Hasta que España le cambió la anatomía al fútbol, el 99 por ciento de los técnicos de base y ojeadores de la historia del fútbol preferían 'bigardos' a 'virgueros', pierna dura antes que tobillo elástico, músculo antes que cerebro. Gente como Vitor Machado Ferreira no habría pasado el corte de la élite hace 30 años y, sin embargo, hoy es uno de los centrocampistas de moda en el planeta: el pequeño director de orquesta que mueve los hilos del primer PSG que llega dos veces consecutivas a las semifinales de la Copa de Europa en toda su historia.
Pasó de Vitor a Vitinha desde niño, cuando formaba con sus compañeros de equipo en los benjamines del Oporto (llegó a la cantera con 11 años): era el más bajito de todos, una condición que le obligó a trabajar todas sus virtudes para compensar las carencias físicas. Hoy mide apenas 1,72 metros. Entonces era un 'renacuajo' que aprovechaba su punto de gravedad bajo para hacer las cosas rápido, antes de que defensores que le sacaban una cabeza y una decena de kilos llegasen para meterle el cuerpo y desplazarlo con facilidad. Es algo que lucía de forma natural, pero trabajó incesantemente la velocidad mental para intuir qué va a suceder antes de que suceda.
Sus entrenadores en categorías inferiores detectaron pronto ese talento para dirigir al equipo. Pausa si hacía falta pausa, vértigo si hacía falta vértigo. Eran los tiempos de Xavi (1,71) e Iniesta (1,72), los dos 'pequeñitos' que marcaban el ritmo del fútbol en la medular, tipos con una técnica deliciosa y el mapa del campo en la cabeza. Vitinha lo observaba todo y lo aprendía todo. Con esa destreza movió al juvenil del Oporto que ganó la Youth League (torneo paralelo a la Champions) en la 18/19. Así que el pequeño director de orquesta de los jóvenes 'dragones' llegó al filial en la 19/20 y saltó al primer equipo en plena temporada: Sergio Conceiçao tenía que incrustarle como fuese entre Oliveira, Bruno Costa, Otavio… algo complejo en aquel equipo que ganó Liga y Copa.
Era el enésimo niño prodigio de una de las canteras más prolíficas de Europa, y la poderosa agencia Gestifute, gestionada por Jorge Mendes, apadrinó al muchacho y decidió que el mejor paso adelante sería un fogueo en el Wolverhampton: más competencia (Ruben Neves, Moutinho o Dendoncker) y mejor Liga. Jugó 22 partidos con los 'Wolves', que no hicieron efectiva su opción de recompra de 20 millones y regresó a Oporto, donde ya se hizo con los galones de la medular.
Francia
Fue un año de evolución constante, de esos que reclaman la atención de los 'gigantes'. Y en la puja, Luis Campos, director deportivo del PSG, fue el ganador. A cambio de 41,5 millones de euros llevó a París al lugar donde acababa de llegar nuevo técnico (Galtier) y nueva figura (Messi) para asaltarlo todo. Vitinha 'obligó' al entrenador a replanteárselo todo: dibujó un 3-4-3 de ida y vuelta en el que el portugués fue el futbolista de campo más utilizado de la campaña.
El gran cambio, no obstante, le llegó de la mano de Luis Enrique. El aterrizaje del asturiano en el Parque de los Príncipes redibujó el equipo. Primero, porque despojándose de 'prima donnas' (sacó de un plumazo a Messi, Neymar o Verratti) obtenía un equipo más intenso en defensa; segundo, porque el pasó a un 4-3-3 o a un 4-2-3-1 permitió que Vitinha pasara de ser el tipo que lo aceleraba todo al capitán con mando en plaza que decidía cada movimiento del bloque. «Es un jugador perfecto para mi estilo. Tiene todas las cualidades que uno puede desear en un centrocampista», definió 'Lucho'.
Ya campeón de Liga, probablemente de Copa (juega la final ante el Reims, 15º en la Ligue 1) y con la Champions entre las cejas, el '17' es el tercero con más minutos tras Pacho y Hakimi, y el primero (destacado) en el control de balón: ha intentado 3.124 pases, haciendo buenos 2.915 de ellos (93,3 por ciento de efectividad). En la Liga de Campeones, en la que ha disputado los 14 partidos del equipo recorriendo 146 kilómetros, solo Joshua Kimmich (Bayern) toca más balones que el pequeño Vitor, el metrónomo de un Paris Saint-Germain que se acerca a la gloria al ritmo que él impone.