El asesino confeso de tres hermanos en Morata de Tajuña hace pocas semanas, ha asesinado a golpes a su compañero de celda en la cárcel de Estremera, donde estaba detenido en régimen de prisión provisional en un módulo para presos de especial peligrosidad. La víctima era un "preso de confianza", voluntarios que a cambio reciben beneficios penitenciarios, y cuya misión es impedir que el preso se autolesione o agreda a compañeros o funcionarios.
Marlaska, si tuviera lo que hay que tener, habría presentado hace tiempo su dimisión irrevocable, porque no ha habido ministerio de Interior que haya dado mayores muestras de incompetencia, desidia y mala praxis, además de prescindir de profesionales muy cualificados para colocar a personas ideológicamente adictos al régimen sanchista.
Nunca se habían visto gestos de tanta soberbia en un ministro de Interior, cargo que, por las características de su departamento, debería mostrar mayor sensibilidad hacia los colectivos y personas afectadas por actos violentos, accidentes, catástrofes y situaciones límite humanitarias. Situaciones todas ellas que de forma directa o indirecta afectan a ese ministerio, que tiene adscritos a los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado, prisiones, tráfico, unidades de intervención urgente y protección civil.
La lista de decisiones de Fernando Grande-Marlaska que han provocado gran polémica es larga, empezado por la destitución del jefe de la Unidad Central Operativa, y posteriormente el cese del coronel Pérez de los Cobos, que se negó a dar al ministro la información que le exigía sobre las investigaciones que estaba llevando sobre la manifestación feminista del 8-M que algunas fuentes consideraron el origen de la pandemia. Pérez de los Cobos argumentó que estaba prohibido informar sobre una investigación judicial, lo que evidentemente conocía perfectamente Marlaska, juez de profesión. El Supremo ordenó la readmisión del sancionado, a lo que se negó el ministro, que además impidió que fuera ascendido a general.
En el "haber" más controvertido de Marlaska, el acercamiento de determinados etarras con motivos aparentemente políticos, los 23 inmigrantes muertos cuando intentaban salvar la valla de Melilla y entrar ilegalmente a España, y los últimos días el ataque a dos guardias civiles que en Barbate fueron arrollados por una narcolancha que los embistió provocando su muerte instantánea. Se conocieron entonces, con toda su crudeza, la falta de medios con que trabaja la guardia civil, así como, la disolución de la unidad de élite contra el narcotráfico.
Este jueves, un asesino confeso, el paquistaní Dilawar, ha matado a golpes al preso con el que compartía celda. Una prueba más de que el ministerio de Interior de Marlaska sufre importantes problemas de eficacia, no es sensible a las necesidades de los cuerpos de seguridad, no garantiza el control de las fronteras de Ceuta y Melilla, ni respeta a los buenos profesionales cuando considera que pecan de exceso de protagonismo.
Marlaska no dimite porque su orgullo se lo impide, pero se ha ganado a pulso el cese fulminante.