Víctor Arribas

VERDADES ARRIESGADAS

Víctor Arribas

Periodista


Karla en el diván

16/02/2025

La sociedad mediática contemporánea que hemos montado devora mitos al mismo ritmo que los fabrica. Probablemente no hay psicoanalista capacitado en el mundo para tratar la depresión que debe sentir hoy la actriz española Karla Sofía Garzón, ni diván preparado para calmar su desazón por el avatar en el que se ha visto envuelta. Karla se levantó un día convertida en estrella mundial del nuevo cine vanguardista gracias al extraño director francés Jacques Audiard, y a la hora de la siesta ya era un juguete roto al descubrirse que hace lustros ha opinado lo que no se debe opinar. Y ahí terminó su carrera. Desde que alguien desempolvó sus mensajes inconvenientes, su nombre ni siquiera se pronuncia en los círculos "culturales", fue metida en la nevera para que no asistiera la semana pasada al folletín anual de los Goya, y ya no tiene opción alguna de ganar el Oscar a la mejor actriz para el que fue inconcebiblemente nominada. Nadie lo habrá pensado, pero la polémica de su cancelación ideológica por la izquierda mundial ha evitado la posibilidad de que Karla gane un premio que nunca le concedieron a Audrey Hepburn, que no tiene Ingrid Bergman, que no ganaron Greta Garbo o Ava Gardner. Con la diferencia de que Karla es una mujer trans, uno de los salvoconductos para el éxito actualmente en cualquier disciplina, un dogma de los muchos que el progresismo mundial ha adoptado como propios no con el fin de defender a sus víctimas sino de arrojar sus creencias al resto de la humanidad para hacerla pasar por intolerante y totalitaria. Muchas veces ha sido peor el antifascismo que el propio fascismo.

Uno puede ser capaz de admirar el trabajo de Jon Voight o Sylvester Stallone, estando en las antípodas de su pensamiento republicano, incluso se puede amar a Eastwood a pesar a sus ideas y declaraciones exageradamente conservadoras, y a que en 2016 anunció su voto favorable a Trump porque no soporta la "generación de mariquitas" que se ha creado en su país con tanto buenismo absurdo impuesto a golpes de dictadura cultural. Hay un artista musical británico de gran éxito en las últimas décadas, Morrissey, que lleva años esperando que alguna discográfica publique su último disco que duerme el sueño de los justos. ¿Su pecado?. Haberse declarado contrario a la inmigración incontrolada en el Reino Unido, entre otras opiniones incorrectas. Nadie se acuerda ya de sus canciones de rechazo a la Thatcher, a Reagan o sus diatribas contra la foto de Azores. Le han sentenciado al ostracismo por decir lo que piensa.

Afortunadamente, la cultura en sentido genérico está muy lejos de ser esto. Cultura, con C mayúscula, eran Scott Fitzgerald y Somerset Maugham, Raymond Chandler y Edward Hopper, John Ford, Frederic Remington y Weegee. Pensaran lo que pensaran. Esta semana leí una entrevista con un escritor que calificaba como ridículo imponer la prohibición de ver los cuadros de un pintor renacentista si se descubriera que en su biografía hubiera abusado de un menor hace cuatro siglos. Pues eso es la cancelación: la jauría sedienta de imposiciones atendiendo a su particular moralidad.