Pedro Sánchez ha consumado la historia. No hay mucho más que analizar, el independentismo se ha salido con la suya. El alacrán, que ahora es acariciado, volverá a picar. No hay otra. Hace unos días, en el Foro Económico de El Español celebrado en Toledo, el presidente de Castilla-La Mancha, Emiliano García-Page, definía al independentismo como un alacrán. Lo puedes acariciar, incluso puedes pensar que no hace nada, que es inofensivo, pero siempre te acabará picando. Sin duda, siempre terminará picando. En este tiempo que nos ocupa la amnistía ha dado vueltas y vueltas hasta que ha conseguido ser lo que los independentistas querían que fuera: un cheque en blanco para Carles Puigdemont. Este extraño y estrafalario personaje de nuestra vida pública reciente, absolutamente cobarde y deshonesto, tiene todas las de ganar, y con él, lo que él representa: el retroceso brutal, la insolidaridad, la segregación del diferente, el nacionalismo excluyente, es decir, lo más reaccionario de todo lo que puede haber hoy en la política española. Dijo bien Pedro Sánchez cuando definió a Quim Torra, el títere de Puigdemont tras el golpe de 2017,como el 'Le Pen español'. Porque justamente es lo que representan y lo que ejercen en el territorio que reclaman para sí: exclusión e insolidaridad, antipatía y agresividad al modo del alacrán.
Pero parece que la ambición de poder de Pedro Sánchez es insaciable. No hay que hacer demasiadas indagaciones para contrastarlo, es un hecho evidente y demostrado por la realidad. Muchos políticos en su misma situación hubiesen dado un paso al lado y convocado elecciones con la intención de que sean los votantes, el pueblo soberano, el que clarifique la endiablada situación. Sánchez no, sigue adelante, cueste lo que cueste, habiendo sido el segundo en las pasadas elecciones, pasando por alto que la satisfacción de una mera ambición personal puede ser un gran perjuicio para el bien colectivo. Porque, ¿Cuál es el proyecto de largo alcance de Pedro Sánchez?. ¿Dónde quiere llevar al país?. Lo debería explicar, es su obligación. Lo único que sabemos es que ha hecho piruetas inverosímiles en un aire más que contaminado hasta conseguir adaptar al gusto independentista una amnistía total, es decir, un borrado de los delitos cometidos en 2017 con aquella declaración unilateral de independencia, altercados gravísimos en las calles, malversación evidente de fondos públicos de todos los españoles y quiebra total del orden constitucional, de la convivencia entre los catalanes y todos los españoles. Sánchez, con sus medidas para mantenerse en el poder, da el plácet al episodio más negro de nuestra historia reciente, ratifica la polarización creciente, al tiempo que se alimenta de ella para su propio beneficio, deja el Estado de derecho en pelota picada para afrontar futuros desafíos.
Porque el independentismo volverá, y lo volverá a hacer. Las supuestas políticas de apaciguamiento no son nuevas, ya comenzaron con José Luis Rodríguez Zapatero. Con él comenzó el relato de que dando vía ancha a las demandas independentistas Cataluña se sentiría más integrada en el conjunto de España. Poco después, en 2017, el independentismo lanzó su órdago, no porque el Tribunal Constitucional enmendara un Estatut hecho a la medida independentista, sino porque consideraban los independentistas que en ese punto el Estado era lo suficientemente débil como para no aguantar la envestida. Calcularon mal, la aguantó, y gracias también al dique de contención de la Unión Europea, los independentistas se la tuvieron que envainar para bien de la convivencia de los españoles y de los propios catalanes entre sí.
Pero los independentistas siguen a lo suyo. Al asumir la amnistía regalada por Pedro Sánchez, ningún español puede acogerse a alguna de las dos condiciones imprescindibles para aplicar una medida de tal contundencia: que hubiera sido anunciada en la campaña electoral y que los beneficiarios hubiesen dado alguna muestra de arrepentimiento. Estamos indefensos. Ninguna de esas dos condiciones, que Emiliano García-Page reclamaba como imprescindibles hace unos días, se cumple, y, sim embargo, la amnistía se lleva a efecto, como si no supiéramos sobradamente cual es el ADN inconfundible e incorregible del alacrán