Carlos Rodrigo

Entre columnas

Carlos Rodrigo


Un cuento muy actual

11/03/2024

Cansado de vivir entre la bulliciosa sociedad de la corte, donde, en la actual crisis, no se ven más que los terribles efectos de encontradas opiniones y pasiones, me dirigí a la imperial y en tiempos levítica Toledo, para admirar y estudiar sus ruinosos monumentos, constatar cuan efímeras son las obras del ser humano, y como al fin el tiempo descarga su terrible mano sobre ellas y las pulveriza como si quisiera, extinguiendo su recuerdo, castigar inmisericordemente nuestro orgullo, haciéndonos saber que no podemos hacer cosas perfectas y eternas.
Paseando por la ciudad de Alfonso VI, Pedro el Cruel y Carlos I, saliendo de aquel letargo histórico de mis reflexiones, fui a dar con un venerable anciano que, pareciendo una vieja y nevada encina, aún conservaba un algo esencial de irredenta lozanía.
Me contó la historia de una Torre encantada que había construido el mismo Hércules, incluso me dio la fecha, el 306 de nuestra era. Una torre enteramente redonda recubierta de mármol y jaspe, de la anchura de la mano de un hombre, en el que eran imperceptibles sus junturas. 
Nada más acabar de construirla Hércules ordenó que ninguno de los gobernantes de la hoy España, habidos y por haber, la abriera. Y que, para reforzar el compromiso, cada sucesor pusiera un candado más a la puerta. Obviamente, hubo uno que no soportó la presión y rompió cada candado. Cuando llegó al último lo quebró y abrió un cofrecillo alrededor del cual Hércules había concebido semejante parafernalia. 
El gobernante, recobrado del primer espanto por lo que vio allí, salió del lugar sin decir palabra. Sus incondicionales acólitos pusieron de nuevo todos los candados, pero un águila que llevaba un hachón de fuego en el pico calcinó la torre de la que solo quedaron cenizas, que una nube inmensa de negros pajarillos dispersó por todos los puntos de España.  
Ayer tuve este sueño, no demasiado original, ya que acababa de leer 'La torre encantada de Toledo' en una vieja revista llamada "El Observatorio Pintoresco" (número 17 de 30 de agosto de 1837); de hecho, parte de mi sueño se repite casi literalmente en el cuento. 
Me dormí antes de concluir su lectura, mientras oía de fondo en la tele a un ministro hablar sobre un paraíso terrenal llamado España, florecido después de haber dejado encarrilada una ley panacea de una 'marca histórica que va a suponer un referente internacional'.
Cuando desperté el ministro ya no estaba allí. Pero sí el final del cuento que rezaba así: "calló el viejo y mirándome como contento de su narración, empezó a sacar consecuencias de ella, pero acercándose la noche me despedí de él hasta otro día, y caminé a la ciudad no sin admirar la credulidad del vulgo por todo lo maravilloso".
Cerré la revista. Me desperecé pensando en 'Las 1001 noches', en cómo Sherezade, tremendo estrés, debía (re)inventarse un cuento cada noche para no perder literalmente la cabeza. Una versión muy parecida a la del anciano le evitó el tajo la noche 272…

ARCHIVADO EN: España, Toledo