El Papa Francisco sabía de Guadalajara. De la de México y de la de España. Porque como canta con buen son la ranchera de Chema Abascal siguiendo la idea de la genial Laura Domínguez, Guadalajara no sólo está en Jalisco. Le tuvimos cerca, sin saberlo y sin conocerle. Jorge Mario Bergoglio estuvo en Alcalá de Henares 20 años antes de ser nombrado obispo de Buenos Aires. De septiembre de 1970 a abril de 1971, en un tiempo durante el que completó su formación como jesuita. Es lo que, en la Compañía de Jesús, fundada en 1540 por San Ignacio de Loyola, llaman la Tercera Probación, un paso que realiza todo jesuita -sacerdote o hermano- y que, normalmente, formalizan fuera del país donde se encuentran realizando su función. Y si el Tajo es el río que nos lleva, a través del libro de José Luis Sampedro y también por sus aguas rebeldes, el Henares es el río que nos une, con Alcalá y con otros tantos municipios de la Comunidad de Madrid. Ese cura nacido en el barrio porteño de Flores permaneció en el actual colegio San Ignacio de Loyola y Residencia de Jesuitas, en el Cerro del Ángel alcalaíno, que dio nombre al barrio situado, entonces, a las afueras de la ciudad Complutense, rodeado de campos de labor, y que hoy es el inicio de lo que son los ya no tan nuevos desarrollos urbanísticos sin final. Desconocemos si a Bergoglio esos siete meses le dieron para escaparse a nuestra provincia. Por aquel entonces, el tren ya nos acercaba aún más -intuimos que con menos retrasos que hoy el Cercanías- y hacía más de un siglo que se habían inaugurado las dos estaciones, la de la ciudad donde nació Cervantes y la de la vieja Arriaca. Igual su misión jesuítica le impidió conocer estas tierras de la Alcarria. Lo habríamos sabido. O no.
De aquella estancia en Alcalá volvió a hablar el Papa Francisco en junio de 2024. Cuando uno de Guadalajara se encuentra en el extranjero y quiere ubicar su ciudad y su provincia recurre al clásico «está muy cerca de Madrid». Los hay que prefieren señalar que directamente son de la capital de España, para no tener que dar más explicaciones o vete a saber por qué. No es el caso. En audiencia privada en su residencia de Santa Marta, el Papa preguntó al periodista alcarreño Juan Carlos Antón dónde vivía: «En Guadalajara, Santo Padre, justo pegado a Alcalá de Henares». Y la memoria precisa del Papa rápidamente le llevó al lugar en el que había completado su formación jesuítica.
Juan Carlos Antón formaba parte de la delegación del Grupo Lezama, encabezada por su presidente, el sacerdote y empresario Luis de Lezama, fallecido en enero con los mismos años que Francisco. Cuando el Papa le vio en la plaza de San Pedro, antes de la recepción privada, le identificó rápido: «Aquí está el cura de las piruletas». Tiene su explicación: en una visita anterior, Lezama le había llevado al Papa unas piruletas, porque tenía la costumbre de regalar el famoso caramelo con el palito a los niños del colegio Santa María la Blanca, uno de los proyectos educativos del grupo. Ya en Santa Marta, el Papa siguió tirando de humor cuando el cura alavés comenzó la charla con un protocolario «¿cómo está su Santidad?». «Si se refiere a mí, me encuentro bien. Mi santidad…anda siempre regular».
Llegó el turno de Antón. La víspera de su viaje al Vaticano había pasado por el Santuario de la Virgen de la Antigua. Los miembros de la cofradía se encontraban ultimando el nuevo paso de la patrona que, desde el año pasado, el día de su fiesta recorre las calles de la ciudad portada por costaleros. El periodista recogió una medalla de la cofradía que entregó en Santa Marta al Papa, explicándole las novedades del paso de la Virgen de la Antigua. Y, entre risas, el Papa respondió: «¿Pero quieren que la cargue yo?». La duración prevista de la audiencia era de media hora, pero se alargó hasta la hora y media. Francisco en estado puro.