A la puerta del restaurante, en la Avda. Castilla-La Mancha, antigua carretera Madrid-Toledo, Pepe Rodríguez bromea sobre los méritos de Illescas para ser elegido «el pueblo más feo de Toledo» por una revista de viajes en decadencia. Recuerda cuando, a la salida del colegio, jugaba al fútbol en una era, hoy poblada de chalés, y las batallitas de la abuela Valentina que emigró a Cuba en barco con sus dos hermanas, a los 18 años. Hoy, entre el jurado de 'MasterChef' (Tve1) y la cocina de 'El Bohío', apenas le da la vida para otra cosa que no sea el trabajo.
La fama y la notoriedad le sorprendieron en la cocina, sin buscarlo, el día que fue invitado a hacer una prueba para un programa de TVE. Un concurso de cocina que le ha cambiado la vida y que lidera la audiencia de televisión desde su estreno, hace ya casi doce años. Pero, no todo es tan bonito como lo pintan. Mucho antes de ponerse delante de una cámara, la vida ya le había sometido a este toledano – nacido en Madrid, aunque vecino de Illescas desde los tres años – a complicadas pruebas de supervivencia felizmente superadas.
Pepe Rodríguez viste chaquetilla blanca, impoluta, con su nombre grabado en un costado, zapatillas deportivas de color negro y unos pantalones estrechos a cuadros. Es viernes, pero sigue conectado. Viene de grabar 'MasterChef' y se prepara para afrontar con su equipo de cocina la propuesta culinaria de 'El Bohío' para el fin de semana.
Su hermano Diego dejó el restaurante hace seis años y montó una empresa que ofrece productos y servicios vinculados a la hostelería. «Yo entendí que no era el momento de abandonar algo que nos había costado tanto sudor y lágrimas levantarlo, ponerlo al día y darle un prestigio reconocido en toda España. ¿Ahora, cojo y lo dejo? No, ahora cojo y me quedo. Creo que era el momento de quedarse».
Pepe Rodríguez (camiseta amarilla), con su padre y sus hermanos en la entrada del restaurante, años 80«Cuando te dicen 'qué bueno está esto', te olvidas del dinero y de las horas dedicadas a prepararlo»
Mientras recorre sus vivencias personales y profesionales, sentados en una mesa redonda con mantel blanco, dominando el salón-comedor de la primera planta, uno entiende su deseo de rescatar el esfuerzo y la dedicación de sus antepasados. «Tenía muchas ganas de ir a Cuba y conocer La Habana, donde vivieron mis abuelos. Finalmente, viajé en enero de 2020. La cadena de Hoteles Meliá me propuso estudiar sobre el terreno un proyecto de restaurante como este. Me sacaron un billete y estuve unos días en Varadero y La Habana. Aproveché la visita para conocer la casa donde residieron mis abuelos, justo al lado de 'La Bodeguita del Medio'. Da pena ver cómo está aquello, tirado, destruido…».
Los objetivos del viaje quedaron aplazados por culpa de la pandemia que llegaría unos meses después, pero su deseo es volver pronto con toda la familia y rastrear las huellas de Valentina y sus hermanas. «El problema de Cuba –afirma– es que no se invierte. Es un país maravilloso, con gente hospitalaria, pero aniquilado. Fuimos a comer a paladares donde no se come mal, aunque escasean algunos productos. En uno de esos paladares saludamos a un cocinero cubano que había aprendido el oficio en España y que conocía mi casa. Comimos un rabo de toro y unos arroces extraordinarios».
El abuelo del Rey, Don Juan de Borbón, se despide de Pepe Rodríguez a la salida de ‘El Bohío’.Su vida, salvo en agosto, la reparte entre 'MasterChef' y el restaurante, con algún paseo en bici o caminando por las inmediaciones de Illescas. «El mundo de la cocina es apasionante. Te llena y te envuelve. Cuando alguien te dice 'qué bueno está esto', te olvidas del dinero, de las horas y del tiempo que has dedicado a prepararlo. El ego del reconocimiento es terrible. Recibes la respuesta de forma inmediata. Es algo muy gratificante, pero duro a la vez. Te engancha de tal forma que no lo puedes dejar. Es una adrenalina. Una droga. Pero, si no lo ves como negocio, estás perdido. Yo tengo trabajando aquí a 22 personas a las que hay que pagar sus nóminas. Además de la seguridad social y los impuestos. El lado bonito y bucólico me envuelve y me anima a seguir ahí, pero sin perder la perspectiva de lo que estoy haciendo».
«En los años 90 había en Illescas bastantes jóvenes enganchados a la heroína y familias destrozadas»
En su opinión, la imagen del triunfador que sale en la tele y que a cada dos pasos le halagan y le piden una foto, no se corresponde con la realidad. Las apariencias engañan. Y la mejor prueba de ello es su agenda para el fin de semana. «Hoy viernes estaré aquí – en 'El Bohío' – todo el día. Y el sábado y el domingo también. Porque la gente quiere verme. El lunes grabación, el martes viaje a Bilbao, vuelta a grabar el miércoles 'MasterChef', y el viernes otra vez aquí. Esta viene siendo mi vida durante los últimos doce años. Pero, lo que estoy haciendo no lo cambiaría por nada; es apasionante, aunque me tenga que dejar la piel en ello».
«La gente me agradece que lleve por ahí el nombre de Illescas» - Foto: Juan LazaroDetrás de esos focos que le persiguen desde hace más de una década, hay un Pepe Rodríguez sensible y solidario con quienes más lo necesitan. Hace muchos años, cuando servía vinos y cervezas en la barra, fue presidente de Amidemar, una asociación local de ayuda a los toxicómanos. Le cuesta hablar de aquella experiencia, pero le insisto por si puede servir de ejemplo. «No quiero presumir de ello, porque había mucha más gente que hacía un trabajo social increíble. En los años 90 había en Illescas bastantes jóvenes enganchados a la heroína y muchas familias destrozadas por la droga. Chavales metidos hasta las cejas. Porque la droga es como las termitas, que acaban con todo».
Entonces, se cruzó en su camino, José Soriano, un profesor de EGB que colaboraba con Cáritas y en la parroquia para reinsertar a jóvenes drogadictos. «Un día, estaba yo tomando copas con los amigos en un pub y llegó él con dos o tres chavales de aquellos. Un amigo mío decía: 'me acaban de robar el casete del coche esta mañana y este hombre los protege'. A mí, sin embargo, me parecía un ejemplo que aquel maestro estuviera allí, alternando con ellos, como si tal cosa. Entonces, un día me lo encontré por la calle y le pregunté si necesitaba ayuda. Estuvimos colaborando juntos diez años y fundamos la asociación. Ese hombre, que vivía en su casa con tres yonquis, fue implicando a más gente y conseguimos proporcionar centros de ayuda a chavales, cuando ni las familias sabían a dónde recurrir. Hicimos, creo, una labor importante. Había que hacerlo y se hizo. Algunos de aquellos jóvenes, como Félix, un personaje maravilloso de Illescas, están perfectamente integrados. Félix volvió con su pareja de entonces, trabajan los dos y tienen varios hijos. Es un ejemplo de los que no hay muchos».
La historia de 'El Bohío' está sembrada de momentos felices, pero también de alguna que otra crisis importante. Entre los primeros, Pepe Rodríguez, destaca la concesión de la primera Estrella Michelin, que luce en su restaurante desde hace ya 25 años. «Es un reconocimiento –asegura–, pero eso tampoco te garantiza llenar el restaurante. Hay que centrarse, saber lo que quieres y luchar para conservar la 'estrella' que te han otorgado. Por diferentes razones –económicas, familiares o sociopolíticas–, hemos subido y bajado, como en una montaña rusa. Y ha habido momentos en los que no sabíamos hacia donde tirar».
«Mi hijo Jesús, que estudia Digital Business, nos dijo hace poco que no le importaría hacer un curso de cocina»
Aunque es difícil de cuantificar, la presencia de Pepe Rodríguez en el jurado del concurso «MasterChef» ha servido para mejorar la cuenta de resultados. Unos resultados que le hicieron temer lo peor durante la crisis económica de 2007 –muchas empresas de Illescas vinculadas a la construcción tuvieron que echar el cierre–, así como en los confinamientos provocados por la pandemia del Covid en 2020.
¿Cómo recuerdas las pruebas de selección para el programa de televisión y qué pensaste cuando te confirmaron que eras uno de los elegidos? «Nos llevaron una mañana al 'Cenador de Salvador', en Moralzarzal, un restaurante de toda la vida, y tres personas a las que no conocía simulaban que nos traían distintos platos para que los probáramos. Allí estábamos Jordi Cruz, Samantha Vallejo-Nájera, Boris Izaguirre, Raquel Sánchez Silva y yo mismo, que no me enteraba de nada. Me parecía algo surrealista. No entendía nada. Estuvimos allí catorce horas grabando y llegué a casa diciendo: 'ojalá no me llamen, porque no he entendido nada'. Un mes después, me llamó Ana Rivas, la señorita que me había invitado a presentarme a las pruebas, y me dijo: 'Pepe, tienes que verlo; estás enorme, enorme'. Y yo pensé: ésta es una vendedora de crecepelo. Me trajo después un iPad para que lo viera, pero seguía sin entender nada».
Después de doce temporadas en antena, con once entregas de 'MasterChef' dedicadas a los niños, nueve a las 'celebritys' y dos a los abuelos, Pepe Rodríguez sigue sin terminar de creérselo. «No existe nada igual en televisión. Dentro de diez años, cuando esto haya acabado – porque todo en la vida se acaba -, el programa será objeto de estudio. ¿Qué paso? ¿Por qué tuvo tanta aceptación? Y se hablará de un concurso de cocina que enganchaba a todo el mundo. Que veían los mayores, los jóvenes y personas de todo tipo y condición». En su opinión, 'MasterChef' ha creado un estilo; una manera de comprender la gastronomía.
Entre los referentes profesionales de Pepe Rodríguez, figura en lugar destacado Martín Berasategui, seguido por Juan Mari Arzak y Pedro Subijana. Estos dos últimos han sido para él los grandes de la cocina vasca cuando empezaba, «pero, de pronto, apareció un jovenzuelo llamado Martín Berasategui, con un pundonor de la leche. Pundonor que sigue intacto a sus 65 años».
Alumno aventajado de estos maestros indiscutibles, el cocinero illescano, de poblada cabellera y sonrisa fácil, apenas se ha parado a pensar en si vendrá una cuarta generación que mantenga encendida la luz de «El Bohío» cuando él cuelgue los hábitos. «Mis hijos no han vivido esto como yo, que hacía los deberes en la cocina del restaurante. Ellos están ahora estudiando y tienen su casa aparte. Aunque mi hijo Jesús, que estudia segundo curso de Digital Business con buenas notas, hace poco nos dijo que no le importaría hacer un curso de cocina. Lo soltó así, como que no quiere la cosa. Mi mujer, Mariví, y yo nos quedamos helados. Sin saber qué decirle. Una vez repuestos del susto, le dije que terminara la carrera y después ya veríamos. Tanto él como sus hermanas, María y Manuela, tienen una preparación que yo no pude tener. Algo que es importante para cualquier negocio».
«Al restaurante 'El Bohío' viene gente de cualquier punto de España y del mundo para conocerme en persona»
Tras señalar que el oficio de cocinero es muy bonito, muy digno y bastante sacrificado, Pepe Rodríguez se hace la siguiente reflexión sobre el futuro de su hijo: «Yo no sé si será más feliz en una multinacional o trabajando en este restaurante. No lo sé. ¿Alguien me puede contestar a eso? Pues, no. Pero, haga lo que haga, la decisión es cosa suya». Las dudas pasan a ser certezas cuando afirma que ha encontrado en su faceta televisiva el mejor escaparate que pudiera soñar.
«Aquí –comenta– viene gente a diario, desde cualquier punto de España y del mundo, especialmente de Latinoamérica, para conocerme en persona. Ayer estuvo una pareja valenciana que vive en Suiza y que sigue el programa por el Canal Internacional de TVE. Querían venir a conocerme. Y, si voy a Córdoba con mi mujer un fin de semana, me llevo mi gorra y mis gafas de sol para que los transeúntes no me incordien demasiado. No puedo ir a pecho descubierto, pero, si me reconocen y quieren hacerse una foto conmigo, tampoco hay problema. No les puedes quitar esa ilusión a personas que te admiran y respetan».
Pepe Rodríguez presume de conocer bien Castilla-La Mancha, sobre todo sus capitales de provincia. «No salgo todo lo que quisiera –afirma–, porque no me da la vida, pero disfruto mucho con nuestra gastronomía. Tenemos una comunidad maravillosa, con una gente extraordinaria. No podemos comparar a un señor de Albacete con otro de la Alcarria. Como Illescas es más impersonal, por su cercanía a Madrid, valoro mucho los pueblos que se siente orgullosos de sus costumbres y tradiciones, con ese sentimiento de pertenencia tan bonito. Yo me siento reconocido en exceso por mis paisanos y la gente me agradece que lleve por ahí el nombre de Castilla-La Mancha y de Illescas. Tampoco olvidemos que nuestra región está también en el mapa por ese montón de jóvenes cocineros que apuestan por una alta gastronomía».
De chaval le encantaba ir de pesca, pero tuvo que dejarlo por exigencias de la cocina. A lo que sigue sin renunciar es a su pasión por el Real Madrid, cuyos colores lleva con orgullo en la chaquetilla. Antes de despedirnos y de hacerse otra foto –una más– con un matrimonio mayor que le esperaba a la entrada de 'El Bohío', me recuerda que, desde la última vez que nos vimos en la capital de España, el Madrid tiene ya tres o cuatro 'orejonas' (Copas de Europa) más en sus vitrinas.
«Mi padre quiso ser torero, no llegó a nada y se hizo fotógrafo taurino»
La historia de su restaurante – con una 'Estrella Michelin', desde 1999 – se inició hace 90 años, con su abuela Valentina y una de sus hermanas. La memoria de sus antepasados queda reflejada en algunas fotos antiguas que cuelgan a la entrada. Es una historia de superación y supervivencia, además de un estímulo para que Pepe Rodríguez no llegara a plantearse en los momentos difíciles tirar la toalla.
«Mis abuelos – cuenta Pepe Rodríguez - volvieron de la emigración cubana en 1934 y, con los ahorros, montaron un pequeño mesón en la casita que dejaron aquí cuando se marcharon. Lo llamaron 'El Bohío' porque es el nombre que le dan en Cuba a las cabañas de los guajiros. En una terraza, con tres mesas y un velador, daban de comer a los viajantes que iban de Madrid a Toledo. Mi madre, Teresa, me contaba que aquí paraba algunas veces el Conde de Mayalde y gente importante de Madrid cuando iban de cacería a Toledo y Ciudad Real. Entonces, se hicieron famosas las perdices escabechadas, que competían con las de 'La Venta de Aires', un restaurante emblemático de Toledo, fundado en 1891».
La abuela Valentina les contaba historias dramáticas de su largo viaje en barco a La Habana a principios del siglo pasado. «Vio cómo tiraban a algunos cadáveres por la borda, víctimas de enfermedades como la malaria. Fueron a buscarse la vida porque aquí no podían hacerlo y a la vuelta de Cuba les estalló la Guerra Civil. Mi madre –a la que todo el mundo conocía como 'Teresita, la de El Bohío'– tenía entonces siete años y nos contaba que salieron adelante gracias a la renta que les llegaba de las dos casitas que dejaron en La Habana». Casitas que fueron expropiadas en 1960 por el régimen castrista y por las que recibirían una gratificación simbólica en la etapa de Felipe González.
Criado en un mesón de la carretera Madrid-Toledo, este reconocido cocinero sitúa sus primeros recuerdos de niño en 'El Bohío' de 1971. «Mi padre –explica Pepe– quiso ser torero. No llegó a nada y se hizo fotógrafo taurino. Recorrió las plazas de España acompañando a Santiago Martín 'El Viti', padrino de su boda y del bautizo de mi hermana. Pero las fotos no daban para vivir. Así que mi madre, cansada de problemas y de historias, le dijo un día: vamos a reabrir el restaurante. Ella en la cocina y mi padre de barman, sin tener ni idea, lo sacaron adelante. La pared de detrás de la barra estaba llena de fotos taurinas que había hecho mi padre».
Pasado el tiempo, Pepe y su hermano Diego se hicieron cargo de la barra, mientras la madre seguía al frente de la cocina, hasta que cayó enferma y hubo que buscarle relevo. «Metimos cocineros, pero duraban poco. Así que me metí yo en la cocina para cubrir el puesto de un cocinero que nos había dejado plantados y hasta hoy. El trabajo de cocinero es muy bonito, pero tiene la gracia justa. Entonces, no estaba bien considerado, hasta que aparecieron Arzak, Subijana, Adrià y Martín Berasategui».