El día de la radio se celebra cada año el trece de febrero, pero la radio está viva todos los días. La radio es vida palpitante y nadie puede con ella; finalmente, es el gran reducto de autenticidad para una profesión, la nuestra, el periodismo, que por momentos parece herida de muerte y, desde luego, con todos sus canales tradicionales en crisis total y brutal. Muere el papel, la televisión, a pesar de la multiplicación de la oferta, pierde calidad por momentos. Nacen, eso sí, nuevos formatos a los que la radio se adapta manteniendo su esencia. La radio, que entretuvo en el franquismo y dio información puntual y de calidad en la democracia, sigue ahora ofreciendo una nota distintiva en un momento en el que el directo en los medios tradicionales es un valor relativo, porque las redes sociales han ocupado ese lugar. Una pena, con todo, que la radio también se esté dejando llevar por el ambiente de polarización reinante y las principales emisoras del país nos estén dando visiones antagónicas de hechos similares. Hay algunas excepciones encomiables; en Castilla-La Mancha tenemos una con CMMedia y sus magníficos profesionales, honestos donde los haya.
Ayer, con motivo del día de la radio, la asociación de profesionales de radio y televisión de Madrid invitamos a un desayuno informativo a Luis del Olmo, Iñaki Gabilondo, José María García y Miguel de los Santos. Se trataba de que dejaran su impronta de grandes referentes de un momento en el que la radio era un medio fundamental para sentirse implicado en lo que estaba ocurriendo en el país. Independientes, cada uno con su tendencia. Del Olmo suele contar que para él era un halago cuando alguien le decía: «Pero, oiga, ¿usted es de izquierdas o de derechas?». La prueba del algodón de que estaba en el camino correcto. Muy diferente a lo que ocurre en el tiempo actual, en el que la trinchera se ha enseñoreado de todo y también los grandes comunicadores radiofónicos terminan arrastrados por esta corriente. Sin embargo, la radio sigue viva y coleando, a pie de calle y sobre el terreno. A la misma hora que tenía lugar este desayuno informativo en Madrid, la radio de Castilla-La Mancha, una de las mejores de las que se están haciendo ahora a nivel regional, se trasladaba a una residencia de ancianos de Torrijos para hacer allí un programa especial. Estuve con ellos. El informativo de Fernando Bernacer, en el que tengo el honor de colaborar con mis opiniones y también con una sección sobre historias de repoblación en nuestros pueblos, estuvo al píe del terreno, con personas que padecen especialmente la soledad, que tampoco se han familiarizado con otros soportes, con seres humanos que siguen confiando en lo que se escucha a través del viejo transistor. Con personas que acompañaron al invento genial cuando comenzó a emitir en España. La radio de siempre, la radio compañera y amiga, la radio que se duerme con nosotros y con nosotros se levanta. Sigue siendo la reina absoluta de la comunicación, cien años después.
La gente de edades más jóvenes no son tan amigas del transistor pero son un ejército fiel para los nuevos formatos, programas especializados que quedan en las plataformas de las principales emisoras en forma de podcast. Todo parece muy distinto, pero el origen y la fuente sigue siendo lo mismo: un micrófono y una persona detrás deseosa de darse a través de la voz. Es cierto que para los periodistas la adrenalina del directo es insustituible, y si luego el producto queda empaquetado y se puede distribuir en redes, mejor que mejor, pero lo que realmente nos importa es estarte hablando a ti, en este momento en el que yo me encuentro detrás del micro. Que me escuches ahora.
La radio seguirá evolucionando, pero no morirá. Quizá, y lamentablemente, el papel termine de morir, o lo viejos diarios que ahora leemos a través del móvil, quedarán reducidos, en su versión de papel, a una publicación semanal, quien sabe, o serán, como ocurre con nuestra Tribuna, banderas que no se rinden nunca y se adaptan a lo digital pero sin dejar de publicarse en papel. Lo que es cierto es que la radio cambiará, se adaptará, pero su esencia permanecerá de una u otra forma, mientras que las personas quieran informarse o comunicarse. Y será también esa última trinchera para nosotros, los periodistas, tan necesitados de acomodos, tan a la intemperie como estamos, huérfanos de las viejas compañías que un día pensábamos que serían eternas. Nos queda la radio y la vida.