Las últimas campañas electorales, las vascas y las catalanas, han estado condicionadas por elementos tangenciales a los propios intereses de los partidos en liza. Las vascas no comenzaron hasta después de que acabaran las celebraciones por el triunfo del Athlétic de Bilbao en la Copa del Rey y por el fallecimiento del lehendakari, José Antonio Ardanza, y la catalana ha estado en suspenso por el periodo de ejercicios espirituales del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, mientras deshojaba la margarita de su continuidad o su dimisión. La campaña vasca cogió vuelo cuando se habló de lo que no se quería hablar, del carácter terrorista de ETA, y la catalana cuando ha empezado a hablarse de lo evidente, la política de pactos una vez que se recuenten los votos. Por unas causas u otras, la segunda semana de la campaña se ha convertido en la decisiva, toda vez que este periodo ha vuelto a tener una importancia que había perdido en otras ocasiones: las campañas deciden.
En ambos casos también se pretendía por parte de los que iban a gobernar –el PNV en el caso vasco-, o a ser los vencedores -el PSC, según las encuestas- situar el debate político en torno a la gestión de los problemas de la ciudadanía, a pesar de que es inevitable que tuvieran un cierto protagonismo las cuestiones identitarias, más diluidas en el caso vasco, y más presentes en el catalán porque las heridas provocadas por el referéndum ilegal del 1-O, la aplicación del 155, la huida del presidente de la Generalitat depuesto, Carles Puigdmont, que pretende recuperar el mando, la amnistía y la pretensión imposible de que el Gobierno acceda a la celebración de un referéndum de autodeterminación, figuran en sus programas electorales, a pesar de que tanto en Euskadi como en Cataluña los que quieren la independencia se encuentran en su momento más bajo de apoyo ciudadano.
Si el asunto de la gobernabilidad y las coaliciones estaba claro en el caso vasco con la reedición de la coalición entre nacionalistas y socialistas, en el de las catalanas es preciso poner entre paréntesis todo lo que se diga, porque las matemáticas se impondrán a los deseos políticos, en una situación en que habrá varias posibilidades de pacto, una ya probada, otras ya experimentada, otras novedosas y todas con contraindicaciones para la gobernabilidad del país. La probada: el tripartito entre PSC, ERC y los comunes y la contraindicación de cómo reaccionará Junts en el Congreso y si seguirá garantizando la mayoría parlamentaria de Pedro Sánchez. La experimentada: el gobierno de coalición ERC y Junts del comienzo de la legislatura, que acabó como el rosario de la aurora, si suman la mayoría absoluta. La novedosa sería que Salvador Illa y el partido de Puigdemont decidirán gobernar juntos. Ambos niegan esa posibilidad, ERC no lo descarta, y los demás partidos especulan según sus intereses.
La segunda parte de la campaña electoral catalana es difícil que arroje luz sobre la futura gobernabilidad de Cataluña, dados los vetos cruzados explicitados por los líderes de todos los partidos que de hacer caso a las declaraciones cambiantes de los líderes, en lugar de a las matemáticas, abocan al Principado al bloqueo político sin descartar la repetición electoral. Y el Gobierno a aguantar la presión desde todas partes sobre un referéndum en el que no puede ceder pese a las insinuaciones interesadas.