Escucho en algunas tertulias radiofónicas que algunos colegas tratan de establecer paralelismos entre las figuras, ciertamente atípicas, de Pedro Sánchez, hombre de la izquierda al fin y al cabo, y el nuevo presidente argentino, el muy populista Javier Milei. Dos gobiernos, dos personajes, destinados a no entenderse y que en estas horas ocupan no pocos titulares, casi protagónicos pese a la que está cayendo, en los periódicos de todo el mundo. Cualquier equiparación entre ellos me parece un error, excepto por el hecho de que el futuro político, en ambos países hermanos, parece ahora no del todo consolidado, por decirlo suavemente.
Estos días, en los que la política española ha estado en los titulares de los medios informativos de todo el mundo, he recibido llamadas de varias radios y televisiones extranjeras, sobre todo argentinas, en busca de las informaciones y opiniones que yo pudiese aportar, en plan 'corresponsal gratuito', sobre la investidura, sobre el 'pacto de Waterloo' y sobre la formación del nuevo gobierno español, que este martes prometió sus cargos en el palacio de La Zarzuela. De los cuatro medios argentinos que me telefonearon, dos se interesaron por las 'similitudes' entre los nacientes ejecutivos de Pedro Sánchez y el del muy peculiar Javier Milei. "Ninguna similitud", les dije, "aunque puedan apreciarse ciertas coincidencias, más bien coyunturales". "Pero ¿por qué Sánchez apoyó a Sergio Massa (el candidato peronista, perdedor en la segunda vuelta)?", preguntó el presentador de 'La Voz de la Ciudad', de Unife C23. "Pues supongo que porque en España no entendemos bien la política argentina", dije. "Tranquilos, acá tampoco la entendemos", me replicó, y ambos nos partimos de risa.
No le dije a mi entrevistador que acá, en España, tampoco entendemos demasiado bien la política española. No es fácil, ni allá, del otro lado del Atlántico, ni tampoco aquí, cuando aún no hemos deglutido bien los meandros de los acuerdos con Puigdemont, lleguen hasta donde lleguen con mediadores desconocidos incluidos, ni los vericuetos que llevaron hasta la investidura, ni el armazón de un nuevo Ejecutivo presidido por Pedro Sánchez que, en el fondo, incorpora como única novedad reseñable el haberse deshecho de las dos ministras de Podemos, tan prescindibles por otro lado.
Coinciden el presidente argentino y el jefe del Gobierno español en su fobia a los periodistas (dicho sea de paso, como Trump, por otro lado), y bien que lo demostró Sánchez este lunes, una vez más, prescindiendo de los informadores a la hora de anunciar oficialmente su lista de los ministros con los que encarará la trayectoria de una Legislatura que será tan difícil para el habitante de la Casa Rosada como para el de La Moncloa. Que, por cierto, no parecen estar en su mejor momento de sintonía: creo que ni el uno ha felicitado todavía al otro por su victoria electoral ni el otro al uno por su victoria parlamentaria. Lo cual me añade un factor nuevo de intranquilidad sobre el futuro, porque, lazos afectivos aparte, Argentina es país muy, muy importante en las inversiones españolas; puede que haya acuerdos económicos, aunque Milei es reacio a tranzar con 'zurdos', pero no habrá acercamientos políticos, porque Milei, un ferviente admirador de Israel, donde casi va a coincidir con Sánchez estos días, quiere mantener una política exterior que es diametralmente opuesta a la española.
No, Sánchez, por muy esotérico que parezca a veces, tiene poco que ver con ese Milei de la motosierra, de las declaraciones provocadoras, de las actitudes que sorprenden incluso en un presidente argentino, donde ya se sabe que ha habido de todo. Milei habla incluso demasiado claro, y del presidente español ya hemos comprobado el grado de veracidad en sus manifestaciones, cuando nos regala alguna. Milei ha reducido en catorce ministros su Gabinete, y Sánchez ha dejado el 'supergobierno' en la misma abultada cantidad, veintidós, además de designar a una cuarta vicepresidenta. En Argentina la lucha va a ser contra la pobreza creciente en la que la inflación galopante ha dejado a casi la mitad de sus habitantes; en España, la lucha va a ser por la supervivencia en un equipo oficialmente definido como "de alto perfil político", signifique eso lo que signifique.
Sánchez, que se va quedando bastante solo en Europa como representante de un Gobierno que se quiere etiquetar como socialdemócrata, es lo opuesto al derechista Milei en un continente en el que estará rodeado de presidentes de izquierda. Son ambos, en todo caso, figuras irrepetibles, algo desconcertantes, de las que todo, o casi todo, se puede esperar. Pero anote usted una muy sensible diferencia más: Milei no depende en su gestión de Bruselas (y habrá que ver la que se puede armar, por cierto, este miércoles en la Eurocámara en el debate sobre la situación política española). Ni depende, claro, de Waterloo. Solo queda constatar, en suma, que el mundo, como predicaba la genial película de Stanley Kramer, está loco, loco, loco. Conservemos la cordura, acá y allá, aunque no entendamos casi nada.