Marta había salido de Barcelona algo asfixiada por cierto clima fanático que entre unos u otros -banderas y pasiones nacionales- se había extendido, borrando el ambiente cultural cosmopolita que había caracterizado a la urbe en las pasadas décadas. Tenía orígenes en una de las zonas más bellas de Cataluña, una de las más nacionalistas y, ahora, independentistas. Sin embargo, además de amar a sus tierras y gentes, también amaba a España y lo bueno de Europa o el mundo, más allá de limitadas fronteras.
Llegó a Madrid con un nuevo trabajo, encontró una ciudad de gentes abiertas, también según se acercaban las fechas de la investidura, revueltas. El gobierno había hecho pactos con los independentistas para gobernar con quienes deseaban partir España, ser independientes. Destruir España, decían otros. Permitir la libertad con un referéndum, gritaban muchos catalanes, que tiraban de un lado u otro del sistema institucional en sus pretensiones.
Pero Marta tenía serios problemas médicos que requerían atenciones. Ni la tarjeta ni las recetas que le habían prescrito servían ni eran reconocibles por el sistema de Madrid. Al parecer, ocurría con las distintas autonomías entre sí, que se convertían en sistemas de tonterías administrativas, impidiendo la eficiencia. Los dolores de cabeza y otros problemas la hicieron guardar cama algunos días, pues tardaría semanas en resolver los problemas administrativos, cuando se podía haber evitado con una coordinación más sensata. Pues también los madrileños viajan o se trasladan a Cataluña, o los castellanos van a Galicia y viceversa...
Este ejemplo puede esconder casos graves y demuestra la estupidez de un país en tantos aspectos maravilloso, que por rencillas burro-cráticas o intereses regionales o nacionalistas se daña a sí mismo. España ahora es como una fiera herida que se desgarra a sí misma, un dragón que es deshecho por sus propios jugos gástricos, autodisolviéndose por la feroz energía de sus encimas.
Quisieron formar gobierno entre elementos muy heterogéneos, contradictorios en muchos aspectos. Ante el clima de desasosiego y revuelta tal vez lo más coherente con una verdadera democracia sería volver a convocar elecciones, pues los argumentos han sido cambiados: las hemerotecas muestran al presidente declarando que era imposible e ilegal hacer lo que ahora defiende.
Tal vez todo esto sirva, si no funciona, para replantearse de otro modo la cuestión de España y cómo lograr que sus partes no peleen entre sí, sino que unidas puedan lograr desarrollarse del modo más beneficioso para todos. Unidos somos más fuertes y logramos mejores objetivos. Disputando entre nosotros, apenas gana nadie o solo quienes hacen negocio personal con la disolución, carroñeros hambrientos que esperan caigan los «muertos». Prefieren ser cabeza de ratón a cola de león. ¿Cabría una refundación?