El descuento es un lapso de tiempo similar al que sucede gracias a la 'generosidad' del dueño del bar que debe cerrar a las tres y, tras el toque de la campana, enciende las luces y quita la música pero permite una última ronda. Clientes que llevan ahí adentro más tiempo que las botellas tienen la sensación repentina de que están obligados a hacer, en cinco o 10 minutos, todo lo que no han hecho en horas. Se atreven con el chupito prohibido, buscan un beso furtivo, hablan con el amigo al que deben una frase… Sí. Cuando uno toma consciencia de que la fiesta agoniza pierde o la compostura o la vergüenza y suceden 'cosas'. 
En cuanto el cuarto árbitro levanta el cartelón delimitando el añadido a los 90 minutos reglamentarios, futbolistas y aficionados realizan el mismo análisis. «Vale. Esto nos queda para (resistir, remontar, empatar...)». De una forma inexplicable, o solo explicable desde nuestra condición de procrastinadores empedernidos, separamos el «partido» del «descuento». El primero es largo. Tiempo habrá de hacer las cosas. El segundo es corto. Ahora o nunca. 
Como los clientes del bar que cierra en breve, los jugadores anestesiados por la rutina durante 90 minutos sienten súbitamente la necesidad de hacer 'algo' distinto. A veces no da tiempo, pero, en otras ocasiones -como sucedió esta jornada-, Valverde decide abandonar las sutilezas del momento para meter un zapatazo en el 93 o Raphinha conservar la calma en un penalti en el 98. Barça y Madrid mantienen vivo el pulso por LaLiga después de dos encuentros relativamente mediocres con final feliz. Parece que están tiesos, muy justos, pero si tienes suficiente calidad siempre hay tiempo para una última. Aunque sea a deshora.