El vicio de la música

Antonio Herraiz
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Es el patriarca de una saga familiar que ha dedicado toda su vida a la música popular y tradicional, con la recopilación, la difusión y la enseñanza. El sábado 16 de diciembre reciben en Segovia el XXVI Premio Europeo de Folklore 'Agapito Marazuela'

El vicio de la música - Foto: Javier Pozo

La escena es de lo más cotidiana. Un bebé que llora desconsolado mientras que los de alrededor ignoran qué le pasa. No hay receta infalible, ni la misma fórmula tiene idénticos efectos. Cuando Valentín Pérez Sigüenza (Atanzón, 1948) plañía a todo pulmón, su madre le cantaba y el padre tocaba la guitarra. Juntos o por separado, el resultado era el mismo: con aquellos movimientos de arrullo quedaba en silencio y se disponía a escuchar. El remedio lo tenían siempre cerca porque en la familia casi todos eran músicos. «Mis tíos y mis abuelos también sabían tocar instrumentos, principalmente de cuerda. Yo les recuerdo ensayando en casa siendo muy pequeño». Entonces vivían de la agricultura, como en la mayoría de los pueblos de la Alcarria. «Salvo un tío, Braulio Sigüenza, que fue catedrático del Conservatorio de Madrid, el resto eran amateur. Tocaban en todo tipo de celebraciones, pero no se dedicaban profesionalmente a la música». 

A partir de ahí, Valentín empieza a componer la partitura de su vida. Con esos antecedentes, tenía la clave, el compás, la armadura con la tonalidad y las primeras notas escritas: él también iba a ser músico. Su padre murió muy joven de una enfermedad repentina y se trasladaron a vivir a Guadalajara capital. «Tenía 10 años y mi madre me apuntó a la banda de la Diputación, que dirigía el maestro Julián Pinilla. Por mediación de un amigo, empecé tocando el saxofón». Es el primero de una larga lista de instrumentos que ha llegado a tocar y, la mayoría, a dominar con destreza: violín, guitarra, laúd, bandurria, mandolina, acordeón, dulzaina, percusión y el temple. «El temple canario es un instrumento complejo porque tiene una afinación muy peculiar. Escribimos una carta al cabildo de Gran Canaria y nos mandaron cintas y un método para aprender a tocarlo». 

Su casa es un auténtico museo de la música. Reúne decenas de instrumentos que ha ido adquiriendo a lo largo de toda su carrera. «No he tenido ningún vicio salvo el de la música. Eso me ha llevado a rodearme de amigos con la misma afición y he tenido la suerte de contar con una mujer que me ha dado libertad». Este vicio no puede ser más sano. También es caro y, en contadas ocasiones, se puede vivir profesionalmente de la música. Valentín ha trabajado durante 40 años como jefe de mantenimiento de la fábrica de vidrio de Azuqueca y todos sus ahorros los destinaba a mantener su pasión. Ha invertido en su propia formación y, de forma especial, en la de sus hijos: Valentín y Diego. «Los dos tienen cualidades enormes. Desde muy pequeños lo han vivido en casa y se han formado con los mejores maestros. Son unos fenómenos y dos grandes estudiosos de la música». 

Valentín, junto a sus dos hijos y la mujer de Diego, Beatriz, han continuado con la saga familiar de músicos de Atanzón y su historia acaba de ser reconocida con uno de los galardones más importantes de folklore que se conceden en España: el Premio Europeo de Folklore Agapito Marazuela, convocado por la Asociación Cultural Ronda Segoviana en memoria del investigador y maestro del folklore nacido en Valverde del Majano. «Ha sido una alegría tremenda que no esperábamos. Nosotros llevamos toda la vida en esto, con esfuerzo, con constancia, con humildad y nunca piensas en los premios. Mucho menos en uno como éste, de tanta categoría. El día 16 iremos a Segovia a recogerlo y nos acompañarán cerca de 100 personas de todos los puntos de la provincia. De la Alcarria y de la sierra. Gente que se ilusiona como nosotros con la música». 

Este reconocimiento le sirve a Valentín para echar la vista atrás y repasar una intensa trayectoria que le ha llevado por un sinfín de formaciones. Desde la tuna de la Universidad de Alcalá y la rondalla de Hermandades del Trabajo hasta los Gaiteros de Mirasierra, grupo con el que, al son de la dulzaina y el tamboril, han animado las fiestas de toda la provincia; desde la rondalla que creó en la fábrica de vidrio o la que impulsó en Atanzón, en la que decenas de chavales del pueblo aprendieron a tocar un instrumento, hasta el grupo Cantiga Folk, con el que empezaron cantando cantigas de Alfonso X y han seguido recopilando todo tipo de música popular. Ha participado también en el germen de la Escuela de Folklore de la Diputación, de la rondalla de Azuqueca o de la Real Zambombada de Atanzón. 

Los Pérez Sigüenza -sus hijos, Pérez Pezuela- son un equipo y sin el conjunto no se entiende el trabajo que les ha llevado a la recopilación, la creación, la transmisión y la enseñanza del folklore de la provincia, con la grabación de ocho discos con sus distintas formaciones y la publicación de numerosos estudios etnográficos, como el cancionero en el que recogen más de un centenar de canciones y partituras escritas para profesionales y también para aficionados. La continuidad de esta saga está garantizada con los nietos de Valentín, que ya se han introducido en la música a pesar de su corta edad. Él ha bajado el ritmo de su actividad, pero jamás piensa en dejarlo: «He nacido con la música y con ella me tengo que marchar de este mundo».