Donald Trump proclamó durante años que Estados Unidos estaba involucrado en demasiados conflictos que no le correspondían y el aislacionismo del America First fue una de las banderas de su campaña electoral. Pero desde el momento en que ganó los comicios del pasado 5 de noviembre ha presentado unos planes que superan al expansionismo más agresivo de cualquier otro predecesor.
Una parte de su agenda -desvincularse de varios organismos de la ONU o abandonar los acuerdos climáticos- ha alimentado de algún modo ese alma solitaria, al igual que sus planes para sacar a las tropas estadounidenses de Siria, aunque también ha dejado claro que sus intereses en el mundo son diversos y no renunciará a la fuerza para protegerlos. En apenas 15 días, ha amenazado con intervenir en tres continentes por diferentes razones: en el Canal de Panamá para lograr supuestamente un trato más justo para sus barcos, en la isla danesa de Groenlandia para proteger la seguridad en su espacio atlántico y en la Franja para poner fin a un conflicto palestino-israelí que dura casi 80 años.
El plan de Trump para ocupar Gaza y «tomar su control» pilló por sorpresa a propios y extraños, si bien su Administración mantuvo al día siguiente cierta ambigüedad: «No significa botas militares en el terreno, ni que los contribuyentes estadounidenses pagarán este esfuerzo», señaló la portavoz de la Casa Blanca, Karoline Leavitt. «Significa que Trump, el mejor negociador del planeta, va a conseguir un buen trato con nuestros socios en la región» de Oriente Próximo, apuntó, en alusión a la posible aceptación de Egipto y Jordania de realojar a cientos de miles de palestinos, pese a su negativa.
Dos costosos precedentes
En el siglo XXI, EEUU ha tenido dos experiencias de intervención directa muy costosas, tanto en términos económicos como en vidas humanas, que han dejado cicatrices políticas y morales en un país donde la intervención en la guerra de Vietnam marcó a generaciones.
Primero fue Afganistán, donde el objetivo fue derrocar a los talibanes y sostener a duras penas un Gobierno que finalmente cayó en 2021 tras una retirada estrepitosa de las fuerzas norteamericanas. Desde 2001 y hasta entonces, murieron 2.459 soldados, según el Departamento de Defensa.
En 2003 le tocó el turno a Irak, cuyo gobernante, Sadam Huseín, había sido designado por el expresidente George W. Bush como parte de un «eje del mal». La invasión de las tropas estadounidenses abrió la caja de truenos de la violencia sectaria en la nación árabe y propició una guerra de guerrillas que hasta 2012 dejó 4.492 militares norteamericanos muertos.
¿Amenaza real?
En realidad, el supuesto aislacionismo de EEUU nunca ha sido verdad: como recuerda el politólogo Robert Longley, la alergia a lo que el exmandatario Thomas Jefferson llamó «alianzas enredadoras» se ha referido en realidad a los enfrentamientos en Europa, un continente donde se necesitó a soldados estadounidenses para acabar con la Segunda Guerra Mundial. El conflicto más actual, en Ucrania, ha supuesto para Washington solo una implicación financiera y armamentística, pero no hay constancia de que ningún uniformado norteamericano haya entrado en combate.
Sin embargo, Trump no ha descartado intervenir en el Canal de Panamá. De hecho, el pasado domingo lo volvió a repetir: «Lo vamos a recuperar o aquí va a pasar algo muy gordo». Lo cierto es que es difícil saber si hay que tomarse en serio sus amenazas o si sus polémicas afirmaciones son solo un órdago para presionar y conseguir sus objetivos. Los próximos meses tendrán la respuesta.