Cuando ganó las elecciones Javier Milei, el escritor argentino Hernán Casciari me dijo que nos tendremos que acostumbrar a este tipo de políticos por mucho que no nos gusten. Él está convencido de que dentro de unos años nadie va a ganar unas elecciones sin someter a los votantes a algún tipo de espectáculo salvaje, sin prometer experimentos con gaseosa que se salgan de las aburridas normas bajo las que se ha gobernado el mundo en las últimas décadas.
Creo que Casciari tiene razón y que va a dar igual con cuanta fuerza nos aferremos algunos al mundo que desaparece. Cada vez hay más razones para pensar que la transformación que vemos crecer ante nuestros ojos es una fuerza de la naturaleza y de la historia. Y que esta manera de hacer política se irá consolidando poco a poco. Las instituciones quizá sostengan todavía durante algún tiempo el tinglado, pero los procesos de erosión funcionan justo así: las cosas aguantan hasta que se desploman en cuestión de días. 
Sobre las sociedades que quedarán cuando todo termine de saltar por los aires tampoco tengo razones para ser optimista. Seguramente serán más autoritarias, probablemente más violentas. No me queda claro cómo van a relacionar las generaciones más jóvenes, quizá acaben anhelando el mundo del que perdieron. O quizá se vuelvan apáticas, o extremistas, o esclavas de tecnologías invasivas. 
También es probable que no pase realmente nada de todo lo anterior. Que podamos seguir habitando en un mundo de normas compartidas y aprendamos a disfrutar de la política salvaje como se disfruta de las películas de serie B los domingos. Quién sabe.