En pleno corazón de Castilla hay una campeona de España de windsurf. Aunque le preguntes cuántos títulos acumula, no te lo va contar. Por humildad, porque son tantos que le cuesta recordarlos y porque no son lo más importante para ella. Y eso que lo suyo tiene mérito. Mucho. Asomada a la vega de Horche, lo más cerca que ve el agua es, primero, el río Ungría y, algo más allá, el Tajuña. Su casa está a 750 kilómetros de Tarifa y a casi 450 de la playa de Laidatxu en Mundaca (Vizcaya), dos de los lugares preferidos por los amantes de este deporte. Eso no ha sido ningún impedimento para que Pilar Prieto Calvo (Guadalajara, 1970) sea una de las regatistas más reconocidas de España. «Cuando me pongo un dorsal, lo doy todo y soy muy competitiva, pero valoro mucho más los amigos que he hecho con el deporte y los sitios que he visitado». Ha participado en un mundial de windsurf celebrado en Santa Pola, ganó el Campeonato Europeo de Cagliari y acarició la posibilidad de participar en los Juegos Olímpicos.
Pilarín se acercó al deporte porque no le gustaba estudiar. «Era disléxica y todo me costaba mucho más. Sin conocer lo que me pasaba, mi madre, profesora, se frustraba. Enseñaba a todos los niños a leer y conmigo era un suplicio». Combinaron el atletismo y la pintura y el resultado no pudo ser mejor. Empezó con Francisco Aritmendi, el único español de la historia campeón del Cross de las Naciones, y estuvo varios años entrenando y compitiendo en este deporte. «La pasión por el arte me la contagió la hermana Isabel, profesora en el colegio de Adoratrices, donde estudié. Era una monja creativa, divertida y con un punto de locura. Molaba ir a sus clases y me provocó una atracción total por la pintura». Luego hay una excursión que le cambió la vida para siempre. Tendría 15 años y, como tantos adolescentes de aquella época, pasó una semana en el albergue juvenil de Entrepeñas. «Me costó 3.000 pesetas, todo incluido. El alojamiento, pensión completa y el curso de deportes náuticos». La primera disciplina que practica fue piragua, algo más sencilla. Luego empezó a navegar en barco, con sus amigas Nuria Pedrero y Luzma Batanero, toda una generación de aventureras con las que fue a varios campeonatos. «Era nuestra obsesión. La navegación nos aportaba muchísimo». Y la Escuela de Vela de Alocén se convirtió en su segunda casa. «Teníamos mucha ilusión y poco dinero, así que muchos días íbamos haciendo dedo -autoestop-. No había miedo a nada». Después de la vela ligera llegó el windsurf, que le mantiene atrapada en todas sus modalidades, incluidas las más modernas como la que utiliza la tecnología foil. «Es como un avioncito. De hecho, este sistema utiliza los mismos principios que un avión. Lo que hace es que te eleva del agua y no la tocas con la tabla. Vas como volando. Al no tener tanto rozamiento, puedes navegar con menos viento. Esto es para los puretas». También me habla del wing -más económico y sencillo- y del iQFOiL, la nueva tabla de windsurf que se usará en el puerto de Marsella, sede de las pruebas olímpicas de vela en París 2024.
Pilar Prieto es un auténtico referente para las nuevas generaciones que se aproximan al mundo de la vela. Por eso, le costaba conciliar el sueño cuando veía el deterioro de la Escuela de Alocén, cerrada desde octubre de 2010. Sin actividad, sus instalaciones se acercaban a la ruina. Ni ella ni aquel grupo de entusiastas con las que compartió deporte y vida se lo podían permitir y consiguieron reabrirla hace cuatro años. «Aquí reconozco que los títulos sí me han servido. No es fácil presentarte en el despacho del político de turno y contarle lo que entonces parecía una locura. Gracias a mi trayectoria, creyeron en mí y ésa es la mejor recompensa». Ha sido como cerrar el círculo. Chavales que en su día aprendieron en la Escuela de Vela de Alocén hoy son monitores y los hijos de aquellas aventureras que quedaron atrapadas por la navegación en Entrepeñas hoy forman también parte del proyecto, formalizado con el Ayuntamiento del municipio a través del club náutico orillas de Alocén. «A lo largo de estos años, hemos organizado cuadrillas de voluntarios para limpiar este lugar que es un paraíso natural».
Vivir de un deporte como el windsurf y del arte no deja de ser misión compleja, por muchos campeonatos y concursos de pintura que ganes, que también tiene unos cuantos. Dentro de esa conciencia por los orígenes, en un agradecimiento al pueblo de sus padres y de sus abuelos, desde hace casi tres décadas gestiona en Horche un negocio de turismo rural -Las Casas de Andrea- que es su auténtico medio de vida. «Le pongo la misma pasión que a la vela y a todo lo que hago. He viajado por todo el mundo y cuando vienen aquí quiero que conozcan los orígenes de Horche a través del agroturismo. Los clientes disfrutan del huerto, de los animales de la granja, hacemos vino y pintan también conmigo». Por si tenía poco lío, será la embajadora de Horche en la vuelta ciclista Movimiento Ultreya, una iniciativa solidaria que completará 1.400 kilómetros para reconocer y potenciar la España rural.