Las campañas electorales autonómicas, por mucho que lo intenten evitar los candidatos que se la juegan tienen una dimensión nacional, sobre todo en los últimos años cuando los líderes de los principales partidos son los candidatos vicarios, que con su omnipresencia a lo largo del proceso opacan o minusvaloran los debates propiamente regionales, que quedan en un segundo plano desde la perspectiva nacional. Poco se sabrá de la situación sanitaria, educativa, social o económica de Galicia y mucho sobre la amnistía, el sanchismo o la afección al liderazgo nacional de Feijóo, si Alfonso Rueda no alcanza la mayoría absoluta.
Las elecciones gallegas suponen un doble examen. Planteadas inicialmente como un plebiscito sobre el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez y el respaldo que pueden obtener sus políticas en relación con la concesión de la amnistía, también lo es sobre el líder de la oposición. Sánchez y el PSOE fueron castigados duramente en las elecciones autonómicas y municipales, recuperaron aliento en las generales que les ha permitido formar gobierno, y ahora que la ley de amnistía comienza su debate en el Congreso es la hora de palpar en las urnas gallegas el apoyo que esa medida concita entre los votantes del PSG, si se sienten engañados o defraudados, si se van a quedar en casa y hasta qué punto cala el mensaje de los populares sobre la invasión de las instituciones, la ruptura de la igualdad entre españoles y la aniquilación de la separación de poderes. Para conjurar esos problemas Sánchez y Rodríguez Zapatero tendrán una presencia contante en la campaña electoral. El jefe del Ejecutivo puede sufrir una moción de censura en las urnas gallegas.
Aunque juega en casa, a Feijóo solo le sirve que el Partido Popular de Galicia reedite la mayoría absoluta, dando por hecho que Vox no logrará ninguno de los 75 escaños en juego que le puedan ayudar, porque en caso contrario Alfonso Rueda no volverá al Palacio de Raxoi, desde el que él gobernó durante catorce años. El líder del PP se tienta la ropa, no quiere que las encuestas favorables y errores de cálculo le pasen la factura de las elecciones generales y matiza el entusiasmo con llamadas constante a la movilización que los suyos. Un fracaso de su delfín supondría un varapalo para su liderazgo nacional sustentado en el antisanchismo y en unas posiciones de extrema dureza, para que no le hagan daño desde ese frente interno. Fracasar en Galicia le volvería a dejar expuesto a un cuestionamiento de su liderazgo.
Sánchez y Feijóo hacen llamamientos a la participación, con distinto énfasis y con distinta motivación. El primero considera que a mayor movilización más posibilidades tiene la izquierda de asaltar el poder, porque suelen ser elecciones en las que la abstención es muy abundante. Sin embargo, hay muchas elecciones en las que últimamente no se ha cumplido esa regla. Feijóo necesita que ninguno de sus votantes falte a la cita y pretende conseguir los votos de quienes están desencantados con el PSOE y de los votantes de Vox que pueden quedarse sin representación. Pero los de Abascal en un sentido, como los de Podemos en otro, quieren pulsar la fuerza con la que cuentan, pese a que pongan en riesgo el gobierno de los más próximos ideológicamente. Hay quien prefiere quedarse tuerto si ve al otro ciego.