En Gaza apenas quedan existencias y cuando llega alguna hay que desplazarse para conseguirlo sea la hora que sea y el riesgo que suponga. A Ricardo Martínez, responsable de Logística de la Unidad de Emergencias de Médicos sin Fronteras (MSF), le tocó salir en medio de un bombardeo. Sin protección, con las comunicaciones cortadas y sin la seguridad de que la compra llegue al destino. Lo único en lo que uno se concentra es en analizar la situación antes de ponerse a descubierto y estudiar el mejor camino para llevar a cabo la misión.
«No hay alternativa porque no puedes perder la oportunidad de coger suministros», explica afectado aún por «la dimensión de la tragedia que está sufriendo la Franja de Gaza. La primera vez que este cooperante toledano -del Toboso- recaló allí fue en 2013, llevaba cinco años trabajando con Médicos sin Fronteras, pero la realidad no se pintaba de un negro tan espeso. El conflicto entre Israel y Palestina bulle desde hace décadas, pero desde hace más de tres meses las imágenes son dantescas.«Son tan masivos, continuados y desproporcionados los ataques, tan reducido el espacio y tanto el bloqueo que impresiona y lo vuelve muy peligroso».
Ricardo tuvo suerte en aquella mañana de compra, pero sabe que otras personas que cooperan mueren a cualquier hora del día y en cualquier sitio sin más. «Una noche estuve hablando con un conductor que a la mañana siguiente tenía que desplazarse a la zona norte durante una tregua para bajar a unos compañeros que estaban bloqueados y me dijo que sabía que tenía un 80 o 90% de posibilidades de morir. Y cogió un coche y los dispararon».
Ricardo Martínez estuvo un mes en Gaza a finales de 2023 - Foto: Ricardo Martínez y Valeria S. ChamorroLos equipos de Médicos sin Fronteras que operan en Gaza desde hace casi cuatro meses se mueven por el terreno con precaución, protegiéndose como pueden y poniendo práctica protocolos para intentar minimizar los riesgos, pero sin protección alguna. En estos momentos, la organización mantiene a trescientos trabajadores en la zona sur de la Franja de Gaza, la mayoría, un 90%, son palestinos y gazatíes, un porcentaje que suele repetirse en cada uno de sus proyectos humanitarios porque contar con personal autóctono garantiza un mejor entendimiento y adaptación al contexto.
En cambio, el acceso a la zona norte de la Franja de Gaza está restringido, no hay presencia humanitaria y la población resiste a su suerte, con un fuerte cerco del ejército israelí. Ni siquiera Médicos sin Fronteras ha podido entrar, con lo que no se sabe qué puede estar ocurriendo allí, donde permanecen aún cientos de miles de personas que no han huido ni se atreven a moverse por el peligro constante de los bombardeos y las férreas exigencias del ejército israelí en los check-points.
Tampoco en la zona sur el panorama es alentador. La mayor hazaña diaria es llegar a la noche con vida e intentar sortear las enfermedades y epidemias que se están extendiendo, la mayoría debido al hacinamiento y a la falta de condiciones higiénicas. «El frío allí es terrible, no hay prácticamente agua, la comida es muy escasa, la basura se acumula en la calles e incluso he visto en Rafah cómo salen sin parar aguas fecales de las alcantarillas». La sobrepoblación es tan llamativa en estos momentos, que el sistema de alcantarillado se colapsa sin remedio porque la escasez de suministro es tal que resulta imposible poner en marcha las depuradoras y bombear las aguas hasta allí. Y las consecuencias son terribles, «más de 3.000 diarreas diarias».
«La mejor manera de hacerse una idea es pensar que una ciudad como Toledo, con poco más de 85.000 habitantes, terminara con 1,2 millones en un espacio tan reducido». La insalubridad se extiende sin freno y la falta de medicamentos está colocando a la población en una situación extrema porque los enfermos crónicos, diabéticos, con patologías renales y otros problemas que exigen dosis de medicamentos con continuidad no los están recibiendo. Ni siquiera hay anestesia suficiente en los hospitales y obliga a racionarla para hacer frente a las intervenciones más importantes.
«Me impresionaron mucho las heridas y las amputaciones que están provocando los ataques constantes. Unos diez niños son amputados a diario», calcula Ricardo, y subraya que ya son más de un millar los que han perdido algún miembro en estos meses.
Los sanitarios no dan abasto y las amputaciones no se pueden posponer porque unas horas de más y el herido muere. Los sanitarios hacen malabares con la anestesia para intentar que alcance al mayor número de pacientes posible, pero es insuficiente y a los que no les toca son amputados in extremis, sin anestesia y con vinagre como desinfectante.
Los hospitales también se han convertido en diana desde hace tiempo y nadie está seguro durante los bombardeos. En Gaza operaban 36 centros sanitarios y apenas se mantiene una decena. «Las cámaras frigoríficas están llenas de cadáveres sin identificar y en muchas familias han muerto todos sus miembros». A Ricardo le sobrecoge el trajín de familiares llevando a los suyos a las puertas de los hospitales, muchos de ellos ya muertos por una bomba o un tiro, pero en Gaza nadie se da por vencido y los palestinos no abandonan a sus muertos.
Los sanitarios, agotados desde hace semanas, intentan atender al mayor número posible de heridos. Tienen que batirse con la falta de combustible y los cortes de luz, también con la escasez de material quirúrgico y farmacológico. Curar una quemadura, que exige curas diarias, se convierte en una gran hazaña en esas condiciones. También parir puede ser una odisea teniendo en cuenta que en Gaza hay «más de 55.000 mujeres embarazadas y una media de 183 partos diarios». A pesar de que se ha abierto una maternidad con una veintena de camas, la atención es insuficiente y las madres deben abandonar el hospital a toda prisa.
Ricardo recuerda el día de finales de diciembre en el que montaron una carpa en el patio del hospital de Al-aqsa para aumentar la capacidad y reforzar la atención sanitaria. Los bombardeos avisaban del peligro y la situación obligó a trasladar ese hospital de campaña a otra zona más segura para alejarlo de un patio demasiado a la vista. A este cooperante no se le olvidará nunca que el 24 de diciembre, Nochebuena, «llegaron 108 muertos y más de 300 heridos al hospital».
Israel no respeta la actividad de las ambulancias, que son tiroteadas, no se da oportunidades a los civiles para su evacuación y se sigue manteniendo un bloqueo de ayuda humanitaria que vuelve insoportable el día a día por la hambruna, la falta de combustible, la escasez de medicamentos y el terror psicológico que siembra el ejército con sus constantes avisos de bombardeos.
Trayectoria. Ricardo guarda en su retina un montón de imágenes y de vivencias de todos sus años como cooperante, pero lo de Gaza «es el apocalipsis» comparado con cualquier otro conflicto. Este ingeniero industrial comenzó en el ámbito de la ayuda humanitaria colaborando en proyectos de desarrollo de distintas ONG, combinando el voluntariado con sus clases como docente de Formación Profesional. Su primer destino fue Mozambique. Cada verano se marchaba allí hasta que en 2003 lo hizo un año entero por primera vez. Más tarde, aceptó un proyecto en desarrollo de capacitación del profesorado y diseño curricular en escuelas salesianas en Mozambique, Timor del Este y Guinea Ecuatorial.
El salto a Médicos sin Fronteras llegó en 2008 y trabajó con la organización de manera ininterrumpida durante siete años como logista de proyecto, responsable de agua y saneamiento, coordinador logístico y de proyectos en Níger, República Democrática del Congo, República Centroafricana, Zambia, Sierra Leona, Siria, Sudán, Sudán del Sur, Yemen y Haití.
Ricardo sigue ligado a Médicos sin Fronteras como responsable de Logística de la Unidad de Emergencias, con su teléfono a mano las 24 horas para dar apoyo a los proyectos sobre el terreno, sea en Gaza o en cualquier otro lugar en conflicto o tocado por algún desastre natural que exige ayuda humanitaria. A la lista de países que ya conocía de cerca se han sumado Camerún, Bangladesh, Etiopía, Nigeria, Nicaragua, Irak, Angola, Burkina Faso, Filipinas y Ucrania.
En 2023, el trabajo se intensificó tras el terremoto de Turquía ocurrido el 6 febrero, una catástrofe que exigió la presencia de Médicos sin Fronteras y Ricardo lideró uno de los equipos que se envió a la zona. Más tarde, llegó su mes en Gaza y el cooperante regresó recientemente a Barcelona para continuar trabajando y ya ha puesto rumbo a su próximo destino: El Chad. Allí inspeccionará el terreno y dará cobertura logística, pero sabe que volverá a Gaza este año aunque aún no haya una fecha reservada en el calendario. De momento, la guerra continúa, los muertos se siguen contando a cientos todos los días y Gaza se ahoga sin salvavidas.