Clérigo, escritor y docente. Éstas son las tres facetas esenciales que Francisco Vaquerizo Moreno (Jirueque, 1936) ha cultivado a lo largo de su vida con enorme entrega e ilusión. A sus 88 años recién cumplidos, este «atípico cura» –como él mismo se define– sigue entrelazando palabras con admirable lucidez desde su más que merecido retiro en la Casa Sacerdotal de Guadalajara. Tanto es así que acaba de presentar el tercer libro que dedica íntegramente a su pueblo natal dentro de una fecunda trayectoria literaria que proyecta ampliar con nuevas obras.
En 'Nuevo Viaje a la Alcarria', Camilo José Cela le describió como un «clérigo de buenas letras». ¿Qué le parece esta definición?
Me gusta. Creo es que tengo una forma de escribir bastante fluida y con cierta musicalidad no muy llamativa y, en este sentido, me puedo aproximar al estilo de Cela.
Francisco Vaquerizo Moreno posa junto a su último libro, 'Érase una vez un pueblo: Jirueque' - Foto: Javier PozoA lo largo de su vida, ha escrito más de una treintena de libros. ¿Se queda con alguno?
Cada libro tiene algo especial para mí, pero siempre hay alguna preferencia. Por el tema, me quedo con el que dediqué a Santa María Bertila (1980). Luego, por el estilo y por las buenas opiniones que recibí de gente culta y preparada, destacaría Pascua en Florida (1994). Es un libro que trabajé mucho. Relata un viaje de 20 días por Florida que hice con unos amigos y que supuso una antes y un después en mi vida al estar tantos kilómetros alejado de España.
La última obra que acaba de presentar es 'Érase una vez un pueblo: Jirueque', que dedica a su pueblo natal. ¿Qué tiene de especial?
Es el tercer libro que dedico exclusivamente a mi pueblo, aunque en otros muchos he incluido relatos y poemas. Mi condición de jiruequeño siempre ha estado presente en mi vida. El pueblo lo llevo muy metido en el alma. La infancia marca mucho a todo el mundo, a mí también. Amo la tierra, amo a Jirueque.
¿Cómo se definiría como escritor?
No sabría definirme. Mi educación es clásica. A mis alumnos les decía que era un clásico liberal. Creo que mi estilo es transparente y muy ameno. Hay gente que me dice que se nota que soy cura aunque no escriba de temas religiosos. Ése es un elogio que me halaga mucho.
¿Y cómo sacerdote?
Diría que soy un cura atípico.
Poesía, relatos, narrativa, teatro… Toca todos los géneros. ¿Tiene alguna preferencia?
Lo curioso es que hay gente que me dice que mi poesía le gusta más que mi prosa, pero yo no sabría elegir. Cuando me expreso en prosa, me expreso en prosa. Cuando me expreso en poesía, me expreso en poesía, Me gusta mucho escribir sonetos, al principio era para mí como un reto y ahora tengo más de un centenar. Mis mejores sonetos se los he dedicado al Doncel de Sigüenza. Ciertamente, me hubiese gustado escribir más teatro porque me gusta mucho el diálogo. Tengo que decir que en el clero es donde menos me reconocen mi categoría de escritor, salvo alguna excepción. No sé por qué, pero es así. He tenido más seguidores fuera que dentro del clero. Algunos compañeros me decían que compraban mis libros porque les gustaban a sus madres, no por ellos. En general, el clero lee poca literatura, se dedica más a libros de Teología y de carácter eclesiástico.
¿La Teología se puede considerar Literatura?
Para mí, no. Son cosas distintas.
¿Tiene escritores referentes?
Cervantes, Quevedo... Me marcó mucho un libro de Azorín que leí de pequeño titulado La ruta de Don Quijote.
También ejerció como profesor de Lengua y Literatura durante más de 30 años en Sigüenza. ¿Qué supuso para usted esa experiencia?
Efectivamente, fui profesor en tres centros: en la Ursulinas, en el Colegio de San José (que desapareció en los años 80) y en el Seminario. Fue una experiencia impresionante y me sirvió para aprender y leer mucho más de lo que lo hacía. En mi libro Memorias de Ursulinas describo perfectamente lo que supuso para mí ser profesor de tantas generaciones de adolescentes: «Todos aquellos cursos que anduve por sus aulas, ejerciendo mi docto Mester de Clerecía, con Cervantes, Quevedo, Garcilaso, Manrique y otros miles de excelentes maestros de la lírica que tanto embellecieron la amistad y el encanto de unas clases repletas de amor y fantasía. Mucho he dado al colegio, con orgullo lo digo, y él ha configurado gran parte de mi vida, pero también afirmo que el colegio me ha dado a mí, sinceramente, mucho más todavía».
¿Qué enseñanzas o valores quiso transmitir a sus alumnos?
Sobre todo, quise darles un buen ejemplo de respeto, de trabajo, de esfuerzo y trasmitirles que si seguían estos valores se alegrarían algún día. También les contaba lo que pensaba de la vida desde el punto de vista del Evangelio y según mi educación, pero no a base de andar echando sermones. Sermones en clase, no. He estado 32 años con adolescentes, ellas y ellos, y nadie me ha tenido que llamar nunca la atención porque siempre les he respetado.
¿Y tiene algún santo preferido?
Sí, Santa María Bertila, sobre la que ya he comentado antes que tengo dedicado un libro. Es una santa que murió muy joven, que sufrió mucho, que no fue comprendida. Admiro a a este tipo de personas tan inmensamente buenas. No sé si por mi temperamento o nacimiento, admiro mucho a la gente humilde, quizá porque en mi pueblo todos éramos gente humilde, hijos de labradores. Lo cierto es que estoy acostumbrado a lo pequeño. Es algo que he resaltado en una parte de mi último libro titulada Memoria y elogio de la insignificancia. Ahí digo lo siguiente: «Esta memoria quiere ser un elogio a las cosas insignificantes en sí mismas pero que dejaron en mí una profunda huella, una gloriosa huella si se me permite decir. Aquella España rural que nos enseñó a sentir la grandeza de lo pequeño, lo mucho de lo poco, la desmesura de lo diminuto, la significancia de los insignificante, la fuerza viva de lo inerte, los reducidos espacios y rincones donde crecimos a la gracia de Dios y de la vida, los trebejos que ya no contarán nada para nadie, las cosas que el tiempo se llevó y no volverán nunca, que aunque volvieran nunca serían las mismas…».
¿Y siente una especial devoción por alguna imagen propia de la provincia?
Por la Virgen del Madroñal de Auñon, donde estuve siete años como párroco, por la Virgen del Saz de Alhóndiga y por la Virgen de Valbuena, que es la de mi tierra. Las primeras imágenes que tengo de niño son de una romería que se hizo al santuario de Valbuena para pedir que lloviese y allí nos juntábamos la gente de 13 pueblos de la zona.
¿Cuál cree que ha sido su verdadera vocación?
Diría que ha sido una vocación compartida. Como escritor tengo una vocación más fuerte que yo mismo y, además, me libero de muchas cosas a través de la escritura. Ahora todo el mundo habla de inspiraciones divinas, de la llamada de Dios, de apariciones de la Virgen… Pero yo fui al Seminario como todos los que íbamos entonces: porque era un sitio barato y se lo decía la maestra a tus padres. Pero llega un momento en que te plantas en 20 años y tienes que decidir y consultas con gente que conoces. Entonces, tiras para adelante y te comprometes como fue mi caso.
¿La escritura le ha ayudado a tener una mayor espiritualidad?
Sin duda. La cultura siempre ayuda, te ayuda a ser más profundo, a ser más reflexivo y a contrastar las cosas porque puedes o no estar de acuerdo con lo que lees. Leer te ayuda a ser más crítico. Siempre estoy luchando y diciendo que la crítica no es pecado a no ser que se haga con mala leche.
Precisamente, es un sacerdote bastante crítico con la Iglesia...
Mucho. Soy un sacerdote anómalo en ese sentido. En mis libros también he hecho críticas. Quien ha leído mis libros sabe lo que pienso y cómo soy prácticamente al 90 por ciento. Cuando hablé con el nuevo Obispo le dije una de las cosas que considero fundamentales, que por qué tengo que estar yo como los del Opus media hora por la mañana de lectura espiritual, otra media hora por la tarde, etc. cuando mi temperamento es otro. Y dicen que las ceremonias cuanto más largas, más gloria para Dios. Pues, no señor, no vale lo extenso, vale lo intenso. Los del Opus no me quieren. Estuve un tiempo en Pamplona y me echaron de su residencia a mí y a otros cuatro porque no cuadrábamos allí.
¿Ha tenido la tentación de dejar el sacerdocio?
Siempre he sido un hombre serio y profundo en principios. Nunca he pensado en dejarlo porque tenía miedo de mí mismo. Podía haberme ido al periodismo en los años 60, tuve la oportunidad, pero preferí quedarme en la Diócesis.
¿Cómo analiza la situación de la Iglesia y la falta de vocaciones?
Lo veo complicado, pero soy un hombre de fe. No sé por qué Dios permite esto, pero todo está un poco encenagado por las costumbres, por la manera y los modos de la sociedad actual. La Iglesia no está dando ejemplo en muchos aspectos, haciendo convites, reuniones, tapando casos de abusos, el lujo con el que viven muchos curas... Entre los curas tengo de todo, admiradores pocos, pero alguno. Pero luego, enemigos tengo muchos porque en el clero estamos educados para la competencia: buscar la mejor parroquia, ir siempre para arriba... Y a mí eso nunca me ha gustado.
Como sacerdote, ¿cuáles son sus mejores recuerdos?
Guardo muy buenos recuerdos de mis años en Auñón y de los pequeños pueblos que atendía los fines de semana cuando estaba en Sigüenza (Alcuneza, Alboreca, Olmedillas, etc). Hay muchas personas de allí que son muy buenos amigos míos.
¿Cuál ha sido su principal fuente de inspiración?
La belleza de las cosas, la emoción que te produce algo… Dios es está ahí, es el reflejo de todo eso.
Tiene 88 años y sigue escribiendo. ¿Cuál es el secreto?
Vivir en paz todo lo posible y tener la mente muy activa. Tener la satisfacción de hacer algo que te gusta y que es positivo.
¿Trabaja ya en algún otro libro?
Sí, tengo tres libros en proyecto. Voy a publicar un romancero sobre los castillos de la provincia, otro sobre Sigüenza y otro más relacionado con el Quijote. Si Dios me diera mucha salud, también me gustaría sacar otro libro sobre leyendas de mi pueblo, de Jirueque.
¿Qué balance hace de su vida? ¿Ha sido feliz?
He tenido momentos y complicaciones como todo el mundo, pero creo que he sido ligeramente o suficientemente feliz.
Es uno de los sacerdotes más carismáticos de la provincia. ¿Cómo le gustaría que le recordaran?
Como un hombre bueno, no con esa malicia que algunos me atribuyen porque dicen que critico a la Iglesia. Y también como un hombre que quiso a su pueblo y a la gente que le rodeó, a los sitios donde estuve. Y a mis alumnos y alumnas, también.