa unión que tanto desea, pero los datos que le llegan es que Podemos sigue empecinado en dejar de lado a Yolanda. Confesaba un sanchista que conoce bien al presidente, que le gustaría prescindir de Díaz, que solo provoca problemas con su empeño en marcar posiciones contrarias a las del Gabinete al que pertenece, empezando por su llamamiento a que España abandone la OTAN.
Un sector de Izquierda Unida aboga por abandonar Sumar. Como ocurre también a En Comú y a Más País. Mónica García, actual ministra de Sanidad, no logra entusiasmar a la militancia, nunca fue un referente en el partido. Lo era Errejón, y su renuncia por un caso de presunto abuso sexual ha dejado muy hundida a la militancia y probablemente tendrá repercusión en los votantes.
Los únicos votos seguros en el Congreso con los que hoy cuenta Pedro Sánchez provienen de ERC. También le apoyan el BNG y Bildu, pero en cambio sufre, y mucho, con Junts, que amenaza constantemente con romper la baraja. No es un partido que formaría parte de la unidad de la izquierda que busca el PSOE porque es políticamente conservador, pero Carles Puigdemont le preocupa más por sus serias amenazas de ruptura.
Un pacto peligroso
En el otro extremo, en el PP, un sector defiende con uñas y dientes que se busque algún tipo de acuerdo con Vox, que se visualice que coinciden en lo fundamental. Núñez Feijóo, sin embargo, siempre más cómodo en posiciones centristas, se resiste. Y no es el único.
Al contrario de lo que ocurre en el PSOE, que quiere la unión -al menos electoral- de los partidos situados a su izquierda para no dividir el voto porque la aplicación de la Ley D´Hont castiga a las listas mayoritarias, el gallego sabe que en el caso de ir de su mano castigaría a su partido. De hecho, si en el 2023 no tuvo lo que auguraban las encuestas fue en buena parte por la campaña socialista de que votar al PP equivalía apoyar a Abascal. Y nadie en Génova vio la necesidad de exigir a los barones que estaban pactando sus gobiernos regionales y municipales que aplazaran los pactos hasta que se celebraran las elecciones generales de julio.
Después de esa experiencia, el PP ha comprendido, con dolor, que los españoles aceptan que los socialistas pacten con un partido como Bildu, que desciende de una banda terrorista, o con una formación de extrema izquierda radical como Podemos, o con independentistas, pero rechazan a un grupo de centro derecha que llegue a acuerdos con la extrema derecha.
Vox ha hecho méritos para que se incremente la animadversión hacia lo que representa. Más radicalizado que hace dos años, se han ido los mejores precisamente por no aceptar el radicalismo; mandan personas de escasa talla política y exceso de intolerancia, y se han aliado en Europa con el húngaro Orban, cuya negativa a asumir las reglas y normas aprobadas en la Unión Europea ha provocado que en Bruselas se planteara seriamente la expulsión de su país. Orban es aliado leal de Putin, que no es la mejor carta de visita en estos momentos. Y Abascal se ha convertido en el más firme aliado de Trump.
Hace unas semanas, Feijóo logró algo que buscaba sin éxito desde hacía meses: el fichaje del experto en estrategia electoral Aleix Sanmartín, que trabajó con éxito para Juanma Moreno y para el catalán Xavier Albiol. Fue contratado por Sánchez hace dos años, y finalmente ha aceptado la oferta de Génova.
Más que unidad de la derecha, lo que sabe Feijóo es que debe ganarse los escaños suficientes sin necesitar a Vox para llegar a La Moncloa. El PP tiene algún partido más a tener en cuenta: Coalición Canaria, Unión del Pueblo Navarro y la incógnita del PNV, que acaba de cambiar de presidente y un sector relevante quiere marcar distancias con el sanchismo para ganar el terreno que ha perdido frente a Bildu.
Incertidumbre
Todo es una incógnita en la política española, entre otras razones porque ni siquiera se sabe cuándo y cómo va a acabar la legislatura y si Sánchez va a aguantar los embates de corrupción que afectan a su círculo más próximo. Pero sí se detecta un síntoma claro: la coincidencia en la sociedad de que España era más estable, más fuerte, con dos partidos sólidos y media docena de partidos minoritarios.
Un nuevo Congreso con casi 20 partidos dispuestos a apoyar a quien le hace más concesiones y asume sus exigencias, es fórmula segura para que los españoles vivan peor y haya menos respeto a las leyes y a la Constitución.