Acababa de llegar y ya con él podía dialogar, sabía nuestro idioma, tenía cierta cultura, la nuestra, al pasar junto a una iglesia se santiguaba, y era respetuoso con otros sexos, abierto, liberal, no como aquellos que acababan de atravesar el estrecho, que aborrecían a ateos y homosexuales, considerándolos depravados demonios, y querrían quemar la iglesia, instaurar un califato... Uno y otros eran de diversas etnias. Aquel tenía el rostro moreno, rasgos indios, suramericanos; estos, más parecidos por la piel, tenían el pelo ensortijado, si venían del Magreb, o bien eran de oscura tez, pues habían atravesado para llegar desiertos desde el corazón de África. No era problema de razas o racismo, sino de cultura y costumbres. Hay algunos que se integran de inmediato. Otros, ni aun pasando generaciones, siglos, se adaptan al país que les acoge.
Hace pocas décadas, Líbano era un país mayoritariamente cristiano y libre, el único de esa zona del planeta, la Suiza de Oriente Medio, pero la guerra civil y el aumento de la población musulmana hasta convertirse en mayoría cambió las leyes y cada vez imponen más sus modos de vida a todos, incluidos quienes no comparten sus creencias, con un islam cada vez más radical.
Van extinguiéndose nuestras populosas generaciones, dejando huecos en los pueblos, casas vacías, mientras faltan tantas en las ciudades, las universidades van menguando por falta de jóvenes, los niños apenas juegan en nuestras plazas porque ya pocos existen y el futuro se adelgaza, amoratándose con tempestuosas nubes. Necesitaremos trabajadores.
Se preparaba una reforma para regularizar más rápidamente a los inmigrantes, mientras el presidente de España hacía una gira africana y en Argelia, fuente de migraciones ilegales que llegan con pateras de manera incesante a las costas Baleares, animaba a hacer acuerdos para traer legalmente de allí a sus gentes. España, país de la UE que durante décadas suele ser el que más población en paro sufre, sin embargo, necesita trabajadores. Mientras, hay que pagar a los parados, que siguen de brazos cruzados, e industria, comercio, agricultura y ganadería destacan cada vez más por sus llamadas: necesitan brazos, no hay trabajadores. Extraño resulta que no se organice esa falta de obreros con los lugares donde sobran y quedan de brazos cruzados y, si hace falta que vengan de otros países, uno se pregunta por qué no se hacen más invitaciones a los hijos o nietos de España que fueron sembrados en las Américas hace siglos, acogiéndoles, después de filtrarlos para que no entren criminales o maleantes; solo operativas, buenas gentes. Ya tenemos dentro demasiados enemigos, prestos al atentado terrorista. Dar la ciudadanía es algo muy serio, para la que los españoles sufren en las escuelas muchos años de educación o adoctrinamiento. Quien venga ha de estar preparado para aceptar nuestras reglas y respetar la sociedad que lo acoge.