Sara Barquinero

Sara Barquinero

@sarabarquinero

Doctora en filosofía y escritora


No-performatividad

04/02/2025

A lo largo de la última semana he estado leyendo un libro de Sarah Ahmed titulado Denuncia, que versa sobre las dificultades de las estudiantes universitarias para presentar quejas por acoso sexual o discriminación en el entorno académico. Uno de los conceptos que emplea para hablar de la inoperatividad de las instituciones es el de no-performatividad: cuando una institución dice que está preocupada por el acoso sexual o que tiene un protocolo para enfrentarlo, en muchas ocasiones no significa otra cosa que, de hecho, no va a hacer nada, solo refugiarse en dicho protocolo. Esto es exactamente lo mismo que hacen ciertas multinacionales textiles al enunciar su «compromiso con la sostenibilidad» con un programa cosmético mínimo (que no apela a los grandes problemas de polución que su empresa causa), o cuando ciertas franquicias de hamburguesas señalan su íntima relación con los productos locales en un gran póster justo al lado de la caja en la que se pide (que es, al igual que sus hamburguesas, idéntica en todo el globo).
Decir que ya haces algo es muchas veces la mejor forma de no hacerlo, pues te da una respuesta rápida ante cualquier crítica y te permite recrearte en la burocracia o en los puntos ciegos de tu protocolo para evadir la necesidad de cambio: como ya estamos comprometidos con la sostenibilidad (el 3% de los productos que emplea mi empresa proviene de obradores locales) es difícil aplicar una nueva política sostenible sin que desactive la que ya hay. Como estamos preocupados por el acoso sexual, tenemos un reglamento que regula comportamientos y denuncias: es una lástima que esa chica que se queja no haya seguido los pasos y no podamos hacer nada en este caso concreto. Decir que harás algo sin precisar qué es o cuándo lo harás es otra manera de no hacerlo («tendré que ver las posibilidades», podría decir un empleado o un funcionario, un compromiso sin atributos).
Incluso si un miembro bienintencionado de estas instituciones o empresas quisiera cambiar algo de su funcionamiento, lo tendría muy difícil, precisamente por esa profusión de palabras vacías que solo entorpecen una posible acción. No solo entorpecen: generan cansancio en ambos lados del diálogo (quien pide o se queja y quien dice que ya lo ha hecho), pues repetir que harás algo que no hacen no es exactamente lo mismo que no hacer nada, y escuchar una promesa vacía no es exactamente lo mismo que el silencio. La no-performatividad, pues, hace que ambas partes gasten energía (ya en prometer en falso, ya en escucharlo) que bien podrían invertir en encontrar una solución más satisfactoria.
Esta última descripción del cansancio se me quedó en la cabeza durante varios días. Aunque el concepto de Ahmed se refiere a empresas e instituciones, no pude evitar pensar en todos aquellos actos no-performativos que yo misma hago cada semana. Hay algo de no-performatividad en encontrarte con alguien con el que nunca consigues sacar tiempo para entablar una relación y decir cosas como «ya quedaremos», «miramos la semana que viene, a ver qué tal la tengo». Hay algo de no-performatividad en hacer una lista de tareas pendientes en lugar de hacerlas, o en abrir el correo electrónico, leer cada una de las peticiones o propuestas que te llegan y decirte a ti misma «ya contestaré». Hay algo de no-performatividad en abrir un mensaje incómodo (por el tema en sí mismo o porque es un mensaje de audio de tres minutos y medio que te da pereza escuchar), quitarle la notificación de «No leído» y pensar que cuando vuelvas a casa, o mañana, o el fin de semana próximo por fin te pondrás al día. Quizás si hiciéramos menos promesas (a nosotros mismos o a otros) y nos procurásemos menos aplazamientos sin fecha haríamos al menos algunas de las cosas que decimos que haremos. Quizás si al encontrarte con alguien no dijéramos siempre «tenemos que vernos» sería más sencillo que nos viéramos de vez en cuando, en lugar de simplemente repetir un mantra que nos excusa («yo lo intenté, dije que teníamos que vernos») pero no nos ata (de hecho, si una de esas personas nos recuerda que hemos dicho que «tenemos que vernos» cuando dijimos más o menos que nos veríamos la reacción habitual es la pereza, el deseo de escaqueo). Gran parte de la energía psíquica que exige no contestar a un correo se podría reciclar en simplemente contestarlo, y puede que contestar a la primera supusiese menos esfuerzo que aplazarlo, pensar en ello durante días, angustiarse porque no lo hemos hecho y finalmente, si no queda más remedio, hacerlo (con unas líneas extra para disculparse por la tardanza).

#TalentosEmergentes