El deformado oratorio de Haendel

Ilia Galán
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La 'Theodora' de Katie Mitchell es una versión 'woke' y moralista hasta el extremo que lo único que consigue es deformar la obra refinadísima del gran compositor alemán

Julia Bullock, Antonio Laguna y Ed Lyon (d). - Foto: Javier del Real

El Teatro Real ofrece por vez primera en España una versión escenificada de Theodora, aunque en rigor no fue concebida propiamente como ópera, ya que se compuso para cantarse sin representarse en los períodos de cuaresma. Entre sus oratorios, fue el preferido del autor, con una música muy exigente, excelente. Lo escribió en poco más de un mes con una clara estructura dramática, por eso puede ser entendida la pieza como una ópera. Su estreno en 1750, en el Covent Garden de Londres, fue desastroso, con solo tres representaciones. Haendel regalaba entradas pues había tantos huecos en las butacas «que se podía danzar entre ellas», mientras que hoy la danza se da solo en el burdel. El final trágico, música con mucho adagio y sus tonalidades no gustaron entonces. Desde la mítica grabación de Harnoncourt, fue recuperada en Londres para la escena en 2022, después de 272 años sin salir a la luz.

Georg Friedrich Haendel, sintiéndose venerable anciano, enfermo, cumplía la mitad de sus 60 años cuando la ofreció con libreto de Morrell, basado en El martirio de Teodora y de Dídimo (1687) de Robert Boyle, quien a su vez se basó en el texto de Corneille, para reelaborar esta magnífica obra en la que ya no escoge un tema del Antiguo Testamento, como había sido su pauta, sino la historia de una cristiana.

Teodora sufre las persecuciones de Diocleciano en Antioquía, la patria donde empezaron a denominarse cristianos, pues allí, Valens, el gobernador, les obliga a adorar a Júpiter, ella se niega y la condena a ejercer de prostituta. Un oficial romano, Dydimus, intercede ante el gobernador y es expulsado; luego se bautiza en esta representación por manos de una mujer ante la comunidad -elemento femenino en funciones de diaconado, muy acorde con el ambiente anglicano y el feminismo actual-. Este irá a salvarla, cambiando sus ropas para que no la descubran -dice el programa de mano que este travestismo «empodera» a Teodora- y al final son condenados a morir juntos. Originariamente decapitados; aquí, en cambio, en una cámara frigorífica, congelados, aunque rescatados por unos violentos cristianos que matarán a sus opresores, bien lejos de los relatos históricos y de las intenciones de Haendel, mutando su relato.

Lyon, en el papel de Septimius, entre dos bailarinas.Lyon, en el papel de Septimius, entre dos bailarinas. - Foto: Javier del RealLástima que esta versión woke, solo despiertilla, se haya convertido en catecismo de esta nueva religión, moralista hasta el extremo, de cierta forma extrema de ver el feminismo y de deformar la obra refinadísima de uno de los mejores compositores de la historia. Lo políticamente correcto se impone con sus protuberancias y deformaciones mentales, de modo que vemos a Dydimus encenderse un cigarrillo sin encenderlo, no vaya a producir humo contaminante y nocivo para la salud. La dirección de escena de Katie Mitchell es muy penosa, intentando ser irreverente e iconoclasta resulta incoherente y fue abucheada. Por no mostrar a los cristianos como pacíficos incondicionales que prefieren morir como mártires, los convierte en fundamentalistas y terroristas, temibles sectarios. Se diría que esta dirección está diablescamente inspirada, satánica dirían otros, pues cuando los cristianos cantan: «La verdadera felicidad solo se funda donde gracia y verdad y amor abundan», están preparando bombas contra sus opresores.

Un relato revuelto

Resulta patético que Teodora hable de mantener su virginidad cuando ha sido violada, sangrando sus muslos, en presuntuoso intento iconoclasta que ya apenas escandaliza. Como en el cine erótico, se ha contratado a una directora de intimidad, por primera vez en la historia del Teatro Real, ¿sobran los dineros? Pretende ser una versión rompedora, pero distrae de la música.

El reparto es de lo mejorcito en el mundo del barroco, bajo la excelente batuta de Ivor Bolton, destacando los mejores hallazgos de Haendel, gesticulando casi como un bailaor flamenco... Es más espectacular contemplarle a él que las escenas que delante nos representan. La excelente presencia de Julia Bullock, como Teodora, no se muestra en todo su esplendor en parte porque no hay para ella, en este texto, brillantes arias, con algunas torpezas en el segundo acto, fatigada, también porque cuando canta se le obliga a hacerlo retorciéndose tumbada o entre las hermosas prostitutas que bailan semidesnudas en la barra con pretensiones rijosas, como las simulaciones fornicarias de los licenciosos romanos -la obra pretende ser radicalmente feminista-. Brillante, sin embargo, en el precioso dueto final con el contratenor neoyorquino, educado como corista en el St. John's College de Cambridge, Iestyn Davies (Dydimus), alcanzando excelentes resultados, así como Ed Lyon como Septimus, a veces impetuosamente acelerado. El coro, brillante, como es costumbre en el Real. 

Bullock (abrazada), con Mjandana, Davies y DiDonato.
Bullock (abrazada), con Mjandana, Davies y DiDonato. - Foto: Javier del Real
Nuevo empeño de torpe escenografía, maltrato de los cantantes bajo la tiranía no del gobernador romano, sino de los directores de escena. Sin embargo, buena música.

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