La efervescencia de los partidos efímeros es una constante histórica desde la Transición. Son formaciones que se suben al oportunismo para dar con el momento adecuado de vender un discurso acorde a lo que los votantes quieren oír, por más que ese deseo no sea más que el reflejo de una entelequia. Algunos de esos partidos sí han jugado papeles trascendentales en nuestra historia contemporánea antes de que se produjera la reunificación del voto en siglas ómnibus capaces de firmar mayorías absolutas en las urnas. Sucedió con el PC devenido en IU, sucedió con la UCD masivamente integrada en AP, primero, y el PP después, y sucedió con Ciudadanos, el partido que tuvo en su mano todo el poder territorial y la capacidad de inclinar el Gobierno de España y que terminó sus días como merecían sus estruendosos tropiezos.
Ahora, las campanas tocan a muerto por Podemos, formación ensamblada a partir de las movilizaciones sociales detonadas por las consecuencias de la crisis financiera de 2008. Aquella indignación social que recorrió las calles un 15 de mayo y después acampó en las plazas mientras el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero -ahora propagandista de cabecera de Pedro Sánchez- se mostraba incapaz de levantar el rumbo económico del país, que se asomaba a una intervención atroz de las instituciones europeas, la capitalizaron un grupo de advenedizos que mostraron en muy poco tiempo su escaso acervo democrático, su apego al poder y sus formas autocráticas. El arquetipo del invento fue Pablo Iglesias, el mismo del que Sánchez abjuró antes de echarse en sus brazos para ser presidente tras ser desalojado por los suyos de Ferraz.
Hoy, la lucha por el poder continúa pero Iglesias es un político vencido en las urnas y en los despachos. Libra su particular batalla desde los medios cortados a su medida y no ha disimulado su furia por ver a quien fuera su heredera política, la vicepresidenta Yolanda Díaz, exhibir el poder de su asociación con el presidente y la tutela de cuatro ministerios -además del suyo- con personas de su estrecha confianza, maniobra que ha servido para borrar toda huella de Iglesias y sus adláteres en el Ejecutivo español.
Este contexto es problemático para Sánchez. Podemos maneja cinco escaños en el Parlamento. En un momento de extrema debilidad y dependencia del Ejecutivo nacional, eso vale tanto como los votos del PNV, determinantes para que el PSOE siguiera en la Moncloa. Se da así la paradoja de que un político amortizado al frente de un partido en extinción pueda encontrar el cauce para volver a ser relevante y cobrarse una venganza por la que saliva su líder en la sombra. La legislatura, todavía nonata, empieza con turbulencias.