Será una de las palabras del verano y se nos ha puesto de moda al hilo de las cabriolas de Pedro Sánchez para hacernos creer que todo es posible bajo el sol, por más que la mayoría se arrime al sol que más calienta, y en este caso hay quien se arrima a su necesidad de sostenerse a cualquier precio al frente de la nave monclovita, lo que para unos pocos se ha convertido en un chollo singular, que comenzó con un indulto, siguió con una amnistía y continuará, si nada lo remedia, con una suerte de financiación a la carta que ahondará en las diferencias y los privilegios. De eso trata la "financiación singular" que desde las instancias gubernamentales ofrecen a Cataluña, una suerte de cupo vasco que, en la práctica, configuraría el Estado de una forma confederal con dos comunidades, de momento, absolutamente privilegiadas en su forma de financiarse y "un resto" (casi todos los demás) en continúa tensión para mejorar su financiación y conformándose con una relación de segunda clase con el Estado.
El independentismo catalán lleva tirando del concepto de singularidad desde la noche de los tiempos democráticos. Sabemos que en los primeros años de la Transición, allá por 1980, a instancias del propio Adolfo Suárez, se le ofreció a la Generalitat un sistema como el cupo vasco, y Jordi Pujol lo rechazó, en el fondo porque le interesaba más la dinámica perversa de estar consiguiendo jirones del Estado a fuerza de ir dando tirones modulados en el tiempo y de intensidad variable. Al independentismo catalán, como al vasco, nunca le ha interesado un federalismo bien entendido levantado sobre la igualdad radical de las partes sino buscar la diferencia con el resto y envenenar la relación con las partes echando mano al victimismo y a los supuestos agravios históricos.
En realidad, la milonga independentista siempre acaba calmándose con un poco más de "singularidad", sobre todo en todo lo tocante al reparto de los dineros comunes. En esas estamos y se escribe ahora un nuevo capitulo anexo, como los indultos y la amnistía, a la extraña aritmética de Sánchez. Sin esa necesidad convertida en obsesiva ambición de poder, todo hubiese sido distinto en los últimos años. Así resulta que un sistema de financiación autonómica más que caducado, y a falta de una actualización rigurosa, se sustanciará, al menos en un primer escenario, en un acuerdo con Cataluña configurado de forma bilateral en reuniones, sin demasiadas luces y taquígrafos, entre representantes del Gobierno y representantes del independentismo, bajo la mirada atenta de Puigdemont y las palmas de Salvador Illa, a la postre el ganador de las últimas elecciones catalanas pero que parece no pintar mucho en esta negociación. Puigdemont le dice a Sánchez: si quieres seguir en el machito dame una buena ración de singularidad y podrás seguir un rato más. No hay más.
El problema es de fondo y tiene mucho que ver con el descarrile total del espíritu constitucional que establece claramente que España es una nación de ciudadanos libres e iguales, que tributan las personas y no los territorios y que la fiscalidad se debe a criterios progresivos que hace que tribute el que más tiene para, a partir de ahí, establecer mecanismos de compensación y solidaridad. La relación de las comunidades autónomas con el Estado se establece en un marco multilateral y no en tratos singulares entre el Estado y algún miembro. Podría ser discutible extender un sistema como el cupo vasco a todas las comunidades autónomas o, por el contrario, terminar con los privilegios confederales e igualar a todas las comunidades eliminando el cupo vasco, pero lo que no es admisible es fijar sistemas de financiación a la carta construidos sobre las presiones ejercidas por grupos independentistas.
El relato de la singularidad es la nueva milonga de la que se aprovecha el independentismo , pero esta vez les cae como agua de mayo y la envían desde la Moncloa para justificar un nuevo cambalache aritmético mientras que el resto del país mira y espera con el clásico "y qué hay de lo mío" y que en este caso es lo de todos los demás, los españoles que no se suben al carro de la diferencia y el victimismo, los españoles que comen de buen grado en la mesa de todos, sin buscar comer aparte para comer más. Porque generalmente eso es así, y a las pruebas de los últimos años hay que remitirse.