Los rohinyás no quieren caer en el olvido

A. Majumder (EFE)
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Siete años después de huir hacia Bangladés, fruto de la persecución en su Birmania natal, cientos de miles de refugiados del grupo étnico siguen siendo invisibles en su lugar de acogida

Los exiliados no tienen más remedio que realizar trabajos voluntarios - Foto: Reuters

Entre episodios frecuentes de violencia y la incertidumbre de no saber cuándo se resolverá su situación, cientos de miles de refugiados rohinyás tratan cada día de salir adelante en los campamentos del sur de Bangladés. «Cada día me despierto preocupada por el futuro de mis hijos, siempre hay caos y crímenes en el campamento, no sé cuánto tiempo voy a poder mantenerlos alejados de todo esto», afirma Shafika desde el campamento 4 de Kutupalong.

Al lado del lugar donde esta madre de cuatro hijos esperaba recibir sus provisiones de gas licuado necesario para cocinar, tres miembros de esta perseguida comunidad mayoritariamente musulmana fueron tiroteados a muerte por un grupo desconocido de asaltantes.

Casi 980.000 rohinyás viven en unos 30 campamentos en una remota isla de Bangladés, completamente dependientes de la ayuda humanitaria. La mayoría se vieron obligados a huir en 2017 de su Birmania natal, debido a una ofensiva militar que la ONU define como intento de genocidio. Pero tras casi siete años exiliados, las estadísticas muestran que huyeron de una violencia para caer en otra en su Estado de acogida.

Unicef advierte que muchos niños siguen sin escolarizarUnicef advierte que muchos niños siguen sin escolarizar - Foto: Europa PressSolo en incidentes terroristas, la fuerza de élite bangladesí Batallón de Acción Rápida afirma que 64 miembros de esta minoría fueron asesinados en 2023, y una veintena en lo que va de año, una estadística que no tiene en cuenta otro tipo de incidentes más amplios. «Cada día vivimos con miedo e incertidumbre, no importa lo que las agencias de ayuda nos den», afirma Shafika.

Birmania, que no les reconoce como ciudadanos, está sumida en una guerra civil desde el golpe de Estado de 2021. Por eso, la repatriación es poco probable, reconoció en mayo el ministro de Exteriores de Bangladés, Hasan Mahmud.

Y, aun así, el centro de registro del campamento 4 ofrecía hace días la otra cara de la situación de los desplazados: familias llegadas para inscribir a sus recién nacidos, otros rohinyás que esperaban para informar de alguna boda y registrarse como pareja, y una mayoría de adolescentes que esperaban recoger su tarjeta de refugiados.

Una mujer rohinyá camina en el campamento de Kutupalong, hogar de miles de desplazados de la comunidad musulmanaUna mujer rohinyá camina en el campamento de Kutupalong, hogar de miles de desplazados de la comunidad musulmana - Foto: Reuters«Esta tarjeta que reciben los rohinyás es muy importante, es su única prueba de que existen en el mundo», señala Tumpa Rani Das, una oficial del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) que supervisaba la recolección de datos.

Asma Bibi, que espera a inscribir a su hija de siete meses, asegura que por el momento no les queda otra opción que vivir en los campamentos, sin saber por cuánto tiempo.

Jóvenes sin futuro

La huida de Birmania está presente en las mentes de los rohinyás que la vivieron, incluso entre los muy jóvenes. «Todavía recuerdo el viaje, éramos 80 personas en la embarcación y todo el mundo estaba asustado», relata Salim Ullah, de 16 años, mientras pasa el rato en un centro comunitario. El joven y su familia tuvieron que sortear el río Naf, que separa ambos países vecinos, a bordo de una precaria embarcación.

La incertidumbre hacia el futuro se extiende también hacia los planes de estudios de decenas de miles de refugiados. Según Unicef, más de 240.000 menores han recibido educación formal y unos 17.000 han accedido a programas educativos basados en el plan de estudios de Birmania. «Pero todavía hay niños fuera de las escuelas, sobre todo aquellos de entre tres y cinco años y los de entre 15 y 18», destaca un portavoz de Unicef, que prefirió no ser nombrado.

También hay algunos programas de aprendizaje para adultos gestionados por ACNUR y organizaciones no gubernamentales, donde los rohinyás pueden aprender habilidades técnicas, pero de poco les vale en la práctica.

Los miembros de esta minoría no pueden trabajar en los campamentos ni, en general, salir de ellos. Al menos sí alcanzan a realizar actividades voluntarias y obtener una compensación. «Tengo la oportunidad de prestar servicio voluntario en el campamento unos 10 días al mes. Me da la oportunidad de comprar algunas cosas que necesito. Pero casi nunca es suficiente para mí», lamenta Javer.

Algunos refugiados como el joven Ullah tienen en mente migrar a otros países en busca de un futuro mejor. «Aunque sea andando», señala, con Malasia en mente.