«Aunque doce, como mil»

Antonio Herraiz
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Forman un club privado que nació con el objetivo de compartir mesa, mantel y palabra. Durante sus 37 años de vida, han conseguido sobreponerse al desgaste que sufre cualquier colectivo humano y hay savia nueva con los hijos de varios fundadores

«Aunque doce, como mil»

Empezaron 12, como los apóstoles. Los estudiosos de la Biblia señalan que la cifra indica la perfección de gobierno, el servicio, la potestad y la protección. 12 patriarcas, 12 tribus de Israel, 12 jueces… En este caso, no tuvo nada de místico: fue casualidad. Eran el grupo de amigos que se juntaban los fines de semana a cenar con sus parejas. Hablamos de los años 80, en los que Guadalajara convivía entre el ruralismo y el despertar urbanita impulsado por el crecimiento industrial de la capital. «Raro era el sábado que no nos juntábamos 10, 11 ó 12 matrimonios. Cuando queríamos empezar a cenar eran las 10 y media de la noche o más. Eso implicaba que acabábamos también tarde y, en muchos restaurantes, te ponían problemas para tomar una copa y echar la partida, porque los camareros se querían marchar». Había que encontrar una alternativa. «Nos pusimos a buscar un local. Vimos varios y nos quedamos con el que sigue siendo nuestra sede después de 37 años». Por allí han pasado alcaldes -de la capital y de pueblos de la provincia-, presidentes de la Diputación, consejeros de la Junta de Comunidades y también el que fuera presidente de Castilla-La Mancha, José Bono. 

Emilio de Lucas (Cañizar, 1947) es el actual presidente de la Asociación Cultural Gastronómica Alcarreña, colectivo que ha sabido permanecer en el tiempo con el sencillo objetivo de compartir mesa, mantel y palabra. Los referentes iniciales pudieron ser las sociedades gastronómicas que proliferan en el norte de España, aunque con la idea de mantener identidad propia. Muchos otros colectivos han ido naciendo en la ciudad con pretensiones parecidas y se han disuelto casi con la misma prontitud con la que se crearon. «¿La clave del éxito? Saber tolerarnos y soportarnos. Está claro que no todos pensamos igual. Lo que no puedes es estar todo el día echándote en cara los defectos. Darnos un abrazo con frecuencia es fundamental». 

La sede de la asociación, en la calle Exposición de la capital, junto al palacio de la Diputación Provincial, la preside un cuadro de grandes dimensiones en el que están representados los socios originarios de este selecto club gastronómico. Los autores del mural fueron los artistas César Gil Senovilla y Rafael Pedrós. Vestidos con unos hábitos, que se convirtieron en uno de los elementos identificativos de los miembros de la asociación, se ve caricaturizados a los 12 fundadores: Emilio Pérez -siempre en el recuerdo-, los hermanos Doñoro, Eusebio y Julián, los hermanos Cercadillo, Juanjo y Lucio, Miguel Redondo Chato, Patrocinio Patro Reviriego, Gabriel García, José Martín Mourín, José Polo, José Luis García Sixto y el propio Emilio de Lucas. «Ha habido desgaste, como en todos los colectivos formados por personas. Algunos socios han decidido no continuar y los hay que siguen formando parte del grupo, aunque con una presencia muy reducida». Eso implicó la apertura a nuevos socios y también la incorporación de los hijos de tres fundadores, lo que ha permitido un relevo generacional que garantiza el futuro de la asociación. «En buena medida, dependemos de los jóvenes y esas incorporaciones han traído savia nueva». 

La periodicidad y el día de los encuentros gastronómicos han ido variando. Al principio, los hombres se juntaban los miércoles por la noche, las mujeres los viernes y las parejas los sábados. Ahora, comen los miércoles y se distribuyen el servicio de forma ordenada. «No todos tenemos la misma destreza en los fogones, por eso buscamos el equilibrio y nos repartimos las tareas». Las tortillas de Gabi -conocido peletero de la ciudad- son un clásico de los aperitivos y el menú varía en función del responsable en la cocina: hay guisos de judías, rabo de toro, cocidos y también platos más sencillos como un buen filete de ternera a la plancha. «Cuidamos mucho el producto y buscamos los mejores proveedores para que la carne sea de máxima calidad». Es un club privado y sólo tienen acceso aquellos invitados que han comunicado los socios. Le pregunto a Emilio si es una asociación exclusiva de hombres y es rotundo: «Ahora mismo pueden venir las mujeres que quieran, sin necesidad de que sean parejas de los socios. Es verdad que, al principio, reservamos un día para los hombres y no permitíamos la entrada de mujeres, pero no en un acto de machismo ni nada de eso. De igual forma, ellas tuvieron su día en el local». 

Con 37 años de historia, a Emilio se le acumulan las anécdotas en la asociación. «La reforma del local nos la hizo Constantino, al que todos conocimos en el bar La Poveda, junto al santuario de la Virgen de la Antigua. Constantino era también el bombo de la desaparecida peña La Alegría de Castilla. Junto a otros colaboradores, como Antonio Roche, decidimos que tenía que salir en el cuadro con los fundadores, aunque fuera a un tamaño menor. Cuando se vio retratado, no le gustó cómo había quedado y nos pidió que quitáramos su imagen». Me cuenta Emilio que durante un par de años les dio por ir a los toros con los hábitos al Coso de las Cruces y en una corrida televisada el comentarista se fijó en ellos: «Miren esos pobres monjes, el calor que tienen que estar pasando». Tienen un escudo propio y un lema con el que concluye la explicación heráldica firmada por el coronel Juan Gual Fournier, exdelegado de Defensa en la provincia de Guadalajara: «Aunque doce, como mil». Y lo cumplen, no sólo en el brindis final.