El soponcio de mirar los resultados de la jornada y ver que el Barça ha ganado 1-5 al Mallorca y el Madrid ha perdido 2-1 en Bilbao y Mbappé ha fallado un penalti, ese soponcio… Cosas de esas Supercopas ideadas (dicen) por dos tipos que ya no pinchan ni cortan en el fútbol español, Rubiales y Piqué, y que han dejado un 'marrón' a distancia (70 horas de coche, si lo han buscado, para más de 6.600 kilómetros) donde 100 seguidores de dos equipos 'comparsa' (Athletic y Mallorca este año) se entremezclan con miles y miles de aficionados locales (hombres) de Madrid y Barça que abuchean u ovacionan a los presidentes cuando los exhiben como jeques en los videomarcadores, mientras los medios oficiales blanquean dicho 'marrón', difícil empresa, alabando el formato, las instalaciones e incluso, qué demonios, la hospitalidad y el aperturismo (¡hasta se anunció en las vallas del estadio una venta online de jamón, no es broma, durante la final!) de un régimen que, vamos a ver, es menos malo cuantos más billetes pone encima de tu mesa. A 70 horas de coche del esperpento de 'Geri' y 'Rubi', que, por cierto, está firmado hasta 2029 y la Federación quiere llevárselo hasta 2034 para seguir arrebatándole el juego a los aficionados, el balón sigue rodando sin que lo maree Vinícius o lo hipnotice Yamal. Los campos están llenos o medio llenos (porque los horarios y los precios de las entradas son cosas que deberíamos copiar pronto del modelo alemán) de aficionados «de verdad» con sentimientos «de verdad», y ni a mí ni a muchos nos quitarán de la cabeza que todo el deporte que el 'petrodólar' compra u organiza en los últimos tiempos tiene mucha mentira. A 6.600 kilómetros de España, sí, se jugó un clásico de cartón piedra mientras LaLiga seguía su curso, tranquila o no, como debería ser siempre.