Víctor Arribas

VERDADES ARRIESGADAS

Víctor Arribas

Periodista


La distracción

20/04/2025

El manual de la perfecta distracción ha servido esta semana al Gobierno para echar unas cuantas toneladas de tierra encima de un episodio que le habría hecho sonrojar en caso de que no hubiera taponado la vía de agua convenientemente. La disposición de los acontecimientos podría formar parte de la masterclass del plan de respuesta a una crisis de imagen tan grande como un castillo, que contribuye a desangrar aún más la credibilidad del poder, bastante tocada ya tras siete años de mandato.

Los medios de comunicación publican que un exministro, a la sazón ex mano derecha del presidente, organizó y participó en una orgía para la que fueron contratadas señoritas de compañía en un establecimiento público dependiente del propio gobierno del que formaba parte, paladín por lo demás de la cruzada anti prostitución y a favor de los derechos de las mujeres.

Tirando del hilo, odiosa costumbre de los periodistas cuando la punta de un iceberg asoma, se descubre que la misma noche de la bacanal se alojó en el mismo hotel público una de las actuales ministras del gabinete, por entonces delegada gubernativa. Cuando el resto de medios comienzan a preguntar por esos hechos, la respuesta oficial en bloque (como mandan los argumentarios) es desacreditar al mensajero que los publicó, asegurar que son falsos, acusar de rastrero a quien dude de la versión exculpatoria, y aprovechar las críticas al desmentido como si a la afectada le fuera la vida en ello, mezclando lágrimas con teleprompters.

Todo esto ha pasado en los últimos días con José Luis Ábalos y Pilar Alegría, quien ha denunciado una campaña inaceptable contra ella por los mensajes y las declaraciones que le han vinculado con aquella noche de desenfreno. Haciéndose los graciosos y jugando con su condición de mujer o con su apellido, sus críticos le han puesto en bandeja la defensa, a la manera tradicional que han utilizado su partido y su ideología para victimizarse cuando las cosas vienen mal dadas.

Todos los mensajes que esta ministra o cualquier otra publican en redes sociales, desgraciadamente, cosechan un sinfín de respuestas exentas del más mínimo respeto y la educación necesarias para cualquier tipo de debate público, incluido el que se usa en las tabernas. Lo mismo que les ocurre a las mujeres (y los hombres) de otros partidos incluidos los que no son de izquierdas. Pero sólo en ocasiones como esta, cuando le interesa distraer la atención de otro problema mucho más acuciante, la ministra victimizada utiliza esos infames textos para crear un estado de opinión favorable y convertirse falsamente en blanco de un machismo de pega que, si lo fuera realmente, afectaría por igual a todas las dirigentes políticas de este país, del color político que sea, que sufren las mismas descalificaciones . Un energúmeno que publica esos comentarios sobre alguien no llega ni a la categoría de machista, ese comodín que tan a mano está siempre cuando la izquierda se queda sin argumentos. Y así, mientras se debate sobre el grado de virulencia de los ataques sufridos, va diluyéndose el poso que ha dejado la matriz del problema.