Sus rostros repletos de felicidad las delatan. Son las monjas del Real Monasterio de San Juan Bautista, en Valfermoso de las Monjas, donde, mientras en otras partes del mundo hay un claro retroceso de las vocaciones de religiosos y religiosas, aquí, en apenas unos años, la comunidad ha incrementado su plantilla en tres aspirantes;en siete entre los distintos monasterios de la provincia.
En Valfermoso, en plena Alcarria, son una veintena las hermanas que viven en esta comunidad de clausura abierta, perteneciente a la orden benedictina. Silvia, Juana y María son las últimas incorporaciones. Todas son vocaciones tardías. Las tres recibieron la llamada de Dios con más de 40 años. No llevan mucho tiempo aún, pero se ven pletóricas. Su sonrisa constante lo dice todo.
Están en clausura, pero nos abrieron sus puertas para compartir con La Tribuna su día a día. Son la viva estampa de la felicidad. Al verlas, se vislumbra una postal a la que haciendo un juego de palabras podríamos titular La Sociedad de las sonrisas.
Más vocaciones de religiosas en Guadalajara, pero a edades más tardías - Foto: Javier PozoViven dichosas entre los muros de este bello monasterio situado en plena naturaleza, donde el enrejado que las separa del mundo exterior desapareció hace años. Moran aquí por decisión propia y las únicas rejas que subsisten, son invisibles. La oración y el trabajo es el lema de la comunidad, donde, además de rezar entre cinco y siete veces al día, también realizan las tareas propias de cualquier hogar, y atienden la hospedería contigua, donde acuden particulares y grupos de parroquias a realizar ejercicios espirituales, retiros o también encuentros.
Silvia, Juana y María hubieran sido mayores para entrar en otras congregaciones. Sin embargo, no fue un obstáculo en esta. Todo ello, pese a que el periodo de formación hasta convertirse en monjas perpetuas es muy largo. Las tres adoptaron los votos de obediencia, pobreza, conversión de costumbres -donde se incluye el celibato- y estabilidad cuando entraron.Unas normas que no siempre resultan fáciles de cumplir, pero que poco a poco van asumiendo con amor.
Ninguna de ellas echa de menos el bullicio de las calles repletas de gente ni el confort del exterior. Silvia es la única española. Aún es postulante y fue la última en ingresar en la comunidad. Tiene 53 años y llegó a Valfermoso por casualidad. Trabajaba de administrativo en una empresa de autobuses en Madrid, y es un claro ejemplo de vocación tardía a la edad de 51 años. Le encantaba salir y viajar, pero lo cambió todo por venir a Valfermoso de las Monjas. No figuraba «para nada» en su agenda ser monja. Sin embargo, en la Semana Santa de 2022 fue con sus amigas a vivir los oficios y aquí está. Es risueña, le gustan los juegos de mesa y hablar en los ratos de asueto.
Más vocaciones de religiosas en Guadalajara, pero a edades más tardías - Foto: Javier Pozo«Me llamó el Señor y hoy soy la persona más feliz del mundo porque siento que mi vida tiene un sentido», declara tras reconocer que aquí siente «mucha paz, una paz extraña, rara, que me enamora». Cuando contó su decisión en casa, hubo todo tipo de reacciones, apunta mientras admite sin reparos y entre risas que, quizá, lo que le cuesta un poco más en esta clausura es madrugar.
Sor Juana vino de Venezuela, y aunque pertenecía a una comunidad de laicos, es otra vocación tardía a la vida consagrada. En su caso, a los 56 años (hoy tiene 59). Se jubiló joven por enfermedad y su intención era seguir un proyecto de vida en su pueblo. Sin embargo, sintió una «necesidad, un deseo de Dios muy profundo», dice.
Nos reconoce sin reparo que está aquí porque, por la edad no la admitían en una congregación de su país. Se vino a España y ahora ya es novicia en Valfermoso, sintiéndose tremendamente afortunada por haber podido tomar un camino que la llena.
A Sor María la llamada del Señor le llegó a los 44. Es peruana. No hace mucho que pasó de ser novicia a ser profesa temporal o juniora -como también se llama-. Sigue formándose para emitir los votos perpetuos. Pertenecía a una congregación de vida activa, pero no le llenaba del todo. «Me sentía más atraída hacia la vida contemplativa y de oración, y cada día estoy más enamorada del Señor y del carisma», relata.
Oración y trabajo resumen cada jornada de la veintena de monjas que viven conformes el silencio de este monasterio, donde hay tiempo para compartir, jugar a las cartas, realizar manualidades, contar chistes, e incluso para ponerse al día sobre fútbol, si viene el caso.
formación. La formación es esencial en su camino. Aunque, inevitablemente, las nuevas tecnologías llegaron a la comunidad, son Sor Isabel, la priora, y Sor María Ángeles, las que mejor las manejan. «Todo lo que es trabajar con la Administración Pública conlleva hacer mucho papeleo por Internet», refiere la superiora con una gran sonrisa. «Las demás no usamos nada de nada, y no lo necesitamos», apostilla Sor María Luisa.
Pese a que en la comunidad se respira un proyecto de vida, la madre Isabel ve hoy en día «bastante difícil» la continuidad de muchos monasterios y conventos, tanto por falta de vocaciones como porque en la gran mayoría de ellos la edad media de las monjas es muy avanzada. Además, en su opinión, el endurecimiento de las premisas hasta tomar los hábitos, es decir, la prolongada formación, es otra dificultad añadida para la regeneración de las comunidades.