El espía que esquivó a la muerte por un beso

Teresa Díaz (EFE)
-

El agente del CNI José Manuel Sánchez Riera recuerda en 'Tres días de noviembre' la emboscada mortal que en 2003 sufrieron ocho agentes del CNI en Latifiya, en el corazón de Irak. Un episodio de horror del que solo él salió con vida

El espía que esquivó a la muerte por un beso - Foto: EFE/ Ballesteros

Hace casi 22 años, a José Manuel Sánchez Riera el beso en la mejilla que le dio un hombre le salvó la vida. Podría ser el comienzo de una novela, pero es una historia real y también trágica. Pepe, como le llaman sus amigos, fue el único superviviente del atentado yihadista ocurrido el 29 de noviembre de 2003 en Irak, en el que murieron siete de sus compañeros del Centro Nacional de Inteligencia (CNI). 

Ahora, más de dos décadas después, evoca el ataque en Tres días de noviembre (Espasa), un duro relato en primera persona del suceso que marcó su vida, hasta el punto de sentirse como «un muñeco» sin mostrar ninguna «afectividad» hacia su mujer e hijos.

El equipo del CNI había llegado a Irak el 26 de noviembre vía Kuwait. En el trayecto hasta sus bases en Diwaniya y Nayaf, en el suroeste del país, pararon en la carretera a descansar, momento en el que se hicieron la famosa foto en la que aparecen los ocho agentes de pie ante un coche.

Tres días después, mientras regresaban de Bagdad a sus bases, en Latifiya, a unos 30 kilómetros de la capital, sufrieron el atentado. «Oímos el ruido de un motor acelerando» e inmediatamente ya les estaban disparando.

En medio de ese infierno, decidió ir a pedir ayuda. En ese momento su sensación fue «tremendamente fría. «Eres un individuo único en el mundo que tiene que salir de allí, aunque sea muerto», pensó. Así, cuando creía que estaba seguro, una turba de gente le empezó a rodear y a agredir hasta que un individuo se acercó, le miró y le dio un beso. Entonces, la violencia cesó.

En la siguiente escena que recuerda, ya por la noche, estaba a salvo y sus siete compañeros habían muerto. Sus sentimientos eran encontrados. Estaba «tremendamente» bien y mal. «Tenía mucho miedo, pensaba que era un cobarde, que era culpable. Parecía que los había matado yo», admite.

Su primera misión

Suboficial del Ejército de Tierra, Sánchez ingresó en 1992 en el CNI (CESID, entonces) porque alguien del centro decidió que era un «elemento válido». Como militar, para él era «muy interesante». La de Irak fue la primera misión de esas características que afrontaba, no así para sus compañeros. «Era el menos experto» en este tipo de operaciones, en la que se trataba de proporcionar seguridad a las tropas españolas.

Eran conscientes del riesgo. «Sabíamos que las cosas en el país se estaban deteriorando» y que, como miembros de los servicios secretos españoles, «éramos objetivo». Solo un mes antes habían asesinado a otro agente del CNI en Bagdad, José Antonio Bernal.

Federico Trillo, el que fuera ministro de Defensa en la época, aseveró que el ataque pudo deberse a un soplo, una delación o una traición de alguien. El único superviviente le da la razón y cree que el autor del chivatazo pudo ser el intérprete, como se especuló entonces. 

Eso sí, reconoce que tras el atentado no ha tenido una vida, sino «muchas vidas». Unos meses más tarde de lo ocurrido, se fue a vivir al extranjero con su familia. En ese momento seguía trabajando para el CNI. Pero a su regreso, se le fue la cabeza, según cuenta: «Era como un artículo del mobiliario. No participaba en la vida familiar, no tenía ninguna afectividad, ni positiva ni negativa». La situación fue degenerando y tuvo que pedir ayuda a un profesional. Fue un día de marzo de 2009, cinco años después del atentado, entrando al CNI. «En las escaleras principales, me paro, me pongo a llorar, cojo el teléfono, llamo al psiquiatra y le digo 'ayúdame'», relata. El desencadenante pudo ser un viaje de trabajo que poco antes había realizado a Egipto. Algo le removió. «Los colores, los olores, el idioma...». Tenía estrés postraumático, por lo que en 2013 inició los trámites para solicitar su incapacitación. 

Sánchez reconoce que tuvo que reinventarse. Ahora, de la mano de una asociación de víctimas del terrorismo, imparte charlas en colegios, institutos y, a veces, en universidades, contando su experiencia.  «Tengo una buena vida», asegura. 

En el acceso principal al CNI, en Madrid, nueve llamas honran la memoria de sus «héroes», los siete que murieron en el ataque del 29 de noviembre: Carlos Baró, José Lucas Egea, Alberto Martínez, José Ramón Merino, José Carlos Rodríguez, Alfonso Vega y Luis Ignacio Zanón, además de José Antonio, fallecido un mes antes en Bagdad.

La novena llama está dedicada a todos los que dieron su vida, en secreto, al servicio de España.