Como un Dorian Gray postmoderno Íñigo Errejón iba perdiendo los rasgos que le hacían simpático a medida que la juventud iba quedando atrás. Sus ojos saltones, su boquita de sapo y su aspecto de Simpson iban perdiendo la gracia juvenil y caminaban ya hacía la fealdad en la madurez. Estos días hemos conocido en que se había convertido ese retrato al que él ya miraba horrorizado «victima de la disociación entre persona y personaje, víctima de la sociedad neoliberal» etc, etc, nos dijo en un comunicado increíble, víctima de sus propios instintos, de una naturaleza esencialmente machista y de una tendencia evidente hacia la chulería y la prepotencia de puertas hacia dentro, además, quizás, de una adicción cada vez mas brutal a alguna sustancia tóxica. Lo de Errejón pasará a la historia como uno de los puntos culminantes de este tiempo torcido y vanidoso, egocéntrico y destructivo. Porque siempre ha habido fariseos que han contradicho con sus acciones sus discursos pomposamente mantenidos, pero hoy lo que predomina es eso; estamos en una nueva edad de los sofistas en el sentido más negativo de la palabra: maestros de la persuasión, del relato por encima de todo, por encima de la verdad, hipócritas a tiempo completo. Errejón o los egocéntricos alimentados por la ingenuidad de un pueblo envilecido con todas las mierdas que caen de lo alto. Lo llamaron 'nueva política'. El discurso errejonista se nos presentaba sólido y en algún momento soñó con esa transversalidad que anhela todo populista que se precie, pero los complejos de la izquierda española frente al patriotismo le frenaron, y aquel artilugio político con el que retornó a la política nacional se quedó en 'Más País' en lugar de en un sonoro y audaz 'Más España', como en algún momento se llegó a plantear siguiendo la estela inicial y la lógica de 'Más Madrid', instrumento con el que consiguió cobijo y foco en el parlamento autonómico madrileño tras su ruptura con Pablo Iglesias.
Cuando la noticia de su abandono (más bien, derrota sin paliativos) saltó me vino a la mente la figura oscura de Marcial Maciel, el fundador de los Legionarios de Cristo, aquel brutal depredador que abusó de sus seminaristas y hasta de sus propios hijos clandestinos fruto de cohabitaciones ocultas con varias mujeres. No pretendo comparar la gravedad de ambos casos, pero sí resaltar que ambos son protagonizados por dos grandes «pontífices» de algo, y la pontificación como norma de vida, asociada a una religión o a una ideología, puede pasar facturas escandalosas. Ambos casos comparten también el haber sido conocidos y ocultados por quienes estaban destinados a poner luz y sembrar claridades en los reinos de Satanás asociados a la condición humana. Ambos afectan también a dos personas ampliamente ensalzadas por sus simpatizantes y puestas como ejemplo por aquellos que en algún punto de la cadena decidieron mirar para otro lado.
Errejón, que en ese ambiente más bien comunista en el que se movía tuvo la audacia de reivindicar un nuevo patriotismo como palanca movilizadora, no tuvo el suficiente vigor y consistencia para salirse del corro de la patata del relato del país plurinacional, la republiquita de la nación de naciones y demás patrañas envenenadas, monedas falsas cuyo efecto disolvente en la historia de España ya está más que probado. En el fondo, era en lo que creía. Creía en ello con el mismo vigor con el que proclamaba el feminismo un rato antes de ponerse cachondo violentando hasta el extremo a alguna mujer que accediera en ese momento a sus dominios, pasándose por la piedra el aclamado «solo sí es sí» con el que en los últimos años adornaba sus peroratas del mismo modo que algunos años antes exclamaba «Chávez vive la lucha sigue». Pero ojo, porque algunas de las denunciantes no son tanto víctimas (participaron en un juego previamente pactado) como recolectoras de las astillas del árbol caído. La farsa es escandalosa.
Errejón, el niño bonito del populismo de izquierdas, ha resultado ser una moneda falsa de gran calibre, una decepción espectacular, y a esta hora pienso también en las víctimas de su relato levantado sobre la ingenuidad de aquellas personas bienintencionadas que se lo creyeron, que pensaron que un mundo mejor era posible. Si esas personas caen en el cinismo más absoluto, Errejón, y todos los de su calaña, también tendrá su parte de culpa, y por ello habría que pedirles cuentas.
Errejón o los egocéntricos alimentados por la ingenuidad de un pueblo envilecido con todas las mierdas que caen de lo alto. Lo llamaron 'nueva política'.