Le contaba estos días Macarena Olona a la peculiar Carla De La Lá en entrevista para La Razón: «Es tiempo de divas políticas», y bien lo sabe ella, que antes de preferir reintegrarse a su función de abogada del Estado tras su mala fortuna, se ha colocado una pasarela multicolor sobre la que desplegar más ego. Olona es al final el producto más clarificador y último de lo que finalmente es o ha sido la llamada nueva política en casi toda su amplitud, con alguna excepción. A modo de conclusión y efecto colateral está claro que casi nadie que prueba los sabores de la actividad política en España, que deben ser deleitosos, quiere volver a nada que tenga que ver con un trabajo remunerado, incluso muy bien en algunos casos, a base de trabajar ocho horas diarias con un mes de vacaciones de aliviadero.
Vivimos en lucha encarnizada de egos que suman restando o enviando el desolladero político al ego directamente competidor. A Yolanda Diaz, pongamos por caso, le ha venido de perlas que el mismo día que quiso dar el golpe definitivo a Irene Montero el Tribunal Supremo condenara a la ministra de Igualdad a pagar dieciocho mil euros por vulnerar el derecho al honor de un hombre al que llamó maltratador. Entretanto, Ione Belarra, que en el fondo cultiva vocación de dama de compañía de algún ego enloquecido, va camino de representar la misma función en el 'yolandismo' que en el 'irenemonterismo', por más que haya escenificado un gran fastidio mediático con eso de «no es aceptable que veten a la compañera que más ha luchado por los derechos feministas» y tal. Veremos hasta donde llega Ione y su fidelidad, no me atrevo aún a pronunciarme.
Pero aquí no se trata tanto de feminismo de currela como de divas políticas, que al paso que vamos el feminismo se nos va a quedar como esa chaquetita en fondo de armario que igual nos sirve para un cocktail de ciertos decibelios que para el cañeo del domingo a la una de la tarde, con o sin misa de doce. Si la política siempre ha sido un juego descarnado de egos, ahora lo es en grado sumo, solamente con el disimulo de los relatos de quita-pon y ciertas cargas ideológicas un poco de baratija que se utilizan para la ocasión y así darle empaque a la acometida final, como el que se coloca en el cuarto de baño un bidé de porcelana o Porcelanosa. Lo de Yolanda e Irene es un caso significativo. Ninguna de las dos son grandes carismas a lo Evita Perón, pero ambas tienen su punto de gracia y su parroquia incondicional. Sin embargo, no pueden habitar en el mismo espacio, no hay lugar para las dos, y ahora Yolanda tenía todas las de ganar, lo tenía todo a su favor, también los favores de Pedro Sánchez, al que, por lo demás, la pelea le viene de perlas para que las gentes de las izquierdas, hastiada del espectáculo, concentren el voto en ese PSOE que al menos hasta el veintitrés de Julio seguirá siendo cosa suya.
De momento el panorama que se nos queda a la izquierda del PSOE no deja de tener aíre de alegría impostadísima, por más unión de conveniencia que se haya formalizado con pegamento de última hora y efecto breve. Tampoco solucionaría ya la quiebra total de la relación Yolanda-Irene una aceptación de última hora en las listas de Sumar. Nunca en la vida política española se han unido tantos y tan de mentirijilla. Fuera queda el trio Iglesias-Montero-Echenique, jodiendo ya la marrana en redes sociales. Quedan fuera con toda su rabia, y eso será lo que administrarán a partir de ahora, antes de las elecciones y después. Si gana la derecha, lo harán con toda la artillería y con deseos de hacer sangre a los teóricamente suyos, en un nuevo episodio de esa cierta izquierda radical y cainita, tan española, que se devora a sí misma con furor mientras predica fraternidad y buen rollo universal.
Si eso ocurre, si a Pedro Sánchez no le sale la jugada y lo suyo en La Moncloa no puede seguir siendo, quizá Ione Belarra vuelva, si la dejan, al núcleo original junto a la pareja Iglesias-Montero y a Pablo Echenique, que a esas alturas podrían ser los únicos afiliados a Podemos, a seguir haciendo de portavoz de la izquierda más auténtica y aguerrida preparando estrategias desde los cuarteles de invierno en Galapagar. ¡Qué tremendo espectáculo de divas y divos!. A este paso me voy a hacer de la pandilla de Edmundo Bal, que, tras lo de la debacle naranja, anda cantando las cuarenta a los suyos, con Inés a la cabeza, y al menos tiene un aire de guerrillero honesto y de verdad. Edmundo, el antidivo, diremos.