Fernando Jáuregui

TRIBUNA LIBRE

Fernando Jáuregui

Escritor y periodista. Analista político


Asesinos

16/03/2025

'Asesino' es una palabra que, como 'verdugo', despierta siempre en mí oscuros temores, una repugnancia inevitable. Creo que es de lo peor que se puede acusar a un ser humano: de arrebatar la vida, que es lo más preciado para la persona, a otro. En España, sin embargo, hemos hecho bastante común este vergonzoso epíteto, y lo mismo se lo dedican los hostigadores anónimos a Carlos Mazón por haber cogido tarde las riendas de la dana en Valencia que a Isabel Díaz Ayuso porque murieron demasiados -más de uno ya es 'demasiados'-ancianos en las residencias de Madrid por el Covid. No puede haber peor agravio a las víctimas, me parece, que agraviar sin causa a los vivos.
Díaz Ayuso, que es una política a la que podrían aplicarse muchos calificativos, buenos y no tanto, piensa querellarse contra el Gobierno que llamó 'asesinatos' a los fallecimientos de esos ancianos, recordados este jueves en un muy polémico programa de televisión. Creo que tiene razón al querellarse, como pienso que tiene razón el presidente de la Generalitat valenciana en no dimitir porque le echen encima dos centenares de cadáveres acusándole, seguramente con razón, pero sin compasión, de no haber gestionado bien, con presteza y eficacia, la riada. De eso al asesinato va un trecho. Me parece que el pago de fallos en la gestión de la cosa pública de ninguna manera puede agravarse hasta llamarlo crimen, que está en la cúspide punitiva del Código Penal.
No, no se puede -no se debe-hacer política a base de echarle muertos encima al rival. Eso es algo muy serio. Quizá es que la vida de las personas, acostumbrados a la vista de tanta tragedia en las fotografías de los periódicos, ha perdido valor, y entonces la palabra 'asesino' se degrada, parece que pierde algo de gravedad. Bueno, ya está ocurriendo con otras tipificaciones penales, como 'malversación', 'sedición' o 'desórdenes públicos', que de pronto parecen haber dejado de ser delitos. En España, en aras de la lucha por mantenerse en el poder, los valores se han invertido y el debate público se encona, mientras, curiosamente, en nuestros países vecinos y homólogos el acuerdo adquiere el gran protagonismo.
Nunca me cansaré de contraponer esta política de duelo a garrotazos, bronca y de testosterona, con la que hacen otras naciones que deberían servirnos de ejemplo. Y así, vemos que Merz, o Macron, o Satarmer, o hasta Meloni -incluso Meloni-se erigen, con von der Leyen, en los reconstructores de la decaída Europa, mientras aquí nos dedicamos, cuando el mundo se estremece, a hablar de 'pisos de señoritas' en el Parlamento.
No, que yo sepa, ni al alemán, ni al francés, ni al británico, ni siquiera a la italiana, pese a su cruel política de deportación de inmigrantes, los llaman 'asesinos' ni los vociferantes en la calle ni los rivales políticos. Y eso, ay, va marcando senderos de diferenciación en un país cuyo principal dirigente presume de construir muros que nos separan a unos de otros, perpetuando y agravando ese concepto maldito de las dos Españas, que, como si no hubiésemos superado nunca la guerra civil, se llaman 'asesina' la una a la otra.