Más allá de la muerte y la destrucción que ocasionan la guerra, otros aspectos preocupan considerablemente en Gaza, donde la escasez de medicinas, la falta de higiene, el hambre y otras consecuencias del conflicto han disparado las enfermedades infecciosas hasta extremos nunca antes vistos en un enclave palestino que el invierno puede empeorar aún más.
Un sistema sanitario colapsado, colas durante horas para entrar a un baño y una hambruna sin precedentes desde las de Etiopía o Somalia han expandido por miles los casos de una larga lista de enfermedades en la Franja palestina tras dos meses y medio de ofensiva militar de Israel.
«Catastrófico», lo define el doctor Maruan Shafik Ali, el mismo término que repiten sin parar organismos internacionales y organizaciones humanitarias sobre una crisis que sigue empeorando.
Este médico dirige el Hospital Mohammed Yousef El-Najar en Rafa, una localidad situada en el sur del enclave costero donde se hacinan más de un millón de gatazíes instigados por el Gobierno de Israel para desplazarse del norte al sur y huir así de las bombas. Sin razón, puesto que las explosiones también se suceden allí.
«Antes la población de la ciudad de Rafa eran 300.000 personas, mientras ahora con el desplazamiento llegó a 1.300.000», relata el galeno.
«Los equipos médicos apenas atendían un gran número de pacientes con enfermedades infecciosas, pero ahora no pueden más», lamenta el doctor.
Más de 95.500 casos de diarrea, otros 19.300 de sarna, 17.500 de parásitos, 4.400 de viruela, 1.900 por intoxicaciones alimentarias, meningitis y otras enfermedades, que tengan contabilizados, porque teme que sean el doble.
Sus números escritos a mano en un papel los corroboran las estadísticas de agencias internacionales como la Organización Mundial de la Salud (OMS), que ha alertado de que los casos de gastroenteritis son 25 veces más que antes de que comenzara la guerra, el pasado 7 de octubre.
La OMS eleva los casos de diarrea a más de 100.000, la mitad entre niños de menos de cinco años, y a más de 150.000 los de infecciones respiratorias, unidos a los de meningitis, sarna, piojos, varicela... «Si hace frío, se extenderá la gripe y las enfermedades por problemas respiratorios», teme este médico, pues el invierno puede empeorar más aún una crisis humanitaria sin precedentes en Gaza.
«Una tienda de campaña de cuatro por cuatro metros acoge a más de 20 personas, por eso la gripe se está propagando», prosigue, en campos de desplazados, escuelas convertidas en refugios y casas que acogen a muchas familias juntas.
Sin medios
Combustible para dar energía a los hospitales y extraer agua potable, tanto para beber como para lavarse en campos donde se hacinan miles de desplazados, son solo parte de otra larga lista, la de necesidades en la Franja: muchas enfermedades serían fáciles de curar si hubiera medios.
En una de esas escuelas convertida en centro de acogida ayuda el médico de familia Mosaab al Mubayed, en el colegio de Al Quds en el centro de Rafa, donde se refugian unas 2.500 personas, muchas niños. Allí llegó con su familia hace un mes desde el norte de Gaza: «Con solo un equipo de enfermeros, necesitaban médicos».
Pero carecen de medicinas y las que llegan gracias a organismos como UNRWA, la agencia de la ONU para los refugiados palestinos, «son muy, muy pocas» y se ven obligados, «desafortunadamente, a dar menos dosis», lamenta.
Viruela, malaria y diarrea son algunas de las patologías que se extienden sin freno especialmente entre los niños de campos de desplazados saturados y sin servicios sanitarios.
Al igual que su colega, insiste en que muchas de estas enfermedades son sencillas de tratar, si hubiera medicamentos básicos, como paracetamol, pero sin ellos muchos niños pueden morir: «El futuro parece oscuro».
Les llegan casos de intoxicación alimentaria por ingerir mucha comida enlatada, pues el hambre no mira la fecha de caducidad, con la consiguiente diarrea severa.
Niños que llegan en estado crítico sin que haya una ambulancia disponible para llevarlos al hospital o sin que tengan los mínimos medios para dar un diagnóstico preciso entre tantas enfermedades.
Yana, de 14 años, llegó al consultorio con tos y alta temperatura, tenía neumonía pero no había los medicamentos adecuados y tuvieron que darle otros alternativos. «Un ejemplo de la situación que tenemos aquí», sentencia.