Este fin de semana, en la localidad serrana de Castilblanco de Henares, se ha disputado la primera edición del Basket Castil12H. Con un gran éxito de organización, han participado, en un maratón 5x5 nocturno, 11 equipos - 9 masculinos y 2 femeninos- y un total unos 90 jugadores.
Participaron equipos de Torremocha de Jadraque, Guadalajara, Madrid, Daganzo, Castilblanco de Henares y Pinilla de Jadraque. Se impuso el equipo senior de Salesianos de Guadalajara, quedando segundo un equipo proveniente de Vallecas.
El torneo empezó a las ocho de la tarde del sábado. La final se jugó amaneciendo, a las 6 de la mañana del domingo, resultando el MVP, Germán Hierro, de Salesianos, que este año militó en Baloncesto Azuqueca.
Los responsables del torneo -la Asociación Amigos de Castilblanco- tuvieron el detalle de homenajear a Ángel Bravo, pívot del equipo de baloncesto de Pinilla de Jadraque a finales de los años ochenta y primeros noventa del siglo pasado.
Fue en aquella época, a rebufo de los triunfos que ya por aquel entonces obtenía la selección española -plata en Los Ángeles 84- cuando el baloncesto empezó a calar en los pequeños pueblos del alto Henares. En ninguno de ellos había aún canastas reglamentarias, de manera que el ansia de botar el balón en verano había que saciarla construyéndolas de madera. El problema era que la efervescencia de la juventud, y el hecho de estar algo más bajas de los 3.05 metros reglamentarios, las hacía sucumbir casi el mismo día de su construcción víctimas de algún mate con más fuerza de la debida.
Las primeras que llegaron a Pinilla, las trajo Carlos Elvira, alcalde por aquellos años, para regocijo de los veinteañeros de entonces. Y, aunque estaban hechas de hierro, tampoco estas eran ajenas al sufrimiento de tantos partidos a cien puntos disputados en el frontón del pueblo, sobre suelo de cemento, y sujetadas por piedras que había que poner y quitar. Había dos equipos fijos. Los jugadores aficionados del Real Madrid, y los que lo eran del Barcelona. Y una apuesta de por medio: la bebida en el bar del pueblo al terminar el juego. Cuando alguna barra se desoldaba o se rompía un tablero, el propio alcalde se las llevaba a su taller, y reparaba lo que hacía falta. Se jugaba un partido cada tarde de los meses de julio y agosto.
Castilblanco de Henares fue de los primeros pueblos en tener unas canastas oficiales, y por lo tanto, en organizar un torneo de fiestas, también en su frontón. Aquellos chavales -hoy los veteranos que han organizado el torneo- compartían con los pinilleros su pasión por el juego. Además de Pinilla y Castilblanco, también los jugaban las localidades de Jadraque, Medranda o Jirueque.
Durante al menos cuatro ediciones, y pese al empeño de algún notable jugador, como Luis Miguel Alonso, de Jadraque, la final fue siempre la misma: Castilblanco de Henares-Pinilla de Jadraque. Los locales eran un equipo excelente. Lo tenían todo. Un pívot que aportaba defensa, rebote y mucha calma, como era Gabriel de las Heras. El físico portentoso, incansable, de los hermanos Muñoz -Carlos y Jesús-, un alero reboteador altísimo para la época, Julio González, y un aguerrido banquillo que peleaba cada balón. Además, eran un equipo académico, puesto que muchos de sus jugadores entrenaban habitualmente en Madrid.
Por el contrario, los pinilleros eran más anárquicos, un equipo hecho a sí mismo a base de apuestas en el frontón. Eso sí, también tenían buenas hechuras, y excelentes físicos, como el del incansable Juanma Atienza –"fichado" a Pálmaces de Jadraque para poder competir con los locales-; el mejor tirador de la comarca, el infalible Miguel Bravo; Alberto Esteban, un reboteador al que nadie movía un centímetro bajo el aro; y, por encima de todos ellos, Ángel Bravo. Con cerca de 1.90, era fino, fornido, saltarín y noble en el juego. Era el pilar del Pinilla. Sus tapones imponían respeto a un equipo más experimentado y daban confianza al resto del equipo. Fue él quien hizo creer a sus compañeros que podían ganar a Castilblanco.
Las dos primeras finales fueron, merecidamente, para Castilblanco. En la tercera, el partido se decidió en los instantes finales, consiguiendo nuevamente los locales el triunfo, pero por un margen ajustado. En la final del año 90, el resultado fue otro. Miguel martilleó la canasta local con sus triples. Juanma estuvo especialmente intenso. Alberto se fajaba bajo la canasta como un titán, y Ángel, por fin, pudo con Gabriel. En un partido memorable, se impuso Pinilla. Y, aunque durante el juego no se repartían caramelos, e incluso ya se veía algún mate, al terminar, los dos equipos se emborrachaban juntos en las fiestas del pueblo, fuera cual fuera el resultado. Varias de las finales fueron arbitradas por Alfredo Ortega, otro excelente amigo, que por entonces era árbitro de la ACB. También él estuvo presente en el homenaje de este sábado.
Como dijo León Felipe, todo esto serían cosas de poca importancia de no ser porque en todos aquellos jugadores esos partidos han dejado una huella imborrable. Hace tres años, Ángel Bravo sufrió un derrame cerebral que le tuvo cerca de la muerte casi un mes. Se desató entonces un torrente de solidaridad en la comarca hacia él y su familia. Afortunadamente, su fortaleza le ha hecho salir adelante. Y cada vez se encuentra mejor.
Por todo ello, uno de los partidos del torneo de este fin de semana fue la repetición de aquellas finales: un Castilblanco-Pinilla, de viejas glorias. Acudieron todos los integrantes de los equipos de antaño. Y Ángel Bravo lanzó el salto inicial. La plaza entera de Castilblanco, puesta en pie, le tributó un sentido aplauso que, por supuesto, secundaron sus compañeros de equipo y sus antiguos rivales. El equipo de Pinilla agradeció de corazón la invitación de los locales, confiado de que, en una futura edición, Ángel pueda volver a disputar unos minutos con su equipo del alma, el Pinilla, contra sus rivales del alma, el Castilblanco.